mortales están en el hogar.

El Kybalion

Llega a mi paz, tardío,

el polvo que desprendido de la temeridad

y toca en silencio mi ojo metafísico.

En mi locura se desviste esta sabiduría corrompida.

Aún no logro balancear los elementos,

Como un niño que en brazos de la muerte

prefiere antes que el beso

los dedos que se hundan fanáticos en sus pupilas.

Aspiro a la paloma buitre

que de igual modo puede

sobrevolar hambrienta la carroña

que sostener la rama, femenina..

En alguna de las ciudades

que el interior del hombre guarda,

tras una de esas puertas que no se abrirán,

me espera con su lazo de cadáveres

el otro yo, acaso el verdadero,

el que dejé por muerto

en una esquina humedecida

por transitar a lo invisible sin manos en el alma,

por el dolor de nuestra permanencia.

Siguen esos versos girando,

unos versos alquímicos

trasmutados desde la piedra falsa al oro,

desde el collar de rosas al Hermes Nazareno.

En poses de Fénix, lenta venida

del espíritu sobre el ala simple del hombre.

Vuelo a mis muertes, la oquedad

donde el látigo de los tiempos

oculta para sí la sangre inicial.

Este cuerpo sonoro,

que vibra entre sus láminas reencarnadas,

el acorde Astral en su nuez,

magia sobre las venas que surcan la siembra intestina,

cosecha que entre mis carnes

ha de dar continuidad a sus partos.

En la reforma del ángel

el príncipe volverá a su baile con ropas de profeta,

disfrazado con sus máscaras de siempre

sobre las nuevas olas del acuario

el cuerpo ha de transcurrir sin ser reconocido,

el niño y su Dios jugaran a nacer,

aquí, en los inicios de la era del Nuevo-Hombre.

©Abel G. Faundo