!CUIDADO

Este puede ser uno de los libros más difíciles que hayas leído jamás. !SATANAS NO QUIERE QUE LO LEAS!.

Padre celestial, te pido que escudes y protejas al que lea este libro y le des un claro entendimiento de lo que has querido que digamos. Te lo pido en el nombre de Jesucristo nuestro Señor. Amén.

El propósito de este libro es mostrar las muchas maneras en que satanás y sus demonios están activos en el mundo hoy, y cómo usted puede luchar eficazmente contra ellos, y cómo puede librarse de los lazos de satanás.

Satanás hará cualquier cosa para impedir que usted lea esto. Le afligirá con avasallador insomnio, confusión, interrupciones constantes y muchas otras cosas. El MIEDO es una de las principales armas de satanás. El se valdrá del miedo para no dejarle leer este libro. Rechace el miedo directa y audiblemente en el nombre de Jesucristo para vencerlo. Ore y pida protección si va a leer y tratar de entender lo que este libro contiene.

Mis más profundo agradecimiento primero al Señor, y después a Elaine. No hubiera sido posible escribir este libro sin la información que me dio ella, y la fortaleza, dirección y aliento que me impartió el Señor.

Los nombres han sido cambiados para proteger a las personas mencionadas aquí. Oramos fervientemente que el Señor Jesucristo le bendiga ricamente con salvación y compresión de las páginas que leerá.

"Y vino [Jesús] a Nazaret, donde había sido criado; y entró, conforme a su costumbre, el día del sábado en la sinagoga, y se levantó a leer. Y fuele dado el libro del profeta Isaías, y como abrió el libro, halló el lugar donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor es sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en libertad a los quebrantados: Para predicar el año agradable del Señor.

Y enrollando el libro lo dio al ministro, y sentóse: y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos.Lucas 4:16-21

El vino a dar Libertad a los cautivos

Capítulo 1: APARECE REBECA

DESDE EL PRIMER momento que entró al edificio por aquella puerta, sintió que aquel lugar tenía un algo diferente. Era como una oscuridad flotante, o algo que no podía definir, pero que estaba allí. Sabía que era algo que no había experimentado antes.

Rebeca es médico. Llegaba al Memorial Hospital para comenzar su entrenamiento en medicina interna. Había terminado en la Escuela de Medicina el mes anterior y por primera vez en sus treinta años de vida había salido de su casa. No podía imaginarse que las tragedias que presenciaría en aquel hospital la cambiaría a ella y el curso de su vida. Aquella oscuridad que percibía su espíritu parecía acecharla ... esperarla. En cualquier momento atacaría, y lanzaría a Rebeca a una serie de acontecimientos que probarían hasta lo sumo su consagración a su Señor y Salvador Jesucristo.

La primera prueba llegó pronto. Llevaba ya unos dos meses en el hospital cuando una noche como a las 2.A.M. en que trabajaba en el Salón de Emergencias, llevaron a un hombre de unos 30 años de edad. Rebeca se estremeció de horror al ver aquel cuerpo magullado y mutilado. A pesar de que tenía seis años de experiencia como enfermera de primera en salones de emergencia en grandes hospitales del centro de la ciudad, nunca había visto nada igual. Mientras trataba desesperadamente junto con el personal de emergencia para salvar la vida del paciente, su mente volaba. ¿Cómo era posible?. ¿Quién había sido capaz de hacer algo semejante?. A todas luces se veía que había sido torturado. Tenía el cuerpo parcialmente despellejado, múltiples quemaduras, puñaladas, azotes y, lo peor de todo, punzadas de clavos que le atravesaban la palma de las manos. Estaba insconciente y en una profunda conmoción.

Después que el paciente hubo recibido los primeros cuidados médicos, se estabilizó por lo que lo transfirieron a la Unidad de Cuidado Intensivo, Rebeca miró a los policías que lo habían traído. No tenían mucho que contar, excepto que se trataba de un caso de secuestro. Al hallar el cuerpo pensaron que estaba muerto. No quisieron decir más sobre el caso y se marcharon rápidamente refunfuñando algo sobre el informe que tendrían que presentar.

Los demás de emergencia continuaron sus labores como si nada hubiera sucedido. A nadie le parecía sorprender ni molestar la condición del paciente. De nuevo Rebeca sintió la avasalladora sensación de oscuridad que ya había percibido antes. Se sentía muy intrigada y preocupada, pero no tardó en dejarse llevar de nuevo por la presión del trabajo. Nada de lo que había vivido hasta ese momento podía haberle sugerido siquiera la conmoción que le producía el testimonio de aquel hombre, que no era otra cosa que un joven pastor. Tampoco sabía que el siguiente golpe lo recibiría uno de los pacientes a quien ella más apreciaba.

Pero antes de seguir, veamos cómo el Señor había preparado a Rebeca para todo lo que tendría que enfrentar.

Había tenido el gran privilegio y bendición de nacer en el hogar de unos fieles cristianos que oraban a diario por ella. Había aceptado a Jesús como Salvador a muy temprana edad, pero no sabía nada de lo que era caminar en Él. Se había criado en un estricto y estrecho grupo religioso que no le había permitido entablar amistad ni interactuar con personas de fuera del mismo. Pero, extrañamente, siempre se había sentido rechazada por el grupo hasta el punto que nunca se sintió parte de él. Había sufrido burlas y escarnio en la escuela y dentro del grupo religioso. Había crecido con una profunda sensación de soledad. Además había sido enfermiza, y la niñez la había pasado entre la casa y el hospital. Luego, al crecer, se descubrió que tenía una enfermedad neoromuscular incurable y progresiva. Sus amantes padres le habían proporcionado estabilidad en la vida y sus oraciones la rodeaban y protegían, obviamente evitando que entrara en ese mundo de lo oculto que atrapa a tantos jóvenes con antecedentes similares.

Durante el primer año en la Escuela de Medicina por fin llegó a entregarle al Señor todos los aspectos de su vida, y situó a Jesús no solo como su Salvador sino como amo de su vida. Los cuatro años en la Universidad fueron duros no solo por la enfermedad neuromuscular sino también por la falta de dinero. Durante aquel tiempo Rebeca aprendió a confiar en el Señor, a caminar con él día a día, a escucharle en lo profundo del alma, a seguir sus directrices, a recibir su sustento cotidiano.

Antes de estudiar para médico había sido enfermera registrada durante siete años. Pero como resultado de la poderosa obra de Dios en su vida y de una cadena de milagros, había dejado la enfermería para volver a la escuela y estudiar para médico.

Cuando entró al Memorial Hospital no sabía absolutamente nada de satanismo ni sabía de la existencia de Elaine, una poderosa bruja que vivía cerca de allí. Jamás pensó que su caminar con Cristo en aquel hospital iba a causar tanta conmoción en el mundo espiritual que las fuerzas de las tinieblas llegarían a encolerizarse de tal manera que buscarían su muerte. En efecto, se vio envuelta en una lucha titánica cuando Elaine, una de las principales brujas de Estados Unidos, a la cabeza de otras brujas de armadas de todo el poder y las habilidades de la brujería, trataron de matarla.

El año de internado es el primer año de entrenamiento que recibe un médico que acaba de graduarse. Es con mucho el año de más intenso trabajo, y el más aterrador. Para Rebeca en el Memorial no fue diferente que para los demás, excepto que estaba constantemente consciente de que había algo extraño pero indefinible en cuanto a aquel hospital. Nadie parecía notarlo, ni siquiera sus colegas cristianos. Desde el principio halló una asfixiante atmósfera de odio, murmuración y lucha en el departamento y, sin duda, en todo el hospital. Era un ambiente de extraña frialdad. Esto, además de las enormes presiones físicas y emocionales del año, lo usó el Señor para que ella se acercara mucho más a Él.

Desde el principio notó una inusitada resistencia al evangelio. Cada vez que hablaba de Cristo se negaban redondamente a escuchar. Es más, en sus primeros seis meses en el hospital, la administración mandó a retirar la Biblia que los Gedeones habían colocado en los cuartos de enfermos y colocó un aviso en cada estación de enfermería en el que advertía que cualquier empleado que fuera sorprendido "evangelizando" a los pacientes sería despedido en el acto. Y a cualquier pastor que fuera al hospital se le impedía visitar a quiénes no fueran miembros de su iglesia; si las enfermeras los sorprendían "evangelizando" a otros pacientes tenían la obligación de ordenar que los guardias lo sacaran del hospital y no lo dejaran entrar más. No se permitía servicio de capellanía, lo cual es inusitado. Era como si se estuviera haciendo un esfuerzo por impedir cualquier mención de cristianismo dentro del edificio del hospital.

A Rebeca la asignaron primero a la Unidad de Cuidado Intensivo. De inmediato se vio envuelta en un remolino de actividad. Trabajaba hasta 120 horas a la semana. Dado ese horario tan agotador, atribuía al cansancio el constante empeoramiento de sus condiciones físicas.

Entonces el Señor empezó a poner en su corazón que debía ir al hospital una hora antes todas las mañanas para pasarla en oración por aquella institución y aquella ciudad, para que el evangelio fuera proclamado y produjera fruto. Al empezar a obedecer y orar todas las mañanas antes del trabajo, repetidas veces se vio compelida por el Espíritu Santo a orar que el Señor frenara el poder de las tinieblas en aquel lugar. A menudo se encontró citando Números 10:35 donde Moisés dijo:

"Levante, Jehová, y sean disipados tus enemigos, y huyan de tu presencia los que te aborrecen"

No sabía porque oraba de aquella manera, y a veces hasta sentía que era extraño que lo hiciera, pero el Espíritu Santo siempre la impulsaba a orar así.

A medida que el Señor iba aumentando la carga que sentía por las almas de aquel lugar empezó a orar diariamente que el Señor le permitiera ponerse en la brecha del hospital y de la ciudad como en Ezequiel 22:30-31:

"Y busque de ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese al portillo delante de mí por la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé. Por tanto derramé sobre ellos mi ira; con el fuego de mi ira los consumí: torné el camino de ellos sobre su cabeza, dice el Señor Jehová".

Rebeca no estaba segura de lo que aquello de ponerse "en la brecha" a "al portillo" significaba, pero le pedía al Señor que la usara.

Durante sus primeros meses en el Memorial, Dios le enseñó una valiosa lección de dependencia total en Él para su trabajo médico. En una ocasión, ya tarde en la noche, un paciente ingresó en la Unidad de Cuidado Coronario con un agudo dolor en el pecho, presión alta y posible ataque al corazón. Rebeca debía examinar y cuidar al paciente aquella noche. Este le dio una lista de las medicinas que estaba tomando, entre las que había una que era particularmente buena para bajar la presión arterial y simultáneamente disminuir el trabajo del corazón. Sin vacilar le dijo que estaba tomando cierta dosis y Rebeca lo creyó. Entonces le dio la misma dosis para bajarle la presión y aliviar el trabajo del corazón con la esperanza de prevenir un ataque. Lo que no sabía ella era que el paciente hubiera gradualmente a acostumbrarse a ella.

Una hora más tarde, las enfermeras la llamaron para decirle que la presión del paciente había descendido mucho, que estaba en shock y que al parecer iba a morir. Rebeca llamó a su superior, le explicó la situación y le preguntó que podía hacer para contrarrestar los efectos de la medicina que le había dado. Su jefe, con toda frialdad, le dijo que había cometido un error estúpido y que no había nada que pudiera hacerse, excepto a esperar a ver si el paciente vivía o moría. No había medicina que contrarrestara el efecto de la que le había dado. Y añadió que el mismo había cometido un error semejante como interno y que el paciente había sufrido serios daños en el corazón como resultado del shock y que casi había muerto.

Muchos pensamientos se arremolinaron locamente en la cabeza de Rebeca mientras caminaba a solas por los oscuros pasillos de la Unidad de Cuidado Coronario(UCC) para ir a ver al paciente. Sentía remordimientos, temor y autorreproche. Un sudor frío le corría la espalda al pensar que toda probabilidad había matado a una persona. De pronto el Espíritu Santo le mostró el error de los pensamientos que la atormentaban. Había estado pensando: "Dios hizo un universo de orden en que las causas y los efectos se suceden en forma ordenada. Por culpa de aquel estúpido error aquel hombre probablemente morirá. Como la medicina era absolutamente irreversible, el efecto se produciría, por lo que no había necesidad ni siquiera de orar o esperar que Dios interrumpiera el orden universal por aquella estupidez".

Con suavidad el Espíritu Santo inundó todo su ser con el conocimiento cierto de que ella era diferente. !Ella era hija del Rey!, por lo tanto tenía un privilegio especial que los demás médicos no tenían. Tenía derecho a pedirle a Dios el Padre, en nombre de Jesús, que corrigiera su error. Esa era una de las muchas cosas por las que Jesús había muerto en la Cruz.

Abruptamente dio media vuelta y corrió a la capilla y se echó sobre sus rodillas delante del Señor. Le pidió fervientemente que corrigiera su error, ya que era una hija del Rey afianzada en Hebreos 4:16:

"Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro".

Se levantó y regresó a la UCC. Al llegar encontró que la presión del paciente había vuelto a la normalidad, !y no tenía dolor!. Un nuevo electrocardiograma reveló que el corazón estaba trabajando perfectamente bien. Lo dieron de alta dos días después sin ningún daño en el corazón.

Aprendió también a seguir mejor la dirección del Señor a toda hora. Muchas veces él le hablaba a su espíritu en voz suave, y le señalaba errores antes de cometerlos, o le recordaba algo que había olvidado o pasado por alto o algo que había leído o aprendido en el pasado. Aprendió a ayunar y a orar que el Señor le revelara el diagnóstico en casos difíciles. Aprendió a depender del Señor para tener destreza en las manos, y a nunca hacerle nada a un paciente sin primero orar que Jesucristo, el Gran Médico, pusiera sus manos en las de ella y le impartiera su destreza. En todos los años hasta ahora, el Señor se ha mantenido fiel a ella y nunca ha tenido una complicación sería por culpa de algo que hubiera hecho mal.

Como a los seis meses de su internado, tras apenas haber sido asignado de nuevo a la Unidad de Cuidado Intensivo (UCI), el joven pastor que había visto en emergencia finalmente se recobró lo suficiente para poder hablar. Rebeca había estado bien al tanto de su estado, y constantemente había orado por él. El Señor frecuentemente la impulsaba a ir a su cuarto y conversarle. Un día él le contó lo que de veras le había sucedido y que había provocado su ingreso al hospital.

Roberto era pastor de una pequeña iglesia cristiana en aquella ciudad. Había estado trabajando con algunas personas que adoraban a satanás. En un pueblo cercano había una comunidad satánica muy grande, y el satanismo andaba rampante por aquel estado. Siguiendo la dirección del Señor, había estado ganando para Cristo a un buen número de aquellas personas. Habían dejado de servir a satanás y habían aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador. Los había ayudado a echar fuera los demonios que ellos mismos habían pedido que entraran en ellos para obtener poderes brujos. La noche en que Rebeca lo vio llegar al hospital, había sido secuestrado por los satanistas, quienes lo habían llevado a una de sus reuniones. Lo pusieron en la plataforma frente al grupo y lo torturaron. Estaban clavándola a una cruz cuando uno de los miembros gritó que alguien había visto algo sospechoso y había llamado a la policía. (Los satanistas tenían un receptor de la policía a través del cual se imponían de todas las llamadas). Roberto se desmayó cuando lo estaban crucificando y no supo más hasta que despertó en el hospital.

Rebeca estaba sorprendida, pues nunca había oído de algo igual. ¿Explicaba aquello la oscuridad espiritual que podía percibir en el hospital?. Pronto sabría mucho más de eso.

Cuando comenzaba su segunda ronda en la Unidad de Cuidado Intensivo su inquietud aumentó. Cada noche en que estaba de guardia, tenía bajo su responsabilidad a todos los pacientes de las unidades de cuidado. Un día empezó a notar que a pesar de que trabajaba con sus pacientes en un dedicado espíritu de oración, se producían muertes aparentemente inexplicables.

En la enfermedad, tanto como en la muerte de algún paciente, normalmente hay una ordenada y verificable secuencia de acontecimientos. Por ejemplo, si alguien cae en shock (baja presión arterial) por alguna hemorragia, una vez que se detiene la hemorragia por cirugía u otro medio y la sangre que se ha perdido le es repuesta con transfusiones, la presión arterial no tiene porque bajar de repente, al menos que vuelva a producirse una hemorragia u otra complicación con una infección fuerte.

Sin embargo, muchos de los pacientes de Rebeca llegaban a un estado estable y de pronto, sin ninguna razón aparente, se agravaban. El corazón les dejaba de latir, dejaban de respirar o la presión les bajaba a cero. Muchos morían a pesar de que se tomaban todas las medidas para salvarlos. Rebeca estudiaba las autopsias de esos pacientes, y se sorprendía todavía más cuando descubría que la muerte había sido producida por el problema con que originalmente habían ingresado al hospital.

Otra cosa que le preocupaba era la frecuencia y la manera en que se producía lo que los médicos llaman "sicosis de UCI aguda". Cuando un paciente pasa por la UCI (Unidad de Cuidado Intensivo) por varios días donde la luz está encendida las 24 horas del día, los monitores están funcionando y no hay ventanas. Debido a esto algunos pacientes se desorientan y comienzan a tener alucinaciones, y ven cosas que no son reales. Sin embargo, en aquel hospital, la incidencia de sicosis de UCI era mucho mayor que en cualquiera de los demás hospitales donde Rebeca había trabajado como enfermera o como estudiante de medicina.

Por eso se sintió guiada por el Señor a hablar con los pacientes apenas empezaban a "ver" cosas. Para su sorpresa, !casi todos le decían que veían demonios en la habitación!.

Muy preocupada, comenzó a hablar de la incidencia de muertes y casos de sicosis en las conferencias matutinas con los internos y residentes. Aparte de ella, nadie más parecía estar preocupado por el asunto. Hasta dudaban de ella. Tras el tercer intento de tocar el tema la llamaron a la oficina del director del programa de entrenamiento y le dijeron que no volviera sobre el asunto, que no tenía suficiente experiencia para saber de lo que estaba diciendo. Cuando les dijo que tenía diez años de experiencia además de la Escuela de Medicina, le dijeron que si seguía causando problemas tendrían que eliminarla del programa de entrenamiento.

Sus oraciones matutinas cobraron mayor intensidad cuando trató de recibir revelación de Dios en cuanto a lo que estaba pasando. La primera se produjo a través de uno de sus propios pacientes.

Perla era una anciana de color del sur de los Estados Unidos que había estado bajo el cuidado de Rebeca por seis meses. Se trataba de una cristiana vigorosa a la que Rebeca había llegado a conocer bien y a querer mucho. Una noche llegó muy enferma al hospital y Rebeca la ingresó en la Unidad de Cuidado Intensivo. A la mañana siguiente al dirigirse a la UCI para hacer sus rondas, las enfermeras que Perla tenía sicosis de UCI. Rebeca se sorprendió porque sabía que la anciana era una cristiana fuerte, muy sufrida y que no se asustaba fácilmente.

Al llegar al cuarto la encontró llorando. Cuando le preguntó porqué lloraba, Perla le dijo que si no la sacaba de UCI de inmediato, "aquella enfermera nocturna la mataría". Entonces le contó que la enfermera del turno de la noche había ido a hablar con ella para decirle que no era necesario luchar por seguir viviendo, que fácilmente reencarnaría a una siguiente vida; que llamaría al "poder supremo" para que viniera y la escoltara a la próxima "bella vida". Cuando la enfermera puso sus manos en las suyas y pronunció palabras que tenían la resonancia de un idioma extranjero, ella reconoció que se trataba de un encantamiento. Dado su trasfondo cultural, ella sabía de vudú, magia negra y demonios. Le dijo a Rebeca que estaba demasiado débil para seguir luchando y que sabía que si aquello se volvía a repetir esa noche, moriría.

!Rebeca quedó pasmada!, conocía a Perla lo suficiente para saber que no estaba mintiendo, y que tampoco estaba de algún modo fuera de sí; pero la enfermera a la que ella se refería era nada menos que la encargada de la UCI en el turno de la noche. Era una señora mayor, agradable, atractiva y una profesional excelente. Era bien organizada, entendida y procuraba que los pacientes fueran bien atendidos. Era muy respetada por los médicos y las demás enfermeras. Aunque siempre le había parecido un tanto fría y retraída, creía que era por las presiones del trabajo. Nunca le habían hallado ni siquiera una falta en su trabajo.

Sabía que no podía hablar con ninguno de sus colegas sobre el problema porque iban a pensar que estaba loca. Tampoco podía acusar a la enfermera porque no tenía pruebas. En aquel tiempo Rebeca no sabía mucho de brujas y casi nada de demonios. Solo podía hacer una cosa: presentarle el problema al Señor en oración. Así, cada momento libre que tuvo ese día lo pasó de rodillas en la capilla (siempre estaba sola en la capilla porque nadie la usaba). Ya tarde en el día el Señor le confirmó en su corazón que Perla estaba diciendo la verdad. El Señor también le ordenó que pasara la noche junto a ella, ya que estaba demasiado enferma para que la sacaran de la UCI. Y podría hacerlo porque esa noche no tenía guardia.

Lo que sucedió habría de transformar para siempre su vida. Sentada junto a la cama de Perla, sin esperar que sucediera nada, sintió opresión demoníaca como jamás la había sentido. Helen, la encargada de la UCI, no fue al cuarto de Perla aquella noche. Rebeca sintió que un tremendo poder invisible estuviera tratando de chuparle la vida. Trató de razonar científicamente lo que sentía, de convencerse de que sólo era su imaginación, pero no le valió de nada. Sintió que el cuerpo se le estaba debilitando tanto que apenas podía permanecer sentada. Perla lo sintió también. Se tomaron de la mano, y Rebeca oró en voz baja que el Señor las protegiera con el escudo de la preciosa sangre de Jesús. "Y lo han vencido [ a satanás] por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio". Aquella noche hubo una lucha tremenda, pero Perla sobrevivió y Rebeca la sacó de la UCI a la siguiente mañana.

Las siguientes revoluciones llegaron pronto. Rebeca estaba dirigiendo un estudio bíblico esa semana con algunas de las enfermeras que había llevado al Señor. Una de ellas, Jean, se puso un día a hablarle del satanismo con el que había estado relacionada antes de su conversión. Le dijo que Helen la había estado entrenando para médium y que estaba a punto de iniciarse en el grupo cuando ella le habló del Señor. Como resultado, había aceptado a Jesucristo como Señor y Salvador y no había querido saber más de Helen y las demás satanistas. Por todo esto, Jean tenía mucho miedo de Helen y sus amigas.

Dijo que se había enterado que Helen consideraba una tarea especial cuidar de los enfermos más graves de la UCI. Mientras lo hacía, conversaba con ellos y les decía que no había necesidad de que lucharan por seguir viviendo, ya que pronto reencarnarían a la siguiente vida y no tendrían más sufrimientos. Entonces, con su consentimiento o sin él, les imponía las manos e invocaba espíritus demoníacos (a los que llamaba "poderes superiores") para que fueran y condujeran a aquellos pacientes a la próxima vida. A menudo los pacientes e agravaban y morían. Jean temía contarlo porque la jefe de las enfermeras y los médicos tenían muy buen concepto de Helen, y sabía que no le creerían. Es más, después de entregarse a Cristo, Jean se las arregló para que la transfirieran a otro turno en que no tuviera que trabajar con Helen.

Habló de la comunidad ocultista que había cerca de la ciudad y que era uno de los mayores centros de distribución de literatura del ocultismo en los Estados Unidos. Era, además, un inmenso campo de adiestramiento de brujas y tenía incluso una iglesia satánica. Le confirmó todo lo que el joven pastor le había dicho y temía que a ella le sucediera lo mismo. Nadie en los alrededores tomaba en serio a aquella comunidad, pero eso era precisamente lo que Satanás quería.

Rebeca se enteró también por varias otras fuentes que otras enfermeras y médicos del hospital estaban envueltos en el ocultismo y en culto y la comunidad satánica. Le presentó el asunto al Señor y recibió confirmación. Se puso a estudiar la Biblia con fervor para aprender más de satanás y los demonios. Así supo que la gente podía ser poseída por demonios y podía utilizar poderes demoníacos para hacer cualquier cosa. Fue en ese punto que comenzó el estado de guerra activo contra Helen y los demás satanista que trabajan en el hospital.

En sus períodos de oración matutinos comenzó a pedirle al Señor que atara los poderes demoníacos en aquel lugar y en las personas que ella sabía que participaban. Todos los días por la noche antes de salir del hospital, pasaba por la UCI y otros pabellones, y quieta pero a viva voz imponía autoridad sobre los espíritus demoníacos que estuvieran allí ya o que fueran a estar por aquellos lugares durante el resto del día y de la noche, y los ataba con el poder del nombre de Jesucristo. Le pedía también al Señor que escudara de las fuerzas demoníacas a los pacientes.

Muchas noches en que estaba de guardia, la llamaban a UCI, o a algunos de los pabellones a atender a algún paciente que había empeorado. A medida que Dios le fue dando discernimiento en cuanto a qué problemas se debían a interferencias demoníacas fue aprendiendo a afianzarse en Lucas 10:19:

"He aquí yo os doy potestad de hollar sobre las serpientes y sobre los escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará".

y sobre Marcos 16:17:

"Y estas señales seguirán a los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios".

Muchas veces tenía que orase junto a la cama de un paciente y batallar en oración silenciosa, imponiéndose a los demonios y ordenándoles salir de allí, e invocando la protección del Señor Jesucristo sobre el paciente, mientras Helen (u otra de las enfermeras que eran brujas) estaban al otro lado de la cama dirigiendo todo el poder de que disponían contra ella y el paciente. Por supuesto, empleaba todos sus conocimientos de medicina para tratar de detener el mal curso de la enfermedad, pero pronto aprendió que ni todos sus conocimientos servían si no los combinaba en la batalla espiritual con la oración.

Como era de esperarse, a Helen, a satanás y a las otras brujas no les gustaba para nada las actividades de Rebeca. La batalla arreció. Rebeca trató de poner al tanto de lo que sucedía a un par de compañeros de trabajo que eran cristianos, pero no le creyeron. Le Dijeron que estaba enferma y agotada, y que se estaba imaginando cosas.

A medida que la batalla arreciaba, su enfermedad neuromuscular empeoró. Se puso, entonces, bajo el cuidado de uno de los mejores médicos del hospital. Pero a pesar de sus oraciones y el esfuerzo del médico, se dio cuenta que se estaba muriendo. Por fin, en el último día de su año de internado, se puso tan mal que no pudo seguir trabajando. Consultó con varios de los especialistas que habían tratado quienes le dijeron que en su opinión no le quedaba mucho de vida. Le preguntaron si quería que la ingresaran en aquel hospital o prefería regresar a su pueblo. Optó por regresar. Salió de aquella ciudad y de aquel hospital pensando que jamás volvería. Se sentía agobiada y apesadumbrada por las tantas personas de aquel lugar que estaban cautivas de poderes de las tinieblas.

Los próximos treinta días fueron días de agonía. La enfermedad progresó al extremo de estar tan débil que no podía caminar, y ni siquiera bajar sola de la cama. Pero en todo tuvo una total y hermosa paz. Jesús estaba al timón, y eso era lo que importaba. En sus noches de desvelo a causa del intenso dolor disfrutaba la dulce comunión con el Señor y fervientemente esperaba que pronto Él se la llevaría.

Un día, hacia el final de aquel largo mes, el pastor de su iglesia, el pastor Pat, la fue a visitar. Como era un hombre de Dios el pastor Pat no se conformaba con la certeza de que Rebeca iba a morir, y presentó el caso ante el Señor en oración. Fue a hablar con ella y le dijo que el Señor le había revelado que su voluntad no era que muriera.

-Sé que esto puede sonar ridículo, pero que el Señor me ha revelado que estás bajo el ataque de un poderoso grupo de brujas. Tu enfermedad ha empeorado mucho por los poderes demoníacos que te están lanzando. ¿Es posible?. ¿Has estado en contacto con algunas brujas?.

!Al instante Rebeca comprendió!. ¿Cómo no había relacionado su estado con la batalla que había estado librando contra los satanista del hospital?. Como nunca le había contado al pastor Pat sus experiencias, le refirió los acontecimientos del año anterior.

Pat se paseó de un lado a otro muy preocupado. Luego se volvió y le dijo:

-Yo sé que no es la voluntad del Señor que tu mueras. No cabe duda que tu enfermedad es causada por brujería. Tenemos que orar y contener el poder de esas brujas.

!Y sí que oró!. No sólo el pastor, sino los ancianos y unos 200 miembros de la iglesia ayunaron y oraron las 24 horas del día toda una semana. Intercedieron por Rebeca, y le pidieron al Señor que la escudara y quebrantara el poder de las brujas que había sido dirigido contra ella.

Como a la semana, una noche en que permanecía en la cama al borde de la inconsciencia, el Señor puso en su mente algo que había leído en un libro de Watchman Nee:

"A menos que un cristiano entienda claramente que su trabajo ha terminado y que ya el Señor no requiere que permanezca aquí, debe resistir a la muerte por todos los medios. Si los síntomas de la muerte aparecen en su cuerpo antes de que su labor haya terminado, definitivamente debe resistir a la muerte y sus síntomas.

Aceptar simplemente -por el ambiente, la condición física y las emociones - que nuestro tiempo ha llegado es un error de nuestra parte; mejor busquemos una indicación definitiva del Señor. Como vivimos para Él, debemos morir para Él. Cualquier llamada a partir que no proceda del Señor debe ser resistida.

Para vencer a la muerte, los creyentes deben de pasar de una actitud de sumisión a una actitud de resistencia. A menos que nos despojemos de nuestra pasividad no podremos derrotar a la muerte. Ella se burlará de nosotros y finalmente se producirá un inoportuno fin. Muchos santos hoy día confunden la pasividad con la fe. Razonan que lo han puesto todo en la mano de Dios. Si no tienen que morir, Él los salvará; si tienen que morir, sin duda permitirá que mueran: hágase la voluntad de Dios. Suena correcto, pero ¿es eso fe?, NO. Es simplemente pasividad perezosa. Cuando no sabemos cual es la voluntad de Dios, es correcto decir: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lucas 22:42). Esto no quiere decir que no tengamos que orar específicamente, dejando que nuestras peticiones sean conocidas de Dios. No debemos someternos pasivamente a la muerte, porque Dios nos ordena actuar en correlación con su voluntad. A menos que sepamos definitivamente que Dios quiere que muramos, no debemos permitir pasivamente que la muerte nos subyugue. Mas bien debemos cooperar activamente con la voluntad de Dios resistiéndola. ¿Porqué debemos adoptar una actitud así?. La Biblia trata a la muerte como nuestra enemiga (1Cor 15:26)".

A medida que el Señor traía a su memoria aquel pasaje, el Espíritu Santo le dijo que no era la voluntad del Padre que muriera, pues todavía tenía mucho que hacer. Debía levantarse, resistir a satanás, rechazar la enfermedad y la muerte. Le costó un poco hacerlo, porque en lo más íntimo de su corazón no quería vivir. No deseaba seguir luchando, sino ir al cielo con el Señor y disfrutar la paz y el gozo que allí esperaban. Pero la inquieta y suave voz del Espíritu Santo fue insistente.

Al, fin, con muchas lágrimas, se irguió sobre la "Roca", comenzó a reprender a satanás y a ordenarle en el nombre de Jesús que se fuera, que no iba a seguir aceptando la enfermedad que había enviado contra ella, y que no iba a aceptar la muerte. Más tarde el Señor le reveló que la única razón por la que se había manifestado aquella noche para que se levantara y luchara contra la muerte, había sido la poderosa intercesión del pastor Pat y la gente de la iglesia.

La enfermedad le había dañado tanto los músculos que tardó tres meses en recuperarse. Pero el Señor la levantó y la sanó completamente. Así que regresó al Memorial Hospital para terminar sus últimos dos años de entrenamiento, lista al fin para el encuentro que el Señor le había estado concertando con Elaine, la bruja principal que había intentado matarla.

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