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EL CULTO AL MEJOR HOMBRE

(Fragmentos)

(ABEL G. FAUNDO)

 

Este organismo socialmente vivo es nuestro mundo. Complejo en su propia naturaleza social, donde el ritmo de la cotidianeidad se duplica acelerando como nunca antes nuestra percepción del tiempo. Esta vida nueva, inherente al actual desarrollo científico técnico y de la que somos humanamente responsables, es en variedad de ocasiones una trampa fatal para el hombre.

En los inicios del nuevo milenio, atrapado muchas veces por la avalancha de obstáculos económicos y sociales, que la mayoría de las veces exigen toda la atención para conseguir vencer las barreras que a diario impone esta estructura social deforme; el ser humano ha descuidado fatalmente el culto a su inteligencia, a esa capacidad generadora de luz en la que se encierra la manifestación más autentica de la energía universal.

Vivimos épocas en las que el culto desproporcionado a la forma impera en gran parte de la humanidad y la ceguera intelectual se solidifica en amplios sectores sociales. Este panorama arrastra al hombre medio a una vida intrascendental, lejana al privilegio real de haber sido dotados con un instrumento superior, instrumento que refleja ese gran cosmos edificador de la energía conciente. En el inmenso mar de la desorientación se consume hoy el tiempo bajo los signos del desequilibrio, mucho mayores son los momentos dedicados al ocio que los que se dedican al cultivo de nuestra mente. Es este desequilibrio el culpable del abaratamiento espiritual que viene desarrollándose en la vida moderna. Es este desequilibrio, inducido por el mercantilismo y por los enemigos de la fe, quien nos invade hoy, amenazando incluso a las sagradas instituciones que llevan el peso de la enseñanza humana.

Las soluciones mágicas no tienen cabida en una problemática tan singular, incluso, la puesta en marcha de cualquier alternativa más o menos profunda, implica el enfrentamiento a una inmensa gama de dificultades que nuestra organización contemporánea opone. Las vías de solución no pueden estar en el retorno a una edad socialmente menor, como defienden hoy en día algunas escuelas filosóficas, sino en el crecimiento que la labor de la enseñanza general y en especial, el crecimiento de la enseñanza espiritual están llamados a cumplir; ambas con el apoyo de los más altos exponentes de la inteligencia del hombre, de los valores y la información primordial acumulada por algunas instituciones e individualidades. Sólo con el esfuerzo de la colectividad toda, potenciada por nuestra guerra individual contra nuestras propias y abundantes desatenciones, entraremos por las puertas de una nueva era donde la prosperidad y el verdadero crecimiento espiritual sean parte de la vida cotidiana.

El camino no es intransitable, el camino es simplemente largo.

 

©Abel G. Fagundo

E-mail: jaguey@atenas.cult.cu

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