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Cuando la gente me pregunta esto, generalmente les señalo: “Ya tienen un montón de energía”.  En lo referente a los seres humanos, no existe una real crisis de energía. Todos nosotros tenemos grandes cantidades de vitalidad. La desperdiciamos, dejándola dispersarse sin sentido a través de ciento un mil canales.

 

Aquí nuevamente, existe una estrecha relación con la atención. La energía comienza a drenar cuando permitimos que la mente continúe trabajando, repitiendo el mismo pensamiento una y otra vez. He escuchado muchos nombres científicos para describir este fenómeno, yo lo compararía simplemente con un disco rayado. La mente está tocando una de sus pequeñas melodías – “Las rosas son rojas, las violetas azules, Tchaikovsky es grandioso y también lo eres tú” – y de repente suena “Tchaikovsky, Tchaikovsky, Tchaikovsky, Tchaikovsky...”. sí es como son la mayoría de los complejos de culpa, los recuerdos compulsivos, los resentimientos, las obsesiones: uno se queda sentado allí como el perrito de la propaganda escuchando obedientemente a “La Voz del Amo” mientras que el mismo gastado pensamiento pasa una y otra vez.  No se trata de una enfermedad mental seria, en este caso sólo de un inconveniente mecánico menor. Cuando aprendemos a meditar con eficacia, si la mente se desliza hacia un suceso negativo, podemos levantar suavemente la púa y volverla a colocar en uno positivo.

 

Esto no significa evadirse de las dificultades o jugar a ser Pollyana, la heroína de las novelas juveniles. No se trata más que de un buen modo de conservar la energía. Cualquiera que sean nuestros problemas, concentrarnos en ellos constantemente no sólo los magnificará sino que también consumirá mucho de nuestro tiempo y energía en el proceso.

 

Para expresarlo en otros términos, los pensamiento negativos como el enojo, el resentimiento, la codicia, la preocupación, son como agujeros en un tanque, a través de los cuales se escapa la vitalidad. Hace unas semanas, cuando conducíamos hacia San Francisco, nos paso un auto dejando tras de sí una huella de gasolina. Alrededor de media hora más tarde vimos a ese mismo auto parado a la vera de la ruta sin combustible. Esto es lo que la mayoría de nosotros hace con su mente. Está llena de energía, sin embargo, andamos por la vida tratando de hacerle la mayor cantidad posible de agujeros, multiplicandos nuestros deseos, nuestras posesiones, nuestras ansiedades, nuestras frustraciones hasta que al finalizar el día, casi no tenemos más energía. El más grande de estos agujeros es el del deseo egoísta. Una vez Celina, la hermana mayor de Teresa de Lisieux, le preguntó  a la santa por qué razón no estaba ella, Celina, progresando en su vida espiritual. Teresa tomó el pulgar de Celina y escribió en broma: “Demasiados deseos”. La vitalidad va drenando por entre tantos deseos. Cuanto más deseemos para nosotros, menos energía tendremos y por lo tanto, menos capacidad para amar.

 

Cuando nos cuesta amar a otras personas o anteponerlas a nosotros mismos, podemos considerarlo como una crisis personal de energía. Leo mucho en la actualidad sobre la crisis de combustible fósil. Todo el mundo da por sentado que la única solución es encontrar alguna otra fuente de energía. Sin duda esto es necesario, aunque existe otra solución que también convendría implementar: reducción del consumo. Lo mismo sucede cuando se trata de nuestra energía personal, de nuestra vitalidad. Nosotros no tenemos átomos para desintegrar o fusionar, molinos para construir, sol al que recurrir como fuente alternativa de energía; tenemos que conservar la que tenemos y hacerla durar.

 

Si viviéramos en una casa con una pequeña batería eléctrica nos la pasaríamos apagando luces a diestra y siniestra. Si tan sólo tuviéramos un único tanque de querosene o gas, estaríamos siempre dispuestos a reducir la calefacción. Del mismo modo, cuando no estamos usando la mente, podemos aprender a desconectarle. Si algún imperioso deseo nos está urgiendo a la acción, podemos aprender a apagar la calefacción. La energía no se pierde. En vez de gastarse se consolida en forma de enormes reservas de vitalidad, seguridad y dominio de sí.

 

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