humano. Nos resentimos porque pensamos que no podemos evitar sentirnos
así, y allí es donde interviene la repetición del Nombre del Señor.
Cuanto más progresos hagan, más claramente verán el efecto que
provocan los lapsos de excitación y enojo en la mente. Una rabieta por no haber
obtenido lo que deseamos puede provocar un gigantesco aluvión de barro en
nuestros túneles tan arduamente perforados. En vez de dedicar cada día a cavar
más profundo en la roca, nos encontramos con que tenemos que dedicar días,
semanas, a veces meses a la tarea de limpiar los escombros.
El invierno pasado en el norte de California tuvimos unas lluvias
torrenciales que amenazaron con desbarrancar la autopista, cerca del túnel del
Arco Iris, hacia la pintoresca Bahía de San Francisco. Hubiera llevado meses y
una buena porción del presupuesto estatal construir una nueva ruta a través de
la roca sólida. En lugar de eso, los ingenieros del estado decidieron apuntalar
la autopista existente. Taladraron profundos hoyos en el lecho rocoso
subyacente, insertaron barras de acero, y volvieron a rellenar los hoyos con
cemento. En la actualidad, esta parte de la autopista es un puente sobre la
tierra que se desmorona. El Nombre del Señor es como esas barras de acero, y
podemos insertarlo cada vez que nuestro autocontrol comience a fallar. El Señor
está allí apoyándonos; todo lo que tenemos que hacer es mantenernos en contacto
con él. El puede ayudarnos a evitar las trampas de la vida cotidiana,
ahorrándonos el tiempo y la energía que podemos utilizar para hacer nuevos
progresos. Y con él apuntalándonos, no hay la menor posibilidad de que suframos
la terrible vergüenza de aterrizar en la Bahía.
También existen serias consecuencias a largo plazo de la repetición de
esa alternancia. Comenzamos a creer que
tal vez no logremos llegar al otro lado de la montaña, después de todo, que
nunca podremos aprender a manejar los problemas que tenemos que enfrentar. Creo
que fue Sir Richard Steele quien, al preguntársele de qué manera pasaba sus
días, contestó cándidamente: “pecando y arrepintiéndome”. Ustedes cavan hasta el agotamiento, luego
ceden a algún capricho o tentación, y allí están volviendo a sacar la misma
tierra nuevamente. Por lo tanto, cada vez que sus mentes comiencen a resbalar,
mostrando indicios de un inminente aluvión de obstinación, es tiempo de
alertase inmediatamente. Es entonces cuando el nombre del Señor puede ayudar a
apuntalar la voluntad.
Entiendo por las noticias de los diarios que algunas de la autopistas
más antiguas de los Estados Unidos, las entradas y salidas de las grandes áreas
metropolitanas del Este, necesitan reparación con urgencia, y nadie sabe dónde
obtener los fondos necesarios. Estas son malas noticias para el comercio, en
las autopistas del condicionamiento mental, el estado de cosas es positivo.
Cuando las autopistas de gustos y fobias se estén rajando y el pastito asome
entre las grietas, no les preste ninguna atención con la que se pueden reparar
a sí mismas. Deje que se construyan tranquilamente.
Agustín está tratando en estas líneas de ayudarnos a comprender por
qué tenemos que entrenar nuestros sentidos y aprender a refrenar las emociones
negativas. Sobre la base de la evidencia aportada por algunos de los grandes
místicos, este arduo esfuerzo constituye una parte insoslayable del crecimiento
espiritual. Teresa de Avila, de acuerdo a su cándido relato, dedicó casi veinte
años a este tipo de excavación de túneles. Ninguno de nosotros debe
sorprenderse entonces si nuestro camino se hace demasiado cuesta arriba,
durante mucho, mucho tiempo. Muchos
años de martillar la maciza inercia del condicionamiento sensorial y del
condicionamiento mental es nuestro destino.
Es así que no resulta de gran
ayuda considerar a las situaciones difíciles y a las personas difíciles como
impedimentos. Podemos verlas como verdaderas oportunidades, nuestros grandes
ayudantes. Todos tenemos dificultades en la vida; nadie puede arreglárselas para
soslayar este valioso período de entrenamiento. Es, en gran parte, cuando no
podemos considerar a las dificultados como oportunidades de crecimiento, que
éstas se vuelven intolerables. Es posible aprender a ver las situaciones
frustrantes o las personas irritantes como oportunidades para