La Madre Teresa no pierde oportunidad de reiterar ese hecho siempre
sorprendente sobre el trabajo, esa constatación que el joven neoyorquino había
descubierto sin proponérselo y que San Francisco expresa de manera tan simple: “Es dando que se recibe”.
Avanzando con el amor, tratando de acercarse al otro con amor, han
encontrado, en hombres y mujeres que tienen amplia justificación para expresar
lo contrario, coraje, gratitud y una enorme dulzura. Y como saldo de esta
experiencia llega una fe sólida como una roca – infecciosa, altamente
contagiosa, que brilla en los ojos de todos los que la poseen – en la esencial
bondad que todos compartimos.
La Madre Teresa describe a un hombre moribundo traído hasta ella que
dijo: “He vivido como un animal en la calle, pero voy a morir como un ángel,
amado y cuidado”.
“Y fue tan maravilloso”, agrega, “ver la grandeza de este hombre que
podía hablar de esa manera, que podía morir así sin culpar a nadie, sin
maldecir a nadie... Esa es la grandeza de nuestra gente. Y es por eso que
creemos en lo que Jesús dijo: Estaba hambriento, estaba desnudo, no tenía
techo...”.
Desenmascaremos la colorida faz de la vida actual, detengamos su agitado
paso para observarla un momento, y resulta bastante fácil ver los supuestos que
subyacen bajo la superficie, supuestos que configuran una cierta visión de la
naturaleza humana: que somos criaturas finitas, limitadas y esencialmente
impotentes, caracterizadas por nuestros deseos y necesidades, obligadas en un
mundo de escasez a luchar para obtenerlo, y salir triunfadores en la medida que
los hayamos satisfecho.
Esta deprimente conclusión, fomentada por los libros, el cine, la
publicidad, ha logrado desintegrar cualquier lazo tierno y firme que alguna vez
nos haya unido unos a otros. ¿Puede una
frase del tipo de “la familia humana” tener alguna resonancia, algún poder para
conmovernos, si la palabra “familia” ya no lo tiene? La madre Teresa lo pone en
duda.
Mucho de lo que sucede bajo el rótulo de trabajo por la paz es, de
hecho, trabajo antibélico simplemente. Lo
que la madre Teresa sugiere, implícitamente, así como también con palabras, es
que el modo más grande, más efectivo y más poderoso de oponerse a la guerra es
comprometerse con la paz, comprometerse con el amor para hacer surgir la
energía y la dedicación de esa fuente que es meramente inagotable.
El ensayo de Easwaran sobre la madre Teresa proclama ese desafío básico
que ella nos presenta: el amor. Es él un maestro experimentado, y sabe bien que
en el corazón de sus oyentes resuena una pregunta: “Pero, ¿cómo? ¿cómo puedo
transformar este ser limitadísimo e incapaz que soy y convertirlo en una
poderosa fuerza para el bien?”.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con
toda tu mente”. Este es el mandamiento del gran Dios y Él no ordena lo
imposible.
El amor es un fruto siempre de estación y al alcance de toda mano. Cualquiera puede tomarlo sin limitaciones. Todos puede alcanzar este amor a través de la meditación, el espíritu de oración y el sacrificio, con una intensa vida interior.
Hay hambre de pan y hay hambre de amor, de cariño, de interés; y es esta
la gran pobreza que hace sufrir tanto a la gente.