adivinada, ni hablar de ser acatada, hasta que el hombre rompa las
cadenas de su propia voluntad errada. El indiscutible valor de su camino es
atestiguado por el hecho de que realmente encontró, en su final, un objetivo de
serenidad, de amor, de plenitud total:
.....
Y esto es la felicidad, sentir gozo en Ti, por Ti y a causa de Ti, esto y no
otra cosa. Aquellos que piensen que la
felicidad es otra cosa, persiguen un gozo que está alejado de Ti y ése no es el
verdadero gozo... Sin embargo la razón tal vez sea que lo que ellos no pueden
hacer, no lo desean en realidad con la suficiente intensidad que les permitiría
hacerlo. ¿Por qué no son felices?
Porque están mucho más preocupados por cosas que tienen poder para
hacerlos infelices que por la verdad que sí puede darles la felicidad, es que
recuerdan tan poco a la verdad. Los hombres poseen un recuerdo muy tenue de la
luz; déjenlos caminar, déjenlos caminar, para que las tinieblas no los
alcancen.
Agustín no contó con los beneficios de una tradición mística bien
desarrollada. Para antecedentes debió remontarse a Jesús el Cristo en el Nuevo
testamento y al apóstol Pablo, y para sus vidas internas sólo encontró vagos
indicios como detalle. Dependió de Agustín encontrar un vocabulario adecuado
con el cual expresar su experiencia.
Poseía una mente seminal. De las varias culturas tradicionales más
importantes, que le eran familiares, extrajo luminosas hebras de verdad, y las
entretejió juntas a la luz de su propia experiencia de la divinidad, hilando la
brillante tela con la cual se ha armado la fe cristiana tal como la conocemos.
En esta tela incluyó a toda la experiencia humana, sin rechazar nada del amplio
espectro de las emociones, motivos y sus efectos. Eso es lo que lo convierte en
un esquema verdaderamente universal.
La clave de al fe de Agustín es la pasión por Dios, que irrumpe en
emotivos párrafos de las Confesiones:
Y finalmente me maravillé al comprobar por fin que
te amaba a Ti, y no a algún fantasma en tu lugar; y no dudé en gozar de mi
Dios, sino que quedé fascinado por tu belleza.
Sin embargo, muy pronto fui alejado de Ti por mi propio peso, y caí
nuevamente al tormento de las cosas menos elevadas. Aún así, tu recuerdo
permaneció conmigo y supe sin duda que era a Ti a quién yo debía ser fiel; a
pesar de que todavía no estaba en condiciones de serlo.
Esta
pasión es con frecuencia denominada “la comunión del amor”. Se ha convertido,
como lo expresa Evelyn Underhill, en el “centro de la fe católica”, y en
Agustín alimentó una vida de acciones heroicas en muchos frentes. Sus sermones,
panfletos y libros, basados en una sólida sensibilidad, son los cimientos sobre
los cuales grandes figuras espirituales de siglos posteriores – San Bernardo de
Clairvaux Ricardo de St. Victor, Santo Tomás de Aquino y otros - construyeron
cuidadosamente, describiendo y clasificando la tradición mística cristiana en
pasos y subpasos de contemplación hasta lograr que un maravilloso edificio
quedara en pie. Sus escritos, a su vez, sirvieron de guía a personas tan
diversas como la reformista italiana Catalina de Génova, el poeta místico
Dante, Teresa de Avila, la española de la cruzada espiritual, e incluso Martín
Lutero. Todos estos y miles de otros,
cada uno de los cuales, con su propia clase de éxtasis, su expresión literaria
y su acción social heroica, nutrieron lo más duradero de la civilización
occidental, y en cada uno de ellos
podemos escuchar con claridad los ecos de Agustín.
Sin embargo, Agustín tuvo una
apremiante tarea que cumplir en su propia vida. El Cristianismo, a pesar del
permiso oficial, no era popular en muchas regiones del imperio romano. Además
existían ciertas corrientes dentro de la Iglesia, los Donatistas en particular,
que amenazaban con despedazarla en insignificantes facciones. Finalmente, el
mundo occidental en tiempos de Agustín