Imagina
si todas las cosas perecederas se quedaran quietas – porque si escuchamos están
diciendo: no nos hicimos a nosotras mismas; nos hizo Aquel que permanece para
siempre -. Imagina entonces que éstas dijeras eso y callaran, escuchando la voz
de Aquel que las hizo y no la de su creación...
Al comentar la segunda estrofa de Agustín, quisiera intentar sacar a
la luz algunas de las fuerzas volcánicas que actúan muy, muy profundo, bajo la
capa superficial de la conciencia, constituyendo la personalidad humana
individual tal como la vemos – manifestada en todos los tics aparentemente
incomprensibles precisamente porque rara vez podemos ver bajo la superficie lo
que yace en la profundidad: las corrientes que dan lugar a explosivos brotes
emocionales. Somos capaces de observar por nosotros mismos estos prodigios del
mundo interior, cuando emprendemos el asombroso viaje dentro de la conciencia
en el submarino de la meditación. Este es un viaje no sólo en el espacio, sino
también dentro de la oscura eternidad de nuestra historia personal, cuando la mayor
parte de las tendencias hacia particulares respuestas emocionales (nuestra
actual personalidad) y su sistema de correlatos físicos (nuestro cuerpo) se
originaron. Y todavía podemos viajar a mayor profundidad. Tenemos la
posibilidad de descubrir un lugar (si puede ser llamado lugar) donde las
tremendas fuerzas que encienden nuestras reacciones pueden ser resueltas.
Sin embargo, este no es un viaje fantástico en absoluto. No procede de
la imaginación de los visionarios. Cuando señalo hitos a lo largo del camino,
éstos son mojones que pioneros místicos como Francisco o Agustín han
descubierto por sí mismos en las profundidades de sus propias conciencias.
Estos hitos existen: Son reales. Esa es la razón por la cual los viajes de los
grandes místicos, como ellos mismos insisten, son aplicables a pequeñas
personas como ustedes o yo. Al describir para nosotros sus recorridos con
palabras encendidas, nos aportaron verdaderos mapas hacia las profundidades de
la conciencia. Al meditar profundamente, como ellos lo hicieron, practicando el
mismo tipo de desafiantes disciplinas, usted y yo podemos descubrir esos
territorios ocultos por nuestra propia cuenta.
Si queremos reclamar nuestros derechos sobre esos vastos territorios
interiores, con sus insospechadas riquezas y sus valiosos recursos humanos, no
existe otra manera que yo sepa, en esta tierra, que perseverar en la dinámica
de estas mismas disciplinas. En primer plano, e indispensable es, a mi modo de
ver, la práctica regular, sistemática y entusiasta de la meditación.
Comenzaré ahondando dentro del prolongado desarrollo de la
personalidad humana individual. De
hecho, podemos remontarnos a la profundidad del pasado, a un tiempo en que la
tierra misma todavía se estaba formando. Generalmente concebimos a la tierra
como algo inerte, inanimado. Pensémosla
por un momento como la Madre Tierra, una amorosa mujer viviente. Los adhesivos
de las lunetas traseras de los autos nos recuerdan: “Toda madre en una madre
trabajadora”. La tierra también es una madre que trabaja, y ciertamente que
tiene un arduo trabajo para amparar las miles de plantas y criaturas – nosotros
incluidos – que forman su numerosa prole. Así como es un deber, que todos
mantenemos presente, amar y respetar a nuestra madre humana, recordando siempre
lo que ha hecho por nosotros, deberíamos demostrar ese mismo tipo de respeto,
consideración y amor por nuestra madre tierra. Este tierno recuerdo es el
fundamento espiritual de la ecología.
Guy Murchie, un veterano escritor científico, corrobora esta visión
animada de la tierra. “En un sentido muy real”, escribe Murchie, “la tierra
está viva como un animal. Al igual que un animal se mueve en su sueño, respira
oxígeno, crece”. De hecho, la extraña descripción primera de la tierra a la que
han llegado los geofísicos, recuerda al cuerpo de un adolescente, con sus
músculos