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depresión. Si pudiéramos tener el suficiente desprendimiento como para observar la mente en actividad, parecería como un sube y baja.

 

Este fenómeno está íntimamente relacionado a algo que se está convirtiendo rápidamente en una forma de vida en la actualidad: la distracción. En el fondo, el hábito de la distracción se origina en un deseo de mantener la mente en una vorágine constante. Durante la Segunda Guerra Mundial existía un eje Berlín – Roma; esta falsa creencia sobre la mente es la propaganda de lo que podríamos denominar el eje mente – cuerpo. Para estar verdaderamente vivos, nos parece, la mente tiene que estar constantemente estimulada.

 

Tengo maestros amigos que se quejan de que la mayoría de los niños tiene, en la actualidad, dificultades de concentración; su período de atención es muy corto. Esto es, con frecuencia, una consecuencia directa de la distracción. En rigor de la verdad, no ocurre por lo general por culpa de los niños.  La civilización moderna premia la distracción, y los medios de comunicación están frente a los ojos de los niños y en sus oídos para decirles constantemente: “¡Qué tu mente no deje de saltar! ¡Si lo hace, te aburrirás!.

 

La meditación es particularmente efectiva para desmantelar este hábito que ha desarrollado la mente, porque lo que la distrae nuevamente son sus gustos y sus fobias. Deberíamos ser capaces de concentrar la mente en cualquier tema y mantenerla enfocada en él sin ningún esfuerzo o protesta, ya se trate de un tema que le interese o no. Esto es lo que yo denomino una forma experta de manejar. Arrancamos la mente en nuestra autopista mental, aceleramos suavemente a ochenta kilómetros por hora, y nos trasladamos siempre por el mismo carril sin hacer maniobras bruscas. Cuando logramos hacer esto, realizamos un descubrimiento muy reconfortante: todo lo que hacemos con atención se vuelve interesante. Esta única habilidad puede esfumar el aburrimiento para siempre.

 

Los gustos y los rechazos tienden a ser más pronunciados en nuestras actitudes hacia otras personas. Si queremos ser libres para reaccionar, para amar, para contribuir al bienestar de los demás,  tenemos que trabajar constantemente para impedir que nuestra mente suba y baje. De otro modo, no podemos ni siquiera saber cómo son las personas que nos rodean. Todo lo que conocemos, si se me permite parafrasear a un distinguido neurólogo, es nuestro propio sistema nervioso. Cuando decimos “no me gusta esa persona”, lo que realmente estamos diciendo es:  “Esto es lo que mi sistema nervioso registra: Si trato de trabajar con él me da dolor de cabeza; si le hablo, me da un brote de alergia; si tengo que pasar un rato en su compañía, esa noche no puedo dormir”. No estamos diciendo nada en absoluto sobre esa persona: estamos hablando de nuestras propias señales y síntomas.

 

De la misma manera, cuando alguien nos insulta, resulta de gran ayuda recordar que esa persona no nos ha visto en absoluto. Está ocupado leyendo un EEG, un electroencefalograma, en su propia cabeza, y el informe que está recibiendo es altamente negativo. En vez de atacarlo, deberíamos poder decirnos a nosotros mismos: “¡Pobre tipo! Su sistema nervioso está revelando un diagrama altamente destructivo”. Cuando se logra algo así, se puede permanecer tranquilo y seguro frente a las críticas más destructivas. Toda la comprensión irá hacia la persona que está siendo desagradable. Este es el resultado directo de una mente apaciguada, y es la real base de la compasión. Significa que serán capaces de devolver comprensión por mala voluntad, amor por odio, como Jesús enseñó.

 

Cada vez que su sistema nervioso registra un EEG bajo la presión de un rechazo, le está provocando estrés. Cuando Jesús dice: “Bendice a los que te maldicen: haz el bien a los que te odian”, es la propia salud y paz mental de usted la que está tratando de salvaguardar. Ser amable siempre es la mejor manera de hacer que el sistema nervioso se mantenga fuerte, sano y capaz de resistir los golpes. El mejor seguro de salud del mundo, apropiadamente, es el amor. La más segura inmunidad contra el bacilo de la sospecha y el odio viene con la compasión.

 


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