Capítulo 10: EL ENCUENTRO
Habla Elaine:
ANTES DE LAS dos semanas del día en que acepté a Jesucristo como Señor y Maestro en vez de a satanás caí gravemente enferma. Había huido a otra ciudad que resultó ser la ciudad donde estaba el Memorial Hospital. Me desmayé en el trabajo y me llevaron a emergencia en una ambulancia. Yo no conocía a ningún médico allí así que entré como "paciente externa", lo que quiere decir que me pusieron en manos del interno de guardia aquella noche. Estaba desesperadamente enferma, con grandes dolores, sola y acobardada. Fue en ese estado, acostada sobre una incómoda camilla, que Rebeca entró en mi vida.
Me sorprendió. En primer lugar, nunca había visto una mujer médico. Segundo, ella era joven y muy bonita. Pero sobre todo, irradiaba algo que no podía definir pero que percibía definidamente. Los demonios en mi lo sentían también y no les gustaban para nada. Podía sentir como se retorcían y gruñían al decirme que no querían tener nada ver con aquella persona.
Con todo lo mal que me sentía, mientras me hablaba, mis ojos se clavaron en el cuello de su blanca chaqueta sobre el que llevaba un broche dorado que decía: "Jesús es la vida". Por último mi curiosidad se impuso a mi timidez y, alzando el brazo para tocarlo, le pregunté:
-¿Eres Cristiana?
-Sí - me contestó con una sonrisa- ¿Y usted?.
-Acepté a Cristo hace dos semanas - le contesté, moviendo afirmativamente la cabeza.
-!Qué bueno! - me dijo con voz cálida- Es la decisión más importante que una persona puede tomar.
Entonces, por segunda vez, escuché una cálida y suave voz que en mi fuero interno me dijo: "Escucha bien a esta joven, que es sierva mía y te va a enseñar muchas cosas que tienes que saber". Ya me daba cuenta que era la voz del Señor, pero yo estaba demasiado asustada y vacilante para creerlo del todo. Habrían de pasar muchos meses antes de que llegara a confiar plenamente en el Señor y en Rebeca.
Rebeca me dio de ingreso en el hospital aquella noche. A la siguiente mañana, para desencanto mío, me enteré de que no iba a ser mi doctora. Me asignaron a un joven que no me gustó para nada. Debo decir que era algo recíproco. No creía que yo tuviera dolor y ni siquiera que yo estuviera enferma. Pasé muchos días y muchas noches en dolor y lágrimas por la falta de atención de aquel joven.
Al segundo día de mi ingreso, Rebeca regresó a conversar. Trajo consigo una Biblia que puso en mis manos. Me asombró otra vez. Los médicos no andaban regalando Biblias a sus pacientes, que yo supiera. Pero no sólo me regaló una Biblia, sino que me dijo lo que debía leer y oró conmigo.
Lo primero que me mandó a leer fue el libro de Santiago. Al leerlo me enojé porque me acicateaba la conciencia. A los demonios no les gustaba tampoco. Estábamos de mal humor cuando volvió al siguiente día. Tan enojada estaba que le tiré la Biblia. Ella la evadió, la recogió y riéndose me dijo:
-¿Qué le pasa?. ¿Será que Dios le tocó donde le duele?. Mire, esto es lo que tiene que leer ahora....
Los demonios y yo estábamos furiosos de que nuestra ira no pareciera afectarla. Aquella fue la primera de las muchas sesiones que tuvimos con Rebeca para leer la Biblia.
Lentamente comencé a crecer en el sentido espiritual. Los demonios estaban muy molestos. Desde entonces casi siempre interferían y le hablaban a Rebeca en vez de hacerlo yo. Eran pocos corteses pues trataban de alejarla de mí. Todos los días pensaba que no iba a volver, pero siempre volvía.
Habla Rebeca
CUANDO Conocí a Elaine ni por la cabeza me pasaba que estuviera involucrada en el satanismo. Le compré una Biblia a instancias del Señor. No me daba cuenta que hablaba más con los demonios que habitaban en ella que con ella misma. !Era odiosa!, o mejor dicho, los demonios lo era. Me enojé tanto que le pedí que leyera Santiago primero porque Santiago habla bastante de dominar la lengua.
La primera estadía de Elaine en el Hospital duró seis semanas. Le hicimos cuanto análisis y pruebas se le podía hacer y no descubrimos nada. Yo no sabía todavía sobre las enfermedades demoníacas y todas mis oraciones pidiendo sabiduría en su caso parecían quedar deliberadamente sin respuesta. Los demás médicos concluyeron que no tenía nada y la dieron de alta. Pero yo no quedé tranquila.
Dos días más tarde, en un fin de semana en que estaba de turno, Elaine llegó a emergencia. De nuevo quedó a mi cuidado hasta que el interno regresara el lunes. Presentaba el mismo cuadro de dolor y enfermedad. Era una situación difícil. Yo de veras creía que estaba enferma pero no podía ni imaginarme lo que le pasaba. La pregunta que me hizo fue todo un desafió para mis conocimientos.
-Doctora Brown, ¿porqué estoy enferma todavía?
Hasta fui a que los ancianos me ungieran con aceite y oraran a Dios que me sanara. ¿Porqué no contesta?, ¿Habré hecho algo malo?.
De veras que aquel era un reto. No sólo desconocía lo que le sucedía a su cuerpo, sino que el Señor había decido permanecer en extraño silencio a pesar de las muchas oraciones en que le pedía su dirección. Le respondí a Elaine que no sabía porqué el Señor no había querido sanarla pero que estaba segura de que lo hacía con algún propósito. Preparé las órdenes de ingreso pensando que simplemente le entregaría el caso a mi jefe y a uno de los especialistas y no tendría que volver a preocuparme por ella. !Sin embargo, el Señor y Elaine tenían planes diferentes.!
Habla Elaine
HASTA ESTE SEGUNDO ingreso bajo el cuidado de Rebeca, yo había estado relativamente a salvo en el hospital. Satanás y los demonios no son omnipresentes como lo es el Señor y las noticias no siempre corren ligero en su reino. Nadie en el hospital sabía de mi deserción del satanismo y mi conversión a Cristo. Pero esta vez la cosa fue diferente. Muchos de los doctores y enfermeras eran satanistas y la noticia se sabía ya. Tenía que matarme por haber traicionado a satanás. Pasé todo el tiempo luchando por salvar la vida. Yo era mucho más fuerte que cualquiera de los satanistas de aquel lugar y vencía fácilmente.
Yo no sabía que no debía usar mis poderes y satanás y los demonios me lo permitían porque sabían que mientras lo hiciera no iba a crecer espiritualmente como debía. Por supuesto, no le conté nada a Rebeca. No confiaba en ella todavía, pero era tan diferente de los demás médicos que había encontrado que decidí hacerla mi doctora.
Cuando al siguiente día el especialista vino a verme lo reconocí inmediatamente. Era uno de los satanistas de mayor jerarquía en la localidad. Nunca me había agradado. Deliberadamente busqué pelea con él y mis demonios lo derrotaron completamente. Después de aquella primera batalla quedó tan herido físicamente que por tres días no pudo ir a trabajar al hospital. A la semana ya había logrado que me odiara y me temiera tanto que no quiso volver a verme, que era precisamente lo que yo deseaba. El interno era otra cosa. No era satanista pero tampoco era cristiano. Yo no le caía bien, pero se veía compelido por las reglas de su entrenamiento a ocuparse de mí.
Lo hice sufrir tanto a él como él mi hizo sufrir a mí. Me proyecté astralmente hasta su apartamento y escribí en sus paredes mensajes poco corteses con un marcador negro, y firmé con mi nombre, debajo. Cuando estaba en su casa le arrojaba platos y tazas y varias veces le desconecté el refrigerador para que se le echara a perder la comida. Cada vez que llevaba a alguien a que viera los mensajes en la pared, uno de mis demonios me avisaba a tiempo y yo le ordenaba que los borrara completamente antes de que los demás pudieran verlos. El médico se dio cuenta pronto que no podía contarle a nadie lo que estaba pasando porque iban a creer que se estaba volviendo loco. Llegó a odiarme y temerme tanto que como a las dos semanas tampoco quiso seguir atendiéndome. Sólo quedaba Rebeca. Tanto era el amor que irradiaba que incompresiblemente me atraía. Estaba aprendiendo a amarla y en lo más íntimo sabía que era la única que tenía la receta para mi liberación.
Habla Rebeca
MI ALIVIO EN cuanto al caso Elaine duró poco. Antes de cumplirse dos semanas de su ingreso, el interno vino y me dijo que cualquiera fueran las consecuencias no quería volver a saber de Elaine. Al final de la primera semana, el especialista me dijo que no le importaba lo que yo hiciera con Elaine, que se lavaba las manos en su caso. No iba a volver a verla. !Qué problema!. !Yo no sabía tampoco qué hacer con ella!.
En mis visitas diarias a Elaine invariablemente llegábamos hasta cierto punto en su crecimiento espiritual y después algo se interponía. Casi siempre se ponía odiosa. yo no sabía que los demonios en ella estaban tratando de alejarme. !Ni siquiera sabía que estaba endomoniada!. Una y otra vez, totalmente frustrada, quise sencillamente darla de alta y decirle que no podía hacer nada más por ella. Pero siempre que llegaba a ese punto, el Señor permitía que Satanás me tentara para que cayera de narices y tuviera y tuviera que pedirle humildemente perdón al Señor. Cuando esto sucedía, invariablemente me decía: Ves la paciencia que tengo que tener contigo. No puedes tener también un poco de paciencia con mi hija Elaine,!claro que el Señor siempre ganaba! De nuevo le pedía que pusiera en mi corazón un poco de su amor por Elaine, y regresaba a visitarla al siguiente día.
Finalmente, como a las tres semanas decidí atacar a fondo. Pasé el fin de semana en oración y ayuno pidiendo que el Señor me diera la clave del problema de Elaine. Ya tarde el domingo en la noche el padre me habló y me dijo: No has hablado con Elaine sobre sus relaciones con el ocultismo. todo le pareció tan simple entonces. debía haber conocido los síntomas, pero Satanás había bloqueado mi entendimiento.
El lunes en la mañana fui y le dije a Elaine que había algo de lo que todavía no habíamos hablado.
-!De qué!
- De su profunda participación en el Satanismo.
Obviamente estaba sorprendida. Se sentó y me miró en silencio por un minuto.
-!Cómo lo sabe!
-Me pasé el fin de semana ayunando y orando para que el padre me revelara la clave de su caso. El me lo dijo.
Le dije que como cristiana tenía que confesarle al Señor cualquiera participación en el ocultismo por terrible que fuera y pedirle perdón y luego pedirle que la apartara de ello y cerrara la puerta con su preciosa sangre. Ella se resistía a hacerlo. Finalmente, desesperada, le dije:
-Elaine, no puedo con usted. Pero sé quien puede: El Señor. Me voy ahora mismo a orar y a entregarla en sus manos para que se encargue de usted. Y salí.
Habla Elaine:
Nunca me había sorprendido tanto como cuando Rebeca entró calmadamente aquel día y me preguntó sobre mis andanzas en el ocultismo. Yo sabía que solo en dos lugares podía haber obtenido aquella información. Una era Satanás e la otra era Dios. aquella era, sin embargo, una verdadera encrucijada en mi vida. cuando Rebeca oró que el Señor se encargaba de mí, El sí que lo hizo. Rebeca estuvo repitiendo aquella oración de ese momento en adelante. Cómo aborrecía que yo lo hiciera, pero el Señor se abrió paso a través de la interferencia demoníaca y durante los siguientes días y semanas lentamente empecé a entender que como cristiana tenía que hacer de Jesús el amo absoluto de mi vida, además de mi Salvador.
Fui adquiriendo cada vez más confianza en Rebeca y mi cariño hacia ella creció también. Llegué a darme cuenta de su profunda consagración al Señor y empecé a tratar de conformar mi vida a la de ella. Aprendía con ella que el contrato que yo había firmado con sangre años atrás había quedado anulado por la sangre de Cristo. La lucha no fue fácil para mí, ni para ella. Pero todos los días, por la gracia de Dios, fui creciendo espiritualmente y mis problemas físicos comenzaron a desaparecer. Por fin llegó el día en que Rebeca me dijo que había recibido instrucciones del Señor en cuanto a que había llegado el momento en que había aprender a enfrentarme sola a satanás fuera del hospital. Me dieron de alta por última vez.
Capítulo 11: COMIENZA LA GUERRA ESPIRITUAL
Habla Rebeca:
CONTINUÉ VIENDO A Elaine como paciente interna durante un mes después que le dieron de alta en el hospital. Entonces satanás nos apuntó con sus cañones. Elaine me llamó a casa una noche e inmediatamente me di cuenta que estaba profundamente turbada. Había recibido una carta de La Hermandad aquel día. Y yo también.
La carta que recibí detallaba al pie de la letra mis actividades de las dos últimas semanas, hasta lo que compré en el mercado. Tenía mi dirección y mi teléfono. Me decían que si volvía a hablar con Elaine o a verme con ella que me agarrarían y me sacrificarían. A Elaine le decían que si volvía a verme o hablarme, y si no regresaba y se arrepentía y volvía a servir a satanás, la iban a agarrar y sacrificar en la próxima Misa Negra. Una línea de ambas cartas era muy similar a la carta que el jefe del ejército del rey de Asiria envió al rey Ezequías. Decían: "!Son idiotas si piensan que su Dios puede librarlos de nuestro Príncipe de las Tinieblas!" (ver Isaías capítulo 36 y 37).
-¿Qué vamos a hacer?- preguntó Elaine. No quería a volver a tener contacto conmigo con esperanza de evitar que la secta le hiciera daño, pero yo estaba segura de que esa no era la voluntad del Señor. Temblorosa, le dije que tenía que presentarle el asunto al Señor en oración y preguntarle qué quería que hiciéramos. Sabíamos que no podríamos huir. Uno no puede esconderse de satanás. Sabía también, al igual que Elaine, cuán capases de cumplir sus amenazas eran aquellas personas. Me acordé del joven pastor que había caído en sus manos y casi lo matan. Sabía también lo que me esperaba si caía en manos de la secta. No hacía mucho el Señor me había mostrado en visión como sacrificaban a una virgen: !la muerte es un agradable alivio para la víctima!.
Le presenté el asunto al Señor en oración. Me respondió que quería que Elaine viniera a vivir a mi casa inmediatamente, ya que todavía no tenía fe suficiente para luchar sola. Su esposo la había abandonado y seguía con los satanistas. Su hija estaba viviendo con su hermanastra dada su prolongada enfermedad y hospitalización. Estaba sola. El Señor me dijo que Elaine se suicidaría antes que caer en las manos de la secta. Sabía demasiado bien lo que le esperaba. Traer a Elaine para casa era atraer el ataque directamente hacia mí.
Estuve literalmente enferma dos días mientras ponderaba lo que debía hacer. Básicamente no tengo madera de mártil. No podría soportar las torturas físicas que seguramente me esperaba si La Hermandad me ponía las manos encima. Por ese entonces había llegado a querer a Elaine y no podría soportar tampoco que la torturaran a ella. Comprendía también que por dos años, día a día, le había pedido al Señor que me permitiera resistir en el frente de la batalla. Sabía que al estar en el frente pudiera ser necesario que el Señor le permitiera a Satanás echarme el guante como había sucedido a través de los siglos desde Esteban, el primer mártil cristiano.
Sabía que era inútil llamar a la policía porque muchos de ellos pertenecían a La Hermandad. Elaine y yo éramos impotentes ante un ejército tan numeroso y diestro como el de satanás. Pero al mismo tiempo sabía que no querer hacer la voluntad de mi Padre era lo mismo que negar a Jesús. Por último, a la segunda noche, me sinceré con Dios. Me arrojé rostro en el suelo y sollozante y entre lágrimas le dije: "Padre, Padre, tengo mucho miedo. No podría soportar las torturas físicas ni ver que torturaran a Elaine. Pero tampoco puedo negar a Jesús ni negarte a ti. !No puedo!. Haré tu voluntad, pero ayúdame, porque estoy aterrada".
En ese momento el Señor empezó a ayudarme. No es que dejara sentir miedo, sino que no sé como sentí fuerzas para seguir y hacer lo que tenía que hacer. Llamé a Elaine a la siguiente mañana y le dije que pasaba a recogerla al salir del trabajo, que debía venir a vivir conmigo. Absombrado me dijo que yo estaba loca, y que no quería hacerlo. Pero le dije que eran órdenes de mi Padre y que no tenía alternativa si es que quería seguir viviendo y servir a Jesús. Así que aquel mismo día Elaine se mudó a casa y desde entonces hemos vivido y servido al Señor juntas.
Faltaban dos semanas para la noche de la Misa Negra de la Hermandad. Estaban furiosos por la mudada de Elaine y nos lo hicieron saber de manera inequívoca con todo tipo de hostigamiento. Llamaban por teléfono a cualquiera hora, golpeaban en los lados de la casa y en las puertas y en las puertas en medio de la noche, tiraban piedras por las ventanas, y hasta agujerearon con disparos las paredes.
Mientras tanto sentía que la batalla era más bien espiritual. Sólo Dios podía pelearla. Leí y le conté a Elaine la historia de Josafat en 2 Crónicas 20. Un vasto ejército marchó contra él. Vio que no tenía ninguna posibilidad de enfrentar a aquel ejército, por lo que junto con toda su gente le presentó el problema al Señor en oración. Dios le respondió que la batalla era suya y que El, el Señor, los protegería. Le dije a Elaine que nuestra única esperanza era resistir en fe y que el Señor pelearía por nosotros. Teníamos que confiar que si El decidía otra cosa nos daría las fuerzas para resistir lo que su voluntad determinara. Mi oración era que si permitía que el grupo nos torturara, que nos diera las fuerzas para no negar a Jesús a ningún precio. Resultara lo que resultara, yo sabía que podía permanecer junto a Elaine y sustentarla en su fe hasta el final.
No informé nada de eso a mis padres. No quería arriesgarme a que la ira de La Hermandad se volviera contra ellos. Es más, no podíamos acudir a nadie excepto al Señor. Tuve que contárselo todo a mi compañera de casa, quien se asustó tanto que se fue a vivir a otro lado durante esas dos semanas.
A medida que transcurrían las dos semanas y el hostigamiento arreciaba, Elaine y yo leíamos y releíamos aquel pasaje de Crónicas. El día antes de la Misa Negra de la Hermandad, estando yo sentada en la biblioteca del hospital, uno de los estudiantes de medicina, también cristiano, se me acercó y dejó caer una tarjeta en mi regazo. Contenía unos versículos bíblicos. Me dijo que no sabía porque me los daba, pero que el Padre tres días atrás había puesto en su corazón que los escribiera y me los diera. Todavía guardo aquella tarjeta. Decía exactamente lo siguiente:
"No temáis ni os amedrentéis delante de ésta tan grande multitud; porque no es vuestra la guerra, sino de Dios. No habrá para que vosotros peleéis en este caso: paraos, estad quedos, y ved la salvación de Jehová con vosotros". 2 Crónicas 20:15 y 17
eran los mismísimos versículos en que Elaine y yo estábamos apoyándonos. Jamás podré expresar lo que sentí. Por primera vez, supe, sin sombra de duda, que el Padre pelearía por nosotros y estaríamos a salvo. Y a salvo estábamos.
La noche que la Hermandad había señalado, Elaine y yo tuvimos hasta la medianoche escuchando discos y cantando alabanzas al Señor. Cuando el reloj marcó la medianoche, el disco que escuchábamos era de Bill Consumado es. Y nos pusimos de pie y alabamos a Dios porque ya todo había terminado. Había cumplido su palabra. Había peleado por nosotros. Estábamos intactas. Nos fuimos a la cama y dormimos en paz el resto de la noche.
Al día siguiente de la Misa Negra de La Hermandad, la batalla entró en pleno apogeo. Los demonios que estaban en Elaine trataban abiertamente de matarla. Hasta ese entonces había insistido que no tenía demonios, pero aquella noche la tomaron y arrojaron al piso con un agudo dolor en el pecho parecido al dolor de un ataque cardíaco. Sin saber que hacer, le grité al Señor que interviniera. Así lo hizo y el dolor desapareció.
-Elaine, !eso tiene que haber sido un demonio!. ¿Porque te empeñas en negarlo?.
-Sí, era Mann-Chan. Está tratando de provocarme un ataque cardíaco.
-¿Quien es Mann-Chan?
-Mann-Chan es el demonio que ha estado guiando mi espíritu desde hace años. Satanás le ha ordenado que me mate.
En ese entonces yo sabía muy poco de lucha contra demonios pero se me ocurrió que había que resistirlos de la misma manera que el Señor e había enseñado resistir a satanás: A viva voz y en el nombre Jesús. Se lo dije a Elaine. Le recomendé que a viva voz, en el nombre de Jesucristo, le ordenara que dejara de hacer aquello y saliera. Elaine pensaba que era vergonzoso hablarle en voz alta Mann-Chan y no quiso hacerlo. Repetidamente durante los próximos dos días Mann-Chan estuvo arrojando a Elaine al piso. Ella se negaba a abrir la boca y por fin tuve que ordenarle en nombre de Jesucristo que dejara de hacer aquello.
Yo sabía que Elaine también tenía que aprender a pelear, que el Señor no iba a permitir que yo siguiera peleando por ella indefinidamente. Tuve que enfrentarme a la terquedad que le había permitido sobrevivir todos aquellos años, pero que ahora estaba mal encaminada. Por fin, al tercer día, desesperada, mientras Mann-Chan la atacaba de nuevo, fui a la puerta de la calle y, abriéndola, le dije:
-Si no te humillas y te diriges a Mann-Chan en voz alta como el Señor quiere y te le enfrentas, te va a matar. Vete de aquí a donde no te puedan oír y no regreses hasta que este asunto esté liquidado. !Sí dejas que te mate, no quiero que sea en el medio de mi sala!.
Salió inmediatamente y quedé espantada. ¿Qué había hecho?, ¿Y si la mataba?. Yo no quería eso. ¿Había sido demasiado brusca?. Me arrodillé y oré intensamente. Mientras oraba, como a los dos minutos, Elaine entró como una ovejita. Sentí un inmenso alivio de verla sin un rasguño.
-¿Qué pasó?
-Hice lo que me dijiste. Le ordené que saliera y salió. desde ese momento la batalla arreció. Ri-Chan y muchos otros comenzaron a afligirla. Como a la semana ya sabía yo que si los demonios no eran echados fuera la iban a matar. Yo nunca había echado fuera demonios y no estaba segura de que podía hacerlo.
El miércoles en la mañana llamé al pastor Pat y le conté la situación. (No llamé al pastor de la iglesia a que asistía cerca del hospital porque no creía que pudiera ayudarnos. Tiempo después sus acciones demostraron que el discernimiento que el Señor me había dado era correcto). Le dije que, en mi opinión, si Elaine no era liberada aquel día la matarían. Me dijo que la llevara al culto de oración de aquella noche y que después lidiaríamos con los demonios según el Señor nos guiara.
Fue toda una batalla llevar a Elaine a la iglesia porque los demonios que había en ella hacían lo posible por impedir que fuera. Prácticamente tuve que llevarla en peso al automóvil y asegurarla con el cinturón de seguridad. La sufriente Elaine aguantó hasta que terminó el culto de oración, pero nadie excepto el Señor lo notaba. Los demonios la estaban destrozando desde adentro, tratando de matarla antes de que los expulsaran. Admiro mucho el valor y la determinación de Elaine de ser liberada. Ni una sola vez se quejó de su agonía.
Después del culto de oración el pastor Pat nos pidió a Elaine y a mí que fuéramos con él y dos ancianos de la iglesia a su oficina. No creo que aquellos dos ancianos hubieran participado antes en sesiones de liberación. El pastor Pat sí. Comenzó con una oración. Le pidió al Señor que sellara aquel cuarto con sus ángeles para que nada ni nadie pudiera entrar ni salir de aquel lugar hasta que la obra quedara terminada. Elaine y yo nos miramos. Sabía que estaba pensando lo mismo que yo: "!Ahora viene lo bueno!".
Tras orar, el pastor se dirigió a Elaine para que confirmara que había aceptado a Jesús como Salvador, Señor y Amo de su vida; que había rechazado a satanás y todo lo que con él tuviera que ver, y que quería que los demonios salieran. Así lo hizo. Desde momento comenzó la batalla. Los demonios afloraban y hablaban a través de Elaine. Jamás había visto nada parecido. Sus ojos, su voz, su rostro se transformaba. Nunca olvidaré al primer demonio. De pronto una voz masculina y gutural dijo:
-Soy Yaagogg, el demonio de la muerte, y todos ustedes son unos idiotas. No pueden ganar. Mataremos a esta estúpida traidora. Ella pertenece a satanás y el no va a permitir que siga viviendo.
El pastor Pat ni pestañeaba.
-!Espíritu mentiroso y necio!. Elaine está ahora en territorio sagrado. !Ella pertenece al Señor y tú lo sabes!. !Te ordeno en el nombre de Jesús que salgas de ella!.
La batalla rugió por ocho horas. Mucho demonios fueron sacados a la superficie, obligados a identificarse y echados fuera. Fue una hermosa experiencia. El Espíritu Santo estaba en control absoluto de todo y había una suave coordinación entre nosotros a medida que Él usaba primero a uno y después a otro. Sentíamos la presencia del Señor en aquel cuarto. Ordenábamos a los demonios que salieran de Elaine con la autoridad del nombre de Jesús, leíamos la Biblia en voz alta, cantábamos alabanzas al Señor y orábamos y alabábamos al Señor por su total victoria sobre satanás. Los demonios parecían particularmente atormentados por nuestras alabanzas y parecían perder fuerza rápidamente. La mayoría fueron saliendo en medio de una tos violenta.
!Qué alegría, que gozo cuando por fin terminó la sesión de liberación!. De pie, palmeábamos y alabábamos al Señor en completa y hermosa unidad. Extenuadas pero gozosas, Elaine y yo regresamos a la casa alabando al Señor.
Las semanas siguientes a la primera liberación de Elaine fueron semanas intensas en decisiones que habrían de afectarnos el resto de nuestras vidas. El Señor me habló al principio de aquella semana. Me preguntó si estaba dispuesta a consagrarle mi vida de una forma distinta, para usarme como Él quisiera en luchas directas contra satanás y ponerme al frente de la lucha para que muchas almas pudieran salvarse, especialmente entre los de La Hermandad. El Señor me dijo que si decidía hacerlo tendría que esperar sufrimientos y persecusión. También tendría que cambiar los planes en cuanto a mi carrera. Me mostró que podría sentirme sola y rechazada y que a la larga tendría que renunciar a la carrera de medicina, pero que Él siempre iba a estar conmigo. Me dijo también que perdería toda mi familia, lo que ya había sucedido.
Era una gran encrucijada. Siempre me había gustado la oncología y, apenas el mes anterior había sido aceptada en un programa de estudios oncológicos en una de las más antiguas y prestigiosas instituciones de los Estados Unidos. La oncología es la rama de la medicina que se especializa en el tratamiento del cáncer. Ser aceptada precisamente en aquel programa era considerado un gran honor. Yo soñaba con especializarme en esa rama. El Señor me dijo que Él no presenta opciones de segunda a sus hijos y que si no decidía consagrar mi vida a luchar contra satanás, me iba a bendecir mucho de todas maneras.
Era una situación difícil. El Señor quería que me quedara en medicina interna y estableciera un consultorio privado para poder atender a una más amplia gama de pacientes. Esto era necesario para que Él pudiera traer personas a las que debía ayudar, especialmente miembros de las sectas. Al pensar en ello, comprendí que amaba al Señor demasiado para concederle menos que su primer deseo. Cuando expresé esto a un pequeño grupo de colegas "cristianos" en el hospital y el hecho de que habría de renunciar al puesto en la asociación oncológica, me dijeron que sólo pensar en ello era una locura.
También muchos de mis amigos me comenzaron a presionar para que le pidiera a Elaine que se fuera de Casa. Quienes no sabían que Elaine se había mudado a casa también comenzaron a ponerse en contra mía sin razón explicable alguna. Satanás actuó de tal manera que al final de aquella semana no me quedaban amigos. Mi familia y mi compañera de habitación también me presionaban para que echara a Elaine. Pensaban que yo no estaba entendiendo bien al Señor. Aún el pastor de la iglesia a la que yo asistía cerca del hospital me llamó para que echara a Elaine. Me dijo, entre otras cosas, que yo me metía demasiado con la gente, especialmente con Elaine. Y llegó hasta decirme que no sería muy bien recibida en la iglesia a menos que me desihiera de Elaine.
Me sentía sacudida y comencé a preguntarme si de veras había entendido bien al Señor. Pero durante aquel tiempo, el Espíritu Santo trajo poderosamente a mi mente las palabras de 1 Pedro 1:22 "Amaos los unos a los otros extrañablemente de corazón puro". Para mí, aquello no se refería a una simple relación superficial. También el Espíritu Santo me impactó con Galatas 6:2 "Sobrellevad los unos las cargas de los otros; y cumplid así la ley de Cristo". De nuevo sentí paz en mi corazón y en mi espíritu en cuanto a que había entendido bien al Señor.
No obstante, ese fin de semana me sentía desalentada y deprimida. Volví a ver al pastor Pat el domingo y le conté lo que estaba pasando, y lo deprimida que me sentía. No olvidaré nunca la experiencia. El pastor Pat me miró a los ojos y me dijo:
-Rebeca, entrar en batalla espiritual con la total consagración que me describes acarrea rechazo y dolor. Si no puedes soportarlo, mejor es que no sigas.
Me sentí elevada. Era todo lo que tenía que oír. Al siguiente día me decidí. Le dije al Señor que le entregaba mi vida para que la usara en aquella nueva dimensión, que me consagraba totalmente a Él para que me usara como quisiera en la lucha directa contra satanás para que las almas se salvaran y Jesucristo fuera glorificado.
Entonces me senté y le escribí al director del programa de oncología y le dije que después de mucha oración sabía que no era la voluntad del Señor que yo tomara ese rumbo en mi carrera, y que no debía ir. !Qué furia despertó mi decisión en el hospital!. Los directores de mi programa estaban furiosos y no entendían cómo era posible aquella decisión. Traté de explicarles que no era la voluntad de Dios que yo me hiciera oncóloga. Me dijeron que estaba loca porque "¿quién ha visto que Dios le habla así a la gente".
La mayoría de los cristianos no se percata no sólo del mundo espiritual, sino del hecho de cada acción nuestra en nuestro mundo físico afecta el mundo espiritual. Carlos G. Finney describe bellamente esta relación de causa y efecto entre el mundo físico y el mundo espiritual:
Todo cristiano impresiona con su conducta y es ejemplo para un bando u otro. Su apariencia, su ropa, su comportamiento, causan constantemente impresión en un lado u otro. No puede evitar testificar a favor o en contra de la religión. O está recogiendo con Cristo o está desparramando. Con cada paso que damos tocamos cuerdas que vibrarán por toda la eternidad. Cada vez que te mueves, tocas claves cuyo sonido resuena por sobre las colinas y los valles del cielo, y por las oscuras cavernas y bóvedas del infierno. Con cada movimiento de nuestra vida estamos ejerciendo una tremenda influencia que repercutirá en los intereses inmortales de las almas que nos rodean La última llamada...guía de avivamiento por J.T.C p.31.
Algo ocurrió de repente que hizo de esta verdad una realidad en mi vida. No había comprendido la importancia de la ola de reacción en el mundo del espíritu de los acontecimientos de mi vida. Primero yo había estado utilizando el poder de Jesucristo para bloquear la brujería en uno de los hospitales favoritos de satanás. En aquel tiempo el Señor me había hecho partícipe en la batalla en que satanás perdió una de sus principales esposas, acontecimiento que significó una pérdida de prestigio para él en su reino. Poco después satanás y sus demonios fracasaron en su intento de tomarnos a Elaine y a mí como sacrifios humanos porque el Señor había intervenido para protegernos. Creo que la gota que rebosó la copa, por así decirlo, fue mi consagración total al Señor para que me usara en batalas directas contra satanás.
Poco consciente de la "onda" que esto causaba en el mundo espiritual, un día salí tranquilamente al patio de mi casa a comer en la mesa bajo los árboles. Allí sentada y disfrutando el sol Dios permitió que el velo entre el mundo espiritual y el físico se disipara brevemente.
De repente, apareció una figura resplandeciente que se sentó frente a mí. Tenía forma humana. Mientras miraba en callado absombro el Espíritu Santo me reveló quien era. Era el ser que menos esperaba conocer personalmente. Aquella figura resplandeciente que se me presentaba con el brillo de un "angel de luz" era el Principe de las Tinieblas, el Principe de la Potestad del aire, soberano de un vasto reino de maldad: !Satanás en persona!. No recuerdo los detalles de su apariencia porque no podía apartar mis ojos de aquellos ojos: eran tan perversos. Eran negros como el carbón y tenía una profundidad, negrura y maldad que parecían saltar y envolverme. Por un instante sentí como caía hacia adelante en el negro abismo de aquellos ojos, pero algo me sostenía y estabilizaba. Se veía que satanás estaba furioso, muy furioso.
-!satanás!- exclamé, y el confirmó su identidad con un brusco movimiento de cabeza - ¿Qué buscas?
-Mujer, ¿te atreves a enfrentarte a mí?
-A eso he dedicado mi vida.
-Lo sé, pero ¿de veras te atreves a enfrentarte a mí?.
Me quedé perpleja y sorprendida ante la reiterada pregunta. Era obvio que su ira crecía por instantes, pero el Espíritu Santo me llenó de tan completa paz que después me maravillaba de no haber sentido miedo.
-Satanás, no me enfrento a tí en mi propio poder, sino en el poder y la autoridad de Jesucristo.
-Pues calcula primero el costo, como el Jesús a quien sirves aconsejó a sus díscipulos - me dijo, y citó al pie de la letra lo siguiente:
"Porque ¿cual de vosotros queriendo edificar una torre, no cuenta primero sentado los gastos, si tiene lo que necesita para acabarla? Porque después que haya puesto el fundamento, y no pueda acabarla, todos los que lo vieren, no comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar. ¿O cual rey, habiendo de ir a hacer guerra contra otro rey, sentándose primero no consulta si puede salir al encuentro con diez mil al que viene armado contra él con veinte mil?. De otra manera, cuando aún el otro está lejos, le ruega por la paz enviándole embajada. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi díscipulo". Lucas 14:28-33
-Mejor es que calcules el costo, mujer, porque te digo que haré de tu vida una agonía. !Te enviaré la angustia que jamás pensaste que te pudiera sobrevenir!.
Se que aquella poderosa criatura hablaba bien en serio y que desde que lo había consagrado todo al Señor (mis posesiones, mi carrera, mi familia, mi vida misma), no dudo que satanás se los haya pedido a mi Padre como lo hizo con Job hace muchos años. Era algo digno de consideración.
Por fin le respondí:
-He calculado el costo hasta lo que yo sé y sé que cualquier cosa que me sobrevenga en el futuro está bajo el total control de mi Dios, y me limitaré a confiar que Su gracia ha de bastarme. Así que sí, satanás, me atrevo a tomar la autoridad y el poder que Jesucristo me da, !y me atrevo a enfrentarme a ti en el nombre de Jesucristo mi Señor!.
Mis ojos se clavaron en los ojos de satanás por un largo momento de silencio. De nuevo sentí la extraña sensación de que algo no me hubiera estado sosteniendo, me hubiera hundido en la horrible perversidad que había en ellos. Entonces satanás asintió con gesto brusco.
-!Muy bien! - dijo, y desapareció.
Me quedé ponderando aquella experiencia. El sol seguía brillando ardientemente, la brisa seguía batiendo las hojas de los árboles, y las aves seguían cantando. Me percaté de que de alguna manera había dado un paso irretractable. Hasta este momento en que escribo, el costo ha sido grande. He perdido a toda mi familia, mi carrera y todo lo que tenía en términos de posesión terrenal. He sufrido mucho en mi cuerpo físico. Pero a través de todo, el Señor ha estado conmigo y lo que satanás manda para derrotarme, el Señor lo transforma en victoria.
El camino ha sido largo y accidentado desde aquel primer encuentro con satanás. El ha convertido mi vida en agonía y en una angustia que yo nunca supe que existía, y sé también que mucho más ha de venir. Pero, también jamás hubiera llegado a conocer al Señor como lo he conocido, y aunque sé que también en cuanto a eso es sólo el comienzo, conocerlo mejor vale cualquier precio. Por fin sé el significado de Mateo 6:19-21 donde Jesús dijo:
"No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan; más haceos tesoros en el cielo, donde ni el tesoro ni el orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan: porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón".
!El tesoro más valioso que uno puede conocer es el conocimiento personal de Jesús, del Padre y del Espíritu Santo!.
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