UN CAMINO LARGO HACIA EL OESTE (Erika Fritz) |
Un año de intensa vida resumida a cinco recuerdos: Bergeline, matrimonio, spanglish, y club Colombia a orillas del Hudson. La nieve cesó dándole nueva vida a un sol que no desapareció ni siquiera en el frío invierno. Su brillo iluminó un viaje que duró tres días. El terminal de autobuses de New York abrió una esperanza de mar, calor y aventura. 17 de abril de 2001 Comienza a caer el sol bajo las ruedas de un autobús que cruzará de costa a costa un país versátil, duro, inimaginable. La ruta nos lleva al último adiós. New Jersey se despide a través de Newark y el recuerdo de largas horas esperando una cita en inmigración. La carretera se oscurece en horas perdidas, hasta llegar a la primera parada. Solo 15 minutos que pueden durar tres cigarrillos, por lo menos para uno de nuestros compañeros de viaje, apodado el " fumador". ¿Cuaá será el destino de cada uno de ellos? - me pregunto. Puedo suponer que el "fumador" se desviará a San Francisco, su apariencia me habla: una terrible enfermedad bronquial lo delata, pero sus ansias de morir lo demuestran cada cigarrillo que se fuma. Quizás San Francisco sea la ciudad en donde la muerte es libre de presentarse a quien la desee, en donde el temor no tiene no tiene cabida, en donde los desadaptados encuentran sus iguales para terminar sus días acompañados. Una noche larga nos espera a quienes no podemos dormir dentro de un autobús incómodo, ruidoso. Sin ver mas que las estrellas y el oscuro cielo Ohio abre el paso hacia la próxima parada: Cleveland, allí una tediosa espera nos termina de quitar el poco sueño que ha ve- nido penándonos toda la noche. Que diferente es la gente que viaja por autobús a la que lo hace en avión- me digo, mientras sujeto mi bolso fuertemente a mi cuerpo. Es te es el Estados Unidos que no logra Hollywood mostrar. El retraso del autobús angustia a cada uno a su manera a todos los que esperábamos permanecer no más de unos minutos. Finalmente a las 05:30de la madrugada logramos abordar nuevamente el autobús. 18 de abril Un amanecer resucitado por los ángeles se manifiesta en las ansias de deleitarme con la exuberante naturaleza que tanto extrañé en la encementada cuidad de New York. Indiana abre su cielo y a un sol tímido, que hace embellecer aun más al verde paraje. Dos paradas antes de llegar a Chicago, alrededor de las 11.00 de la mañana el autobús llegó al terminal de la ciudad. Allí se bajan algunos pasajeros para dar espacio a los próximos. Chicago al igual que la mayoría de las grandes ciudades recibe con cautela a sus visitantes, al bajarnos el peligro se huele sobretodo cuando me dirigí a fumar un cigarrillo a las afueras del terminal, un grupo de jóvenes repartidos en toda la cuadra buscaban a su siguiente víctima, yo aceleré mi encuentro con el cilíndrico humo, al percatarme de la situación, algunos se me acercaron a hablarme y yo con la mejor carta que tenía: "No hablo inglés", pude evadirme de lo que escuchaba, a pesar de que entendí claramente todas sus palabras. El viaje continuó, el sol se agranda a cada minuto. Al salir de Chicago puedo comprender porque tanta delincuencia. Inmensas mansiones se defienden en la periferia. No solo Sudamérica tiene esa diferencia social tan marcada". Me digo mientras intento entender para qué tanta ostentación. Dentro del autobús toda la tarde refugiándose de Iowa, de pueblos y ciudades extremadamente perfectas, recuerdo con esto la película "el hombre manos de tijera" y esa ciudad blanca, de casas iguales, de céspedes cortados iguales, de gente casi igual. El país que imaginaba antes de conocerlo estaba delante de la ventanilla del bus. Así evadí lo que veía a través de mis recuerdos: las tardes en el parque O'Higgins después de una corta jornada escolar, los improvisados viajes a Villa Alemana, las eternas fiestas en una micro abandonada en la parcela del Juaco, tantos amigos, tantos enemigos, tantas cervezas, tantos vinos, el pedagógico y el "Woodstock" cada viernes. Las tardes de poesía en el cerro San Cristóbal o en el café Ñuñoa... ¿tanta vida! Todo un pasado que esta tan lejano, pero que confunde los deseos. Qué presente más consciente éste, no creo haberlo vivido antes (seguramente semejante al de los viajes en barco Mallorca- Barcelona). Un increíble Centro Comercial nos muestra la realidad de un país que esconde bajo espectaculares artículos modernos a una tierra maravillosa que un día perteneció por completo a una raza espiritual que conectaba su vivencia con lo supremo de la naturaleza. Figuras y fotografías de indios nos hace entender que en este lugar del planeta hay un poder dormido que se protege de la destructiva mano del hombre. Des Moines es la próxima parada, una región muy gringa pero que curiosamente es la parada de dos jóvenes muchachas mexicanas que acompañadas de sus seis pequeños hijos escogieron esta ciudad para los próximos días de sus vidas. El dormir se manifiesta hasta la siguiente parada, Omaha, quien nos proporciona comida. Una estación pequeña de autobuses, pero que al igual que la de las ciudades grandes nos hace mantenernos precavidos. El camino continua por la región de Nebraska. La noche no sospecha lo que nos espera el siguiente día. 19 de abril 8:30 llegamos a Denver, una ciudad hermosa, quizás la cercanía de las montañas, del tupido bosque, de la s frondosas cascadas apaciguan la mirada de los habitantes de esta al parecer calmada ciudad. Su amplia estación de autobuses calma las horas de agotamiento. A pesar de haber permanecido tantas horas sentados en el autobús, el lugar me invita a sentarme y a tomar un té mientras leo la publicidad de la oficina de turismo, orgullosamente la región ofrece una amplia variedad turística. Algo me hace recordar a Europa, quizás la calma, quizás la buena organización del lugar. Algo en mis adentros me anticipaba que un gran día me esperaba. Poco a poco nos fuimos internando en grandiosas montañas, decoradas de pino y nieve, que me recordaron a los Alpes suizos y mi amada Cordillera de los Andes. La maravillosa mañana calmó todo pensamiento y a pesar del frío pudimos detenernos frente a un bellísimo lago y bajarnos y respirar a árboles, al húmedo verde y atrapar la brisa que pudo congelar cualquier mal gusto que pudiéramos haber tenido en el viaje hasta ahora. Pequeñas cabañas yacían en los picos de las montañas o en las fardas de la carretera, muchas curvas subidas y bajadas hicieron que esta fuera la mañana mas recordada del viaje. El almuerzo nos sorprendió en un pueblo encantador, sus habitantes irradiaban la más pura tranquilidad. Ubicado en un verde valle bordado de flores, el sol iluminaba los rostros de los que allí vivían, sus vestimentas delataban un estancamiento en los años 70, quizás aquí se refugiaban los llamados "hippies", lejos de cualquier suburbio, ruidosas máquinas y peligrosas calles. Un pueblo para quedarse, para estar y permanecer. La estación era muy pequeña lo que justificaba esperar afuera en la vereda de una calle tranquila en donde los vecinos se saludan y comparten un helado o simplemente unas palabras. La tarde no podía regalarnos menos, así nos obsequio la parte, quizás, más increíble de estas tierras. Un desierto colorado bañado de sol, con la tierra agrietada, gastada, anciana, pero que almacena toda la sabiduría que un día los indios descubrieron y aprovecharon para su diálogo con los dioses. Un estruendo se sintió en mi corazón y comprendí el significado que puede tener una tierra desierta en el planeta, así como en el desierto de Atacama me ocurrió una vez, aquí podía hablar con migo misma. Aquí Dios estaba presente. Quizás fuí la única consciente en el vehículo de tal regalo que ese momento nos dio este lugar y pude ver mas allá de las rocosas montañas, pude ver construcciones destruidas, o quizás escondidas en un rojo penetrante, antiguo. Quizás no quede más que agradecer. ¡Colorado, Utah gracias! Al atardecer cuando el desierto rojo había quedado atrás y comenzaban a aparecer los campos (aun bastante desérticos) tuvimos la próxima parada. Una posada muy particular que alimentó la mayoría de los estómagos que hambrientos habían aguardado largas horas de viaje. Creí estar dentro de un cuento del oeste o de alguna película de cowboys, muy lejos del español y la modernidad. Solo cabellos muy rubios, sombreros vaqueros, botas y hasta pistolas sobre la mesa embellecían una escena muy singular. Con algo de temor a la rareza (para un citadino, mas aun inmigrante) nos sentamos en la barra del lugar a tomar algo. Era el campo de U.S.A en su esplendor, sus campesinos, su cultura, su belleza propia. El viaje continuo y en medio de la noche 1 millón de luces despertaron a todos los pasajeros del autobús. Estábamos en "Las Vegas". En medio de una zona sumamente árida y hostil, una ciudad llena de ruido, de luces, de glamour, de clubes, de hoteles, en fin la muestra más sólida de la invasión humana a la naturaleza. La estación de buces está ubicada en el centro de la ciudad lo que permite una buena vista de ella. Aquí fue donde finalizó la labor del buen samaritano, un hombre de avanzada edad que con un aspecto quizás de Mississipi, con elegante andar, manos grandes y piel morena me hicieron suponer que era o había sido un guitarrista de blues, un hombre sobretodo increíble que cuidó todo el viaje de un joven deficiente mental que viajaba solo. Lo supe recién cuando él sé despidió en esta alborotada ciudad de su joven amigo, había estado en todo momento a su lado, lo había ayudado a comer, a ir al baño, etc. ahora lo entregaba a su próximo destino con ojos dulces que le destinaban un buen viaje. Nos dirigimos durante toda la noche hacia la costa. El mar nos esperaba con calma hasta la mañana siguiente 20 de abril 06:00 de la mañana en Los Angeles, la última parada del autobús antes del destino final. Tal cual la imaginaba Los Angeles resultó ser una ciudad muy versátil, variadas etnias esperando en la estación, evidentes diferencias sociales y culturales, etc. una notoria influencia hispana que me hizo recordar West New York y Union City. Una clara muestra de esto fueron dos muchachos mexicanos que se bajaron junto a nosotros del autobús, suspirando al mismo tiempo con clara muestra de alivio: "por fin!"- dijo uno de ellos- "desde aquí ya podemos hablar español". Sin demostrarlo yo también sonreía junto a ellos. Un excitante trayecto por diferentes barrios de Los Angeles tuvimos antes de salir por completo de la ciudad y su periferia, calles aledañas a la estación de autobuses golpearon fuertemente la ilusionada llegada a California, basura desbordada por veredas y calles, oscuridad en toda muralla, algunos vagabundos tapados por el cemento, por la pena del fracaso de muchos que creyeron en una ciudad llena de sueños, y el gran contraste en las siguientes calles, poco a poco la miseria se acababa y comenzaban a aparecer barrios más residenciales, muy pintorescos, casitas subidas en los cerros, de colores, las palmeras y todo el calor costero de una región codiciada por todos los amantes del sol se lucia ante mis ojos, al finalizar la suburbia, las casas mas hermosas jamas vistas, hermosas mansiones que seguramente tenían la mejor vista a la playa desde la ciudad. Así se muestra California, con esa exquisita mezcla de peligro y fantasía, palmeras, áreas verdes y delincuencia, surf, fiesta y glamour todo un sueño para quien intenta sobrevivir en un lugar un poco mejor. Finalmente nuestro destino final San Diego. La colorina y su precioso hijo fueron los únicos que llegaron junto a nosotros al final del viaje. Después de 72 horas de viaje San Diego nos recibió con hermoso día, la brisa marina bañó de esperanzas nuestras expectativas, la belleza de una ciudad tranquila aminoró nuestros temores. Habíamos logrado el fin. ©Erika Fritz E-mail: erikafritz@yahoo.com URL de esta página : http//www.angelfire.com/zine/BLH/nueve11.html |