las
penetro lo más profundo que puedo, pero no encuentro el final... ¡Es tan grande
la fuerza de la memoria, tan grande la fuerza de la vida...!
Algunas personas, al ser enfrentadas a
la fuerza de nuestro pasado evolutivo, levantan las manos y dicen: “¡Me rindo:
mi destino ya está determinado, y no hay nada que yo pueda hacer al respecto”.
Están desconociendo el lado brillante de nuestra mente. No es necesario
referirse a ningún poder sobrenatural, ni siquiera a ningún poder externo para
escapar, nosotros moldeamos nuestro propio destino. Mi destino ha sido puesto
enteramente en mis propias manos. Es el progreso continuo que yo puedo hacer en
la calidad de mi pensamiento lo que determina mi nivel de crecimiento
espiritual y la calidad de mi vida de hoy y de la de mañana. En gran medida, la
calidad de mi pensamiento decide incluso mi salud física – un hecho que tiene
algunas implicancias sorprendentes.
Como dije anteriormente, hay una
apacible correspondencia entre el tipo de cuerpo que tengo y el tipo de mente
que poseo. Cada uno de nosotros, a través de sus pensamientos y de las acciones
que efectúa, ha influenciado el cuerpo físico que habita y el medio ambiente
físico en que se mueve ese cuerpo.
Un místico cristiano exclama: “¿Mi
pecado está impreso sobre el universo!”. Afortunadamente, lo opuesto también es
cierto: cada uno de nosotros puede decir: “Mi bondad está impresa en el
universo”. Ese fragmento de divinidad que está dentro de mí, que está en todas
las criaturas y toda la gente de todas las razas, ha sido revelado más y más,
parte por parte, a través de este proceso de crecimiento de mil millones de
años que denominamos evolución, y sigue siendo revelado nuevamente. Puedo ver
ese destello de divinidad brillando incluso en los ojos de nuestros perros.
Esta conciencia de que no son tan sólo amigos y parientes, sino las
manifestaciones vivientes de esa misma chispa de divinidad, llena mi corazón de
amor por ellos. Cuando esta conciencia
se hacer carne, proteger la vida de todas las criaturas se convierte en una
gozosa responsabilidad.
La chispa divina viaja a través del
tiempo de una etapa a otra de la evolución. Nuestro perro Ganesha revela un
poco más de esa chispa que, por ejemplo, un tigre de la selva. Nuestro adelanto
más importante en la evolución sobre los animales domésticos es que tenemos la
capacidad de “mirar más allá”, como dice Guy Murchie, a las consecuencias de
nuestras acciones.
Los seres humanos mentalmente
violentos, desde este punto de vista, todavía tienen un pie en el mundo animal.
Cuando nos enojamos, por ejemplo no pensamos en las consecuencias de nuestras
palabras y acciones, ni para la víctima de nuestro enojo ni para nosotros
mismos. En este sentido, no importa cuánto celebremos al siglo veinte como la
era de los milagros tecnológicos, estamos lejos de ver el fin de la evolución.
En la historia del mundo ha existido
una cierta cantidad de seres humanos benditos que se han propuesto trascender
sus condicionamientos personales de mente y cuerpo para identificarse con las
necesidades de todo tipo de vida. Esas persona, como Agustín o Teresa de Avila,
tal vez le parezcan a un observador inadvertido, iguales al resto de la raza
humana, a pesar de que no viven ya más en el limitado mundo físico. Ellos viven
en el estado que denominamos conciencia de Dios, desde donde no hay posibilidad
de caída. Estos pioneros de la conciencia son capaces de mostrarnos un objetivo
hacia el cual deberíamos dirigir nuestra propia evolución individual con
nuestro mayor esfuerzo. Nos resultaría muy difícil discernir este objetivo por
nuestra cuenta, dado que los incrementos a través de los cuales evolucionamos
hacia él sin un expreso esfuerzo personal son realmente pequeños.
Considerando
desde una perspectiva contemporánea, digamos la de Einstein de la “línea del
mundo” esa hebra continua que rastrea la vida a través del espacio y el tiempo
emerge una escena fascinante: la de la
conciencia desarrollándose a través del tiempo, a través del largo trabajo de
parto de la evolución, recogiendo respuestas condicionadas en la vida de cada
criatura