Con la crisis de combustibles fósiles pisándonos los talones, he hablado
mucho últimamente de comprar y poseer menos cosas, porque es mucha la energía
que se gasta en producir objetos que no resultan ni necesarios ni beneficiosos.
Comprar menos y poseer menos también contribuye a preservar la energía
personal. Comprar cosas que no necesitamos, por ejemplo, aún cuando sólo se
trate de desearlas detrás de una vidriera, es un enorme desperdicio de
vitalidad; la energía fluye hacia el exterior con cada pequeño deseo. La
relación parece un poco sorprendente, pero se hace muy difícil amar para los
grandes compradores. Cuando una persona de ese tipo sale de compras, desparrama
cantidades de amor generosamente por los comercios. Podemos llegar a la
bancarrota amatoria de esta manera, del mismo modo que podemos quebrar
financieramente. De modo que si Ud. quiere una prueba fehaciente de su
capacidad de amar, entre en su negocio preferido algún día, mejor si es durante
una liquidación, y pruebe a ver si es capaz de atravesarlo, sin mirar a los lados,
y salir de allí ileso. Tal vez suene imposible, pero puede hacerse.
Esto nos lleva a la cuarta característica esencial del amor: la
capacidad de discriminar entre los buenos y malos deseos. El criterio es muy
simple. Los buenos deseos benefician a todo el mundo, incluyendo por supuestos,
a nosotros mismos. Los deseos malos pueden ser muy agradables, pero no
benefician a nadie – de nuevo, ni siquiera a nosotros mismos -. El problema se
suscita porque los malos deseos son muy hábiles simuladores. Se ponen un traje
elegante y un bigote falso y se presentan amablemente como el Sr. Correcto,
benefactor de la humanidad; si resultan ser justamente lo que nos agrada sólo
se trata de una feliz coincidencia. Para amar debemos estar en condiciones de
reconocer los buenos deseos y tender hacia ellos, lo que constituye una
situación agradable pero bastante rara. Más importante aún, tenemos que estar
en condiciones de reconocer los malos deseos, y resistirnos, lo que es muy,
pero muy difícil.
Nuevamente puede darles un pequeño ejemplo mi propia vida. Esta mañana
mi amiga Laurel preparó especialmente para mí unos waffles hechos con almendras
finamente picadas. No sólo consistían en un delicioso y amable gesto de amor
sino que también eran muy nutritivos. Por lo tanto, cuando llegó a mi puerta,
recibí la comida con los brazos abiertos; a ella, a los waffles y a mi deseo
mental de comerlos. En cambio, si hubiera entrado en la cocina y me hubiera
encontrado un paquete de waffles congelados sobre la mesa, acompañados de una
nota que dijera “Tengo que ir a mi clase de golf. Sólo ponlos a calentar
siguiendo las instrucciones del envase”. Bueno si yo hubiera sentido algún
deseo de comer waffles le hubiera dicho a ese deseo: “Por favor retírate. A estos no los quiero comer; no los quiero
ni ver, ni siquiera quiero oír hablar de ellos”.
La mayoría de los deseos equivocados, debo admitirlo, no son resistidos
tan fácilmente. Debemos convocar a todo
instinto militante para enfrentar ese deseo cuerpo a cuerpo. Ni siquiera nos damos cuenta de que podemos
elegir. Cuando se presenta un deseo muy poderoso, creemos que tenemos que
ceder. Existe un cierto placer en
ceder; no obstante, si se me permite decirlo, la satisfacción es mucho más
duradera, si resistimos, aun si al principio no triunfamos. La actitud misma de
resistir los deseos equivocados es el comienzo de la buena salud, la vitalidad
y el amor.
No sólo eso, resistir malos deseos en realidad genera energía. Cada vez que desafiamos a un poderoso deseo egoísta, un inmenso poder se libera y queda en nuestras manos. No creo que este hecho se sospeche siquiera fuera de las grandes religiones del mundo, sin embargo es el secreto de todo trabajo y transformación espiritual.
Nuestros deseos no son exclusivamente de nuestra incumbencia; son asunto
de todo el mundo. Cada vez que
resistimos un deseo egoísta, aun cuando no lo hagamos por nadie en particular,
hacemos un acto de amor – así como cada vez que cedemos ante un deseo egoísta,
se evidencia una falta de amor –. La razón es simple: todo lo que hacemos
afecta a los demás ya sea directamente, a través del medio ambiente, por la
fuerza de nuestro ejemplo. Para mi, por