EL MUY PRECIOSO DON DE DIOS
(Georges Aurach de Strasbourg)
No hay más que leer este pequeño tratado con mucha atención para adquirir un perfecto conocimiento de la más bella de todas las Ciencias. El autor promete desvelar este gran misterio que todos los antiguos filósofos han vuelto tan oscuro y enigmático, ya sea porque hayan querido disgustar a los que se aplican en su busca, ya sea porque hayan querido imponerles (dificultades) y equivocarles. Estoy muy persuadido – dice nuestro Filósofo -, de que enseñaré este gran Arte de una manera tan clara y tan inteligible que hasta los más ignorantes comprenderán muy fácilmente todo lo que yo explique, teniendo en cuenta que no expondré nada que no haya visto y que no haya hecho por mí mismo.
Es necesario saber, en primer lugar, que aquéllos que trabajan en cosas ajenas a la Naturaleza se equivocan, porque cualquier otra cosa falla al no ser propia para nuestro Arte. Pues, en fin, para hacer un hombre hace falta un hombre y una bestia no puede nacer más que de una bestia; cada cosa produce su semejante y nadie puede dar a otro aquello que no tiene.
Por lo tanto aconsejo, a aquéllos que no tienen un completo conocimiento de este Arte, que no se embarquen (empiecen) en su práctica, si no quieren verse inmersos en grandes gastos que, como podría suceder, les conduzca a una desgraciada mendicidad y a una cruel desesperación.
La cosa es, en verdad, extremadamente difícil de encontrar, habiendo enloquecido algunos mientras la buscaban, pero, en cambio, cuando se la conoce se es suficientemente rico. No hay necesidad de muchas cosas, una sóla es bastante; no cuesta muy cara porque no es más que una piedra, una medicina, un vaso, un régimen y una disposición.
Esta Ciencia es muy verdadera. No, jamás los Filósofos hubiesen podido hablar de los colores diferentes y decir cómo éstos se suceden unos a otros, si no los hubiesen visto al hacer la Obra.
Vuelvo a repetir que, aquéllos que trabajan fuera de la Naturaleza, se equivocan y equivocan a los demás. Son unos falsarios.
Nuestra Piedra se hace de una cosa, y esta cosa es animal, vegetal y mineral. Aplicaos, por tanto, únicamente a la Naturaleza, porque la Naturaleza y el Arte no se perfeccionan en la multiplicidad de las cosas, y aunque se le apliquen varios nombres diferentes no es más que la misma cosa siempre, por eso es preciso que el agente y el paciente sean del género de una única y misma cosa, aunque diferentes en la especie, de la misma manera que la mujer es diferente del hombre. Así, la Materia, es llamada paciente, porque ella sufre y recibe la acción, y la Forma es llamada el agente, porque actúa e imprime la acción en la Materia, su semejante, y ésta, a su vez, llama y desea, naturalmente y con pasión, a la Forma, porque sin ella, la Materia, sería imperfecta.
Aprended, entonces, a conocer la Naturaleza de las cosas, si queréis triunfar, pues yo no puedo declararos el nombre de nuestra Piedra y con lo que ya he dicho debe bastaros para saber que, cuando los Filósofos llaman a toda cosa la piedra, dicen la verdad, pues de ella misma y en ella misma se contiene todo lo que es necesario para su perfección. Los pobres la tienen al igual que los ricos; se la puede encontrar en todo lugar; está compuesta de un cuerpo, un alma y un espíritu; y va cambiando de naturaleza en naturaleza hasta llegar a su perfección.
Los Filósofos han dicho que nuestra piedra se hace de una sola cosa y esto es verdad, pues todo nuestro Magisterio se hace con nuestra Agua, la cuál es el esperma de todos los metales, que se resuelven y se reducen en ella, ya que los cuerpos imperfectos se convierten en esta agua y estas aguas, unidas con nuestra Agua, forman un Agua nítida y clara, que purifica todas las cosas, y es, con esta Agua preciosa y utilísima, de la cuál y con la cuál se realiza nuestro Magisterio.
Por poca Experiencia que se tenga se sabe bastante sobre el orden que es preciso guardar en los grados del fuego: en la Solución debe ser fuerte, mediocre en la Sublimación, templado en la Putrefacción, un poco mayor cuando la Obra llega al Blanco y fuerte en la fase al Rojo. Pero si por desgracia o por ignorancia falláseis en la aplicación del fuego, os desesperaréis sin poder triunfar. Es necesario, pues, que renunciando a toda otra ocupación os apliquéis con asiduidad y meticulosidad a nuestra operación.
Volviendo a nuestra Materia de la Piedra, hay que servirse de la venerable Naturaleza, pues ella no se perfecciona más que en su misma naturaleza. No le añadáis nada extraño, ya sea polvo u otra cosa, porque las naturalezas diferentes no sabrán perfeccionar nuestra Piedra y porque no entra en ella nada que no haya salido antes de ella misma, y si se añadiese alguna cosa extraña, enseguida se corrompería y se fracasaría sin conseguir lo deseado; por lo tanto considerad que no tendréis tampoco nada si, en el comienzo de la Cocción, la composición no se ha hecho de cosas semejantes, sin ninguna operación manual.
Por otra parte, con el fin de que, aquéllos que buscan este precioso secreto, no se fatiguen inútilmente, el autor, declara que este Magisterio no es otra cosa que cocer la Plata-viva y el Azufre hasta que se conviertan en una misma cosa. La Plata-viva impide que el Azufre se queme, y el Azufre impide a la Plata-viva levantar el vuelo y disiparse (evaporarse), siempre que el vaso esté bien cerrado. Esto es fácil de comprender por el ejemplo siguiente: lo que cuece en el agua común no puede quemarse mientras haya agua, pero desde el momento en que el agua se haya consumido, se quema irremediablemente. Es, por ello que, los Filósofos recomiendan tanto el poner suma atención en cerrar bien el vaso, para que nuestra Agua bendita no pueda evaporarse. Yo ordeno, pues, que en el comienzo, se haga un fuego muy dulce, con el fin de acostumbrar nuestra Agua al fuego y no sufrir inquietud de que ella esté allí. Mientras veáis a nuestra Agua en calma y sin sublimación, manejad nuestro fuego con mucha paciencia, hasta que veáis que el Espíritu y el Cuerpo han pasado a ser una misma cosa, de manera que lo que era Corporal pasa a ser incorporal y lo incorporal corporal.
Es esta, pues, el agua que blanquea, que enrojece, que disuelve, que congela, que pudre y que, enseguida, hace aparecer cosas nuevas y diferentes, por lo que os recomiendo que os apliquéis enteramente a la cocción, sin enojaros por la lentitud de nuestro trabajo, y sin preocuparos por ninguna otra cosa. Nuestra agua os reclama por completo; cocedla dulcemente, poco a poco en la putrefacción, hasta que, cambiando de color en color, llegue a la perfección. Tened cuidado, especialmente al comienzo, de no quemar para nada su verdor y sus flores, de no precipitaros en nuestra Obra. Cuidad de que el vaso esté bien cerrado, para que no pueda evaporarse el espíritu que allí está, y con la ayuda de Dios estad seguros de triunfar.
La Naturaleza hace lentamente su operación, aplicaos a imitarla, reflexionando seriamente sobre la manera como los cuerpos se engendran en las entrañas de la tierra, por qué fuego son cocidos y si éste es violento o dulce. Obrad del mismo modo en nuestra Obra y con seguridad triunfaréis.
Conoced bien, por tanto, esta agua, que hace el blanco por el blanco y el rojo por el rojo.
Hay que extraer nuestra Piedra de la naturaleza de dos cuerpos, antes de hacer el Elixir perfecto, porque es preciso que sea, este Elixir, más puro y perfecto que la plata y el oro, puesto que debe cambiar los cuerpos imperfectos en el Oro de los Filósofos, lo que ni el oro ni la plata sabrían hacer, porque, si éstos pudieran dar a otro cuerpo de sus perfecciones, quedarían imperfectos, pues nada puede enrojecer si no es rojo y nada puede blanquear si no es blanco, pero nuestro Elixir, en su perfección, puede perfeccionar absolutamente todos los Cuerpos imperfectos.
Si queréis comprender bien este tratado, leed con atención cada parte, una tras otra, y descubriréis maravillas. Si, dichas maravillas, yo no las hubiera visto y tocado, nunca las habría podido enunciar y describir, sin embargo, no he hablado de todo lo que se ve en esta operación, ni de todas las cosas que aquí son necesarias, pues hay ciertas cosas que no están permitidas al hombre el explicarlas. He dado a conocer, no obstante, todas las cosas hasta su perfección, y sabed que jamás se ha visto, hasta ahora, un tratado semejante, cuyos conocimientos son imposible poseer si Dios no os los revela o si algún Maestro no os los enseña.
La Obra es larga, por lo que debéis proveeros de una gran paciencia. Hay ciertos charlatanes que presumen de saber hacer del oro común un oro potable, que dicen ser muy precioso para la salud, pero eso no es más que una ilusión y una pura superchería, el oro y la plata así preparados son más nocivos que saludables para un enfermo. Nuestra medicina es el verdadero y único Oro potable, capaz de quitar, tanto a los hombres como a los metales, todas sus imperfecciones y superfluidades, y si el oro vulgar diera a otro la perfección, él quedaría imperfecto.
He aquí la explicación de las doce figuras siguientes:
La primera, que representa un León verde, contiene la verdadera materia y da a conocer de qué color es, y se llama Adrop o Azoth, Atropum o Duenech.
En la segunda y en la tercera se ve como los cuerpos se disuelven en la Plata-viva de los Filósofos, es decir, en el agua de nuestro Mercurio, y se hace un nuevo cuerpo.
En la cuarta se ve la putrefacción de los Filósofos, que no tiene parangón en nuestros días, y ella se llama Azufre.
En la quinta se ve como la mas gran parte de esta agua se convierte en una tierra negra y cenagosa de la que todos los Filósofos han hablado.
En la sexta se ve esta tierra, la cuál, al principio, estaba sobre el agua, que se precipita poco a poco y cae al fondo del vaso.
En la séptima se ve como dicha tierra es disuelta una segunda vez en Agua de color de aceite y entonces es llamada Aceite de los Filósofos.
En la octava se ve como el Dragón ha nacido de la negrura y como se alimenta de su propio Mercurio, el cuál mercurio produce él mismo y en el que se sumerge, y cuando el agua empieza a blanquearse (adquiere un color un poco blanco) es el Elixir.
En la novena se ve como el agua se purifica completamente de su Negrura y queda en un color de leche, apareciendo varios colores en la negrura.
En la décima se ve como todas esas pequeñas motas, que nadaban por encima del agua, descienden en el Cuerpo de donde habían salido.
En la onceava se ve como esta ceniza toma el color blanco y reluciente como el mármol y es el Elixir al Blanco y la Ceniza está hecha.
En la doceava se ve como esta blancura es cambiada en un bello rojo como de rubí y éste es el Elixir al Rojo.
La Materia de la Piedra es un agua espesa; el Agente es el Calor o un frío que congela esta agua. Aprended que las piedras que proceden de cosas animales son más preciosas que las otras.
No podréis preparar ningún tipo de piedra sin el Duenech verde y líquido, tal como se le encuentra en nuestras minas. Considerad esas altas montañas que están a derecha e izquierda, escalad y encontraréis nuestra Piedra, pues todo nace de allí.
La piedra necesaria para esta Obra es una cosa animada; la encontraréis por todas partes, en los valles, en las montañas y en las aguas; la tiene el pobre tanto como el rico. Es muy útil y muy preciosa, se nutre de carne y de sangre, ¡Qué preciosa es ella para aquél que la posee! ¡Oh, bendito verdor que engendra todas las cosas! ¡Oh, bendita Naturaleza, que mediante su trabajo hace que lo que es imperfecto se transforme en muy perfecto!. No obstante no empleéis para nada dicha Naturaleza si no es pura, neta, cruda, dulce, terrestre y muy pura, pues si se opera de otra forma se trabajará inútilmente.
Nuestra piedra es un cuerpo que no es ni maleable ni tintineante, el cuál mortifica y purifica.
Prestad mucha atención de no añadir nada contrario a nuestra piedra, ella es el único sujeto. Juntad al esclavo con su olorífica Hermana y ambos harán entre ellos toda la Obra, pues desde que la mujer blanca se casa con el marido rojo, se abrazan y se unen muy estrechamente, se disuelven por ellos mismos y, también, por ellos mismos se perfeccionan y de dos cuerpos que eran llegan a ser un solo Cuerpo.
Aprended que hay tres colores perfectos de los que proceden otros. El primero es el Negro, el segundo es el Blanco y el tercero es el Rojo. Hay otros varios colores que aparecen a menudo delante del blanco, pero no vale la pena tenerlos en cuenta.
Se realiza la conjunción de dos cuerpos y esta conjunción es necesaria, pues, si no hubiera más que uno de estos dos cuerpos en nuestra piedra, no podría jamás proporcionar la tintura necesaria, por consecuencia la unión de estos dos cuerpos es absolutamente necesaria.
El Filósofo ha dicho que el viento ha llevado la piedra en su seno; se debe saber que el viento es el aire, esto es, la Vida, y la Vida es el Alma, es decir, el aceite y el agua.
Cambiad la Naturaleza de los cuatro Elementos y encontraréis lo que buscáis. Cambiar las Naturalezas no es otra cosa que transformar aquello que es Cuerpo en Espíritu; eso es lo que requiere la Obra, donde lo grueso es hecho sutil y donde el Cuerpo es disuelto en Agua, y, por consiguiente, se cambia la naturaleza de un Cuerpo seco en Agua y, enseguida, se cambia esta Agua en un cuerpo, de modo que, lo que era corporal, es hecho espiritual, y lo que es espiritual es hecho corporal, y por tanto las naturalezas son cambiadas. Pues los cuerpos, estando disueltos, adquieren la naturaleza de los Espíritus, y, al igual que el agua mezclada con agua, no pueden ser separados uno de otro. Hablando con sinceridad, toda la Obra no es otra cosa que un agua fija, la cuál contiene en ella misma todo lo que nosotros buscamos. Estudiad bien esta agua, así como sus excelentes operaciones, pues ella es la que hace el blanco al blanco y el rojo al rojo, es una cosa que contiene en ella misma el alma, el aire, el calor y los cuatro Elementos a los que ella está sometida; los demás Elementos no son aquí de ninguna consideración.
Coced nuestro Latón con un fuego tan dulce como el de la gallina empollando su huevo, hasta que el cuerpo esté formado y su tintura extraída. No la extraigáis toda al mismo tiempo, sino poco a poco cada día, pues ella no puede llegar a su perfección sino después de un cierto tiempo, que es algo largo.
Yo soy el Negro del blanco y el rojo blanco, sin embargo yo soy verde y no miento. Aprended que la cabeza del Arte es el cuervo que vuela en las tinieblas de la noche y en la luz del día, pues se extrae el Color de la amargura que está en su garganta y, el rojo, se coge de su cuerpo como ("l’arc" o "l’air" o "raie") puro de su espalda. Comprended entonces el Don de Dios, recibidle y escondedle cuidadosamente a los insensatos, pues ha sido sacado de la caverna de los metales, su piedra es mineral y animal, de brillante color, una montaña elevada y un vasto mar. Os he descubierto la verdad; cuando comienza a ennegrecer, nosotros llamamos a esto la llave de la Obra, porque sin la negrura, nada resulta.
Esta negrura es la tintura que buscamos y con la que se tiñen los cuerpos, la que estaba escondida en su latón como el alma lo está en el cuerpo humano, así pues, cuando trabajéis, haced de modo que podáis tener este color negro, porque entonces estaréis seguros de la putrefacción y no tendréis más que continuar con toda la seguridad nuestra Obra, pero es preciso apartar de nuestro Magisterio la impaciencia y la precipitación como si fueran tentaciones del demonio. ¡Oh, bendita Naturaleza! Bendita es, también, tu operación, porque tu haces, de lo que era imperfecto, lo perfecto, mediante una verdadera putrefacción que es negra y sombría; a continuación produces cosas nuevas y diferentes y, con tu verdor, haces aparecer diferentes colores.
Aquéllos que han estudiado de cerca y con detenimiento las operaciones de la Obra han notado, en la Putrefacción, que la materia se espesaba y se convertía en tierra, que, al principio, se mantiene sobre la superficie del agua, luego se va espesando cada vez más y va cayendo poco a poco dentro del agua, hasta que se precipita al fondo del vaso. Cuando está sobre la superficie del agua, han advertido (los F.) también, que esta tierra es amarillenta negra y fangosa y han asegurado que, entonces, la putrefacción está hecha.
Encended vuestro fuego filosófico en el horno y haced que toda la materia se disuelva en Agua. Dad al comienzo un fuego dulce hasta que la mayor parte haya sido convertida en tierra negra, lo cuál se hace en 21 días.
No olvidéis jamás que no es necesario más que una sola cosa, que es preciso que se corrompa completamente y que tome el color negro.
Prestad mucha atención a esta operación, hasta que la tintura aparezca sobre el agua, cuya tintura debe ser de color negro, y cuando veáis aparecer esta tintura sobre la superficie del agua, estad seguros que todo el cuerpo está fundido, y entonces es preciso continuar el fuego dulce hasta que se eleven de la materia vapores oscuros, pues el deseo de los Filósofos es que, el cuerpo, reducido en polvo negro, se disuelva en su Agua, pero no de golpe, es decir, que toda la materia debe reducirse en agua, sin lo cuál no se puede triunfar en modo alguno.
Se pregunta ¿En cuánto tiempo la piedra adquiere el color negro? y ¿Cuál es el signo que asegura que la disolución de la piedra está completamente hecha?.
El Filósofo responde a esto que, desde el momento en que aparece la negrura por primera vez, ello es un signo seguro de la Putrefacción y de la disolución de la Piedra, y que, cuando la negrura desaparece del todo, es una marca infalible de la completa putrefacción y disolución de la Piedra.
Se pregunta, también, si los vapores negros duran en la piedra durante cuarenta días, a lo que, el Filósofo, responde que sí, y que algunas veces duran más y otras menos, según la cantidad de materia y según la maestría del operario; pues se necesita más tiempo para disolver una gruesa masa que para una pequeña y un obrero sabio es más capaz que otro menos hábil.
La tierra se putrifica y purifica en cuarenta días más o menos, según sea la cantidad de materia tratada.
Se hace disolver el oro para reducirle en su primera materia, es decir, para que se convierta en Azufre y Plata viva, porque, cuando el oro está cambiado en esta primera materia, adquiere la capacidad de hacer buena plata y buen oro, así que se le debe purificar y lavar hasta que se transforme en verdadero Azufre y Plata viva, que, según los Filósofos, son la materia propia de todos los metales.
Por todo lo anterior, será muy meritorio, aquél que sepa casar y hacer concebir a la mujer y quien sepa industriosamente mortificar las especies y verificarlas, esclarecerlas y blanquear su faz, pues así nacerá, a favor de un fuego dulce, un hijo ilustre, porque los vapores se rejuntarán a los cuerpos de donde ellos habían salido. Continuad, entonces, vuestro fuego dulce hasta que la materia se haya disuelto en Agua impalpable y que toda la tintura haya salido en color negro, que es el signo de la disolución.
El Dragón se come sus alas y produce una serie de colores diferentes, pues cambiará varias veces y por diversas formas de color hasta que logre atrapar el blanco.
No se debe, de ninguna manera, dar de comer al animal hasta que no tenga hambre y sed, y eso no sucede hasta pasados tres días. Aquí nace el Dragón, las tinieblas son su morada y la oscuridad su reino. Luego la muerte y las tinieblas son apartadas de este mar, en donde el Dragón detiene los rayos del Sol y donde nuestro Hijo, que estaba muerto, resucitará: el Rey saldrá del fuego y se casará. En fin, las cosas escondidas saldrán a la luz, y nuestro hijo vivificado se elevará por encima del fuego y de las tinturas.
En el Negro más negro que todos los negros, en donde irán apareciendo diversos y variados colores, la Leche de la Virgen se blanqueará y nuestro hijo revivido resistirá al fuego y se elevará por encima de la tintura; ("pur") el Argento-Vivo sublimado del Latón, del cuál se hacen todas las cosas, es un agua clara y la verdadera tintura que despoja al Latón de su negrura, pues él es el Azufre blanco que sólo puede blanquear el Latón, quién encadena los espíritus y los impide disiparse.
Sabed que en el cuello del vaso está la Cabeza del Cuervo, que haréis morir, y de ella nacerá la Paloma y enseguida el Fénix, entonces consideraros perfectamente felices ya que nuestro Magisterio, tanto al rojo como al blanco, está comprendido en estas pocas palabras.
Aquí se hace la ceniza preciosa, porque los vapores negros y de diferentes colores se han reunido a su Cuerpo, de donde ellos se habían elevado, y el agua y la tierra son conjuntados. Ahora bien, como la Naturaleza no tiene ningún otro movimiento que aquél que el fuego le da, si sabéis manejar bien el fuego, os bastará con el agua. Pues uno y otra lavan, purifican y nutren el Cuerpo y quitan la herrumbre y la negrura; y el agua que está en el Latón atrae y se une a la tierra, con tanta naturalidad como el hierro es atraído por el imán. Haced, pues, cuatro veces la misma operación con el mismo fuego y, en último lugar, fijad nuestra tierra calcinándola, y entonces habréis dado suficientemente, a la Preciosa Tierra de la Piedra, todas sus formas.
Ahora bien, calcinar no es otra cosa que desecar y reducir en polvo, no temáis, por tanto, continuar con el fuego hasta que la ceniza esté hecha, y entonces estad persuadidos de que habréis hecho una feliz mezcla de vuestras materias. No menosprecéis esta Ceniza y tened cuidado de recoger el sudor y el vapor que haya salido.
El Agua, habiendo sido, pues, desecada completamente y convertida en tierra, ha de ser putrificada durante algunos días sobre un fuego dulce, hasta que aparezca por encima el color blanco. Cuando la humedad es desecada se podrá ver en el vaso todos los colores imaginables. Haced entrar en el Cuerpo lo que había salido y convertir todo en fijo e inseparable, es decir, que la Negrura que fué separada del Cuerpo vuelva a entrar en él y no haya más que un solo cuerpo.
Yo soy el Elixir para el blanco, una sola parte es suficiente para cambiar en plata, más excelente que la de las minas, mil partes de los metales imperfectos.
Blanquead el Latón y desgarrad vuestros libros, porque nuestra materia es una cosa poco considerable y no tiene necesidad más que de un poco de ayuda; aquél que me sepa blanquear, también me enrojecerá.. El Blanco y el Rojo no tienen más que una misma fuente y lo que se hace en el blanco, se hace también en el rojo. Cuando veáis estas maravillas os sentiréis secretamente invadidos de temor y de admiración.
Coced, pulverizad, reiterad y no os canséis de reiterar, aunque toda la Obra sea un pesado respirar, pues no se puede llevar a cabo sino por una larga decocción.
Sabed que la flor del Sol es la Piedra de la piedra. Hacedle cocer hasta que se convierta en un mármol brillante. Enseguida conducidle hasta el rojo, pero antes es necesario que pase por el amarillo, que es un color hacho de la mezcla del negro con el blanco. Blanquead, pues, el negro y enrojeced el blanco, esto es todo el Magisterio.
Yo soy el Elixir para el rojo, que transforma los cuerpos imperfectos en un oro mejor que aquél que se extrae de las minas. Se sabe por experiencia que una parte de este polvo, proyectado sobre mil partes de plata-viva, la congela y la cambia en oro muy puro.
Al final aparece el Rey coronado de su diadema, resplandeciente como el Sol y brillante como un carbunclo. Se fundirá como la cera al sol, resistirá al fuego, penetrará, encadenará y fijará la Plata-viva. Pues el color lo obtendrá por medio del fuego, tal como la sangre se hace en el hombre por medio del calor que reside en el hígado; así que coced nuestro blanco y llegará al rojo, pero cocedle con un fuego conveniente, es decir, más fuerte, hasta que esté rojo como el Cinabrio, y no hay necesidad de añadir nada, ya sea agua u otra cosa, hasta que lo blanco haya devenido rojo por una larga decocción, entonces poseeréis la Piedra.
Sólo queda comentar de la hora, el día y la estación en donde se debe dar comienzo a la Obra, pues se perdería el tiempo y el dinero si se emprende fuera de tiempo.
Yo digo, por tanto, que es preciso tomar la piedra con toda su sustancia, de la que es necesario elegir lo que haya de más puro y más sutil, y ponerla en el vaso filosófico, el cuál se debe cerrar herméticamente, y colocarlo en el horno al ponerse el sol, el lunes , desde la mitad de diciembre hasta la mitad de enero, estando el sol bajo el signo de Capricornio. Entonces se encenderá el fuego físico y se le gobernará de una manera filosófica desde el comienzo de la Obra hasta el comienzo de la blancura. Todo este régimen es denominado purificación de la piedra. No se puede determinar de una forma precisa la duración de la purificación de la piedra, eso depende de la manera de trabajar asiduamente del artista. Cuando nuestra piedra es encerrada en nuestro vaso y siente el calor del Sol, enseguida se resuelve en agua. ¡Oh Ciencia de nuestro Arte! Tu vives en la luz y has sido engendrada en la luz, tú has apartado la oscuridad nebulosa que es la madre de todas las cosas.
Fin del libro titulado El muy precioso Don de Dios,
escrito por Georges Aurach de Strasbourg y pintado por su propia mano el año 1415.
Un saludo a la humanidad rescatada.
*
LAS FIGURAS
Primera figura.
Nuestra medicina está compuesta únicamente de Naturaleza.
El Rey, cuya cabeza es roja, los ojos negros y los pies blancos, es nuestro Magisterio, y nace sobre dos montañas cubiertas de árboles.
Segunda figura.
Vamos a buscar la naturaleza de los cuatro elementos en el seno de la tierra.
Aquí comienza la solución de los filósofos y se hace nuestra plata viva.
Tercera figura.
La piedra está compuesta de los cuatro elementos.
Aquí los cuerpos son enteramente disueltos en nuestra plata viva y se hace un agua móvil y blanca como una lágrima.
Cuarta figura.
La putrefacción de los filósofos es la cabeza del cuervo, una negrura transparente y clara.
Aquí los cuerpos entran en putrefacción y se convierten en una tierra negra.
Quinta figura.
La cabeza del cuervo, una negrura transparente.
Lo que aparece aquí por encima de la materia no es otra cosa más que vapores, o espíritus, o humo, y esta tierra que está por encima del agua descenderá y de ella nacerán serpientes.
Aquí está esta tierra negra, amarillenta y cenagosa, de las hadas, y se mantiene por encima de las aguas.
Sexta figura.
La Cabeza del Cuervo.
La tierra negra y cenagosa de los filósofos en la que nacen serpientes que se devoran unas a otras.
Séptima figura.
La Cabeza del Cuervo.
El aceite de los filósofos.
Aquí nace un hijo nuevo llamado el Elixir. Esta tierra negra y limosa es cambiada en plata viva, como antes, y cuando está disuelta y toma el color del aceite se la llama ACEITE DE LOS FILÓSOFOS.
Octava figura.
La mansión oscura.
El azufre de los filósofos.
Aquí la materia comienza a blanquearse y el dragón devora sus alas.
Novena figura.
La mansión oscura.
El Azufre de los Filósofos.
Aquí la materia es enteramente despojada de su negrura y ella deviene blanca como la leche.
Décima figura.
La ceniza de las cenizas.
Esos vapores negros vuelven a entrar en su cuerpo, de donde ellos habían salido, y esto es la conjunción de la tierra con el agua y la ceniza se hace.
Onceava figura.
La rosa blanca.
Doceava figura.
La rosa roja.
(Tratado enviado por nuestro amigo, José Antonio Puche Riart, a quien le agradecemos su infinita gentileza para con todos los Adeptos)