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EL PODER DE LA ORACIÓN

(José Luis Ontiveros)

En ciertas noches Robinsón, quien se propone desasirse por actos de voluntad de poder de las tendencias inferiores, en lucha constante y brega incansable contra el poder de los demonios y de sus siervos, ve en sus sueños las piernas largas y bien torneadas de las bailarinas que tanto gustaban a Louis-Ferdinand Céline. De ahí que tenga que admitir que una parte de él sigue rindiendo culto a los símbolos del erotismo, y que en su transfiguración de la energía sexual en potencia espiritual, deba sostenerse en la adarga de la oración, en la loriga de las jaculatorias y en las piernas magníficas que alzan los cuerpos de las féminas que le son ya intangibles.

Por ello sigue recordando a las amazonas negras que según entiende por su larga ausencia han esclavizado definitivamente a los cobardes caníbales y al ingrato negro Viernes. Mas el náufrago requiere dar un salto cualitativo sobre el mundo que abandona, la misma civilización gangrenada que ya lo había sujetado a su dominio y servidumbre.

De ahí que profundice en el sentido de la oración y vea en ella la única fuerza capaz de ser la doble espada del espíritu y del combate. Una vez más el escritor El Místico, el cual se encuentra en un misterioso retiro en el Santo Desierto o en su piso ramoniaco en Polanco, ha instruido, al ensayista semitunante (quien en un tiempo ya ido ejerció la titularidad plena de monarca de los tunantes y rey de truhanerías), para que éste le mande el texto de la conformación de La Orden de la Corona de Hierro, a fin de que establezcan un anillo espiritual que los fortalezca ante las grandes pruebas que se avecinan al final de un milenario, que ha de reconstruirse sobre los principios uránicos y olímpicos de la muerte heroica y de la jerarquía.

Robinsón hurga en el mágico baúl náutico para encontrar lo que dice el Corominas sobre la oración: "Orar: rezar, 1220-50, tom. Del latín orare, rogar, solicitar, propte, hablar, hacer un discurso." Ahí reside la liberación del solitario, si en verdad quiere aniquilar en sí la escoria, derrotar a los demonios invisibles y a las tentaciones de las alimañas de la noche. Para ello nada mejor que rezar el rosario, aun cuando esta afirmación tenga cierto toque, no de los que acostumbra darse, sino de los anuncios clase-medieros-fundamentalistas de "Reza el rosario". No es que se haya vuelto beato ni rezandero, ni mucho menos mocho, o que sea un güelfo que prefiere al papa que al emperador, no y no. Sólo reconoce en la oración el poder superior de tender un puente, un religamiento necesario entre el Cielo y la Tierra, ya que ha estado a punto de ser devorado por el Infierno.

Por ello la oración se da en los sutras de El sagrado Corán, en los mantras del Zen, en donde se busca alcanzar la condición de Zenchi Zen No Kami –estado perfecto-, en los chakras o puntos de poder del Tantra Yoga, y en particular en los mudras que todas las vías espirituales practican, y que se fundan en el sentido sánscrito-indoario del sello, lo que representa un gesto hierático sobre el cuerpo, como de hecho lo es el santiguarse, las palmas unidas en forma de delta para dirigirse a las fuerzas de lo alto, el círculo de poder en la meditación za-zen, y en un sentido de estilo, el saludo solar y su significado de camino de lo radiante y de la primavera. Oremos a Febo Apolo que nos ilumina sin que lo merezcamos.

Mas Robinsón ha vuelto a encontrar la oración católica del rosario y de las muy hermosas Letanías Lauretanas, forjadas en el medievo por las Órdenes ascéticas y de Caballería. De ahí que en las noches, pese a que lo distraigan las piernas espléndidas de las bailarinas que ya sólo pueden ser imaginadas, porte en el Castillo Ontiverius el santo rosario, sin que ello signifique su renuncia a la runa de Odín y al sentido pagano de la belleza. En él converge una forma de religiosidad sincrética, que rechaza la religión de menú de la New Age, pero que apela al sentido de la sangre, de la historia, de la lengua y de la Tradición. Nadie puede improvisar la vía o do del espíritu.

Han convergido acontecimientos de primera importancia metafísica que ya no tienen lugar en el mundo, de donde se retiró para no volver más. La elevación al Cielo de la Santísima Virgen en la Asunción, que Jung saluda como uno de los principales dogmas del catolicismo que lo coloca muy por encima del protestantismo. El aniversario de San Bernardo y de la creación de la Orden Templaria, de los monjes-guerreros, de su código de honor y de sus enseñanzas esotéricas. La predicación de un bushi (caballero) japonés que mostró la técnica mortífera del Iritsima –grito que logra matar al adversario fulminándolo, o varios días después, "produciéndose transtornos diversos e irreversibles. Kiai"- y el sentido de la muerte heroica, presente en Roma y en el Islam. "La mors triumphalis es una vía directa de sublimación (Evola)."

Todo ello ha llevado a que Robinsón se haya retirado del Castillo Ontiverius al bosque que rodea la gruta en la Ínsula para dedicarse unos días a la oración y pertrecharse así con las armas del espíritu, para las pruebas que tendrán que cumplir los elegidos y los miembros de la Orden de la Corona de Hierro en tiempos oscuros, que serán cada día más confusos y que tendrán como divisa el ser propiamente diabólicos, por ser el signo de los tiempos, el dominio planetario de la subversión en todos los planos de la existencia.

En este sentido, resulta imprescindible que el hombre se relacione nuevamente con el Cielo, y ello se logrará sólo por la vía de la oración y no del activismo brutal y ciego, siempre contaproducente y que aleja del estilo, de los fines y de la trasmutación del ser. La oración en sus diversas modalidades deprecatoria, la más usual, relacionada con la súplica, que debe tratar de ser impersonal y exigir el cumplimiento del destino. De alabanza como el Gloria, de adoración como la Elevación al Santísimo, de arrepentimiento como el Yo pecador. Ello debe ir acompañado de las oraciones a los dioses, al espíritu de la belleza y a la dignidad del honor. El himno guerrero y el saludo solar. Se trata de quebrar de forma definitiva el dominio de lo sombrío y el poder de los demonios. Esa es la más alta misión que tiene el que está llamado a cumplirla. Robinsón ora a los monjes-guerreros del Temple para que permanezca, fiel a la Caballería, en la exigencia de una Orden de Hombres Inquebrantable.

©José Luis Ontiveros

(Ciudad de México)

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