No obstante, como dije, existe un
aspecto muy alentador de esta completa descripción de la evolución. Sin
importar cuáles sean nuestras tendencias, cada uno de nosotros puede elegir, ya
sea que provengamos de un hogar colérico, hayamos asistido a una escuela con
profesores coléricos, o tengamos un compañero colérico: las disciplinas
espirituales pueden ayudarnos a utilizar el mismo contexto y las mismas
relaciones para mejorar nuestra calidad de vida. Esta es la gloria del ser
humano: siempre tenemos la posibilidad de elección. Por eso, si usted convive
con personas coléricas, sopórtelas con alegría y no les quite su apoyo. Eso los
ayudará mucho y, lo que es más, lo ayudará a usted. Disolverá un poco del
condicionamiento a la ira que usted trajo consigo a la vida: y más aún,
incrementará su reserva de paciencia, buena voluntad y compasión. Todo esto es el mejor seguro de salud que
conozco.
Va a resultar duro. Pero, si me permite
ser un poco morboso a favor del esclarecimiento de las opciones, ¿no es dura la cirugía?. La cirugía es un
procedimiento aterrador, como lo admitiría cualquier médico sensible. Puedo
apreciar que un hombre como Norman Cousins diga que ingresar a la unidad de
terapia intensiva de un hospital trastorna a cualquier persona normal. No hay
duda de que las válvulas artificiales y ese tipo de dispositivos prestan gran
ayuda. Sin embargo éstas y otros recursos similares han sido diseñados para
tratar sólo los síntomas: la causa real de nuestros problemas – por ejemplo, la
ira – generalmente queda intacta. ¿Cómo podría ser que los síntomas no
reaparecieran con el tiempo?.
El ex secretario de estado Dean Rusk
señaló una vez que el desarme parcial es como construir un puente hasta la
mitad del río. Desde el punto de vista de la salud, con la cirugía y la
farmacología ocurre lo mismo: soluciones parciales, un puente a mitad de camino
sobre el resquebrajamiento de la enfermedad.
Comprendo que hay circunstancias
especiales que exigen cirugía, cuando un problema físico ha avanzado demasiado.
No obstante, incluso entonces, para resolver el problema subyacente en la mente
y lograr una real y duradera salud, es preciso cambiar la forma de pensar, no
sólo el estilo de vida, sino también la mentalidad. Aquí es donde aparece la
meditación.
Algunas de las más espléndidas figuras
en la historia del misticismo se iniciaron con agudos problemas emocionales,
incluso con limitaciones físicas muy serias. Por lo tanto, no hay necesidad de
que ninguno de nosotros se sienta disminuido por su situación o las
dificultades particulares por las que atraviesa, siempre y cuando hagamos todo
lo posible por purificar nuestra mente. La meditación es esencialmente una
disciplina para desacelerar la frenética actividad de la mente, y si logramos
gradualmente llevar nuestras mentes a un estado de quietud tal que ningún
movimiento o pensamiento, pueda surgir excepto aquellos que aprobemos, nuestras
mentes se habrán purifcado. No hace falta que le enseñemos motivos puros a la
mente. Desmantelar el condicionamiento negativo a la que ha estado sujeta es
todo lo que se necesita para purificar la mente; entonces nos quedaremos con
una conciencia pura e incondicional. “Aquietaos,”, dice la Biblia, “y sabed que
soy Dios”.
Podemos denominar a este largo proceso reconstrucción del carácter.
Nuestro primer carácter en esta vida ha sido heredado: prefabricado, si desean,
en su mayor parte por el condicionamiento negativo. En este aspecto, me apena
admitirlo, la mayoría de nosotros tiene escasa injerencia. Ahora es nuestra tarea reconstruir nuestro
carácter, casi desde los cimientos. El invalorable consejo de los místicos es
que en el interior, en el centro mismo de nuestro ser, ya tenemos un arquitecto
principiante, y que nuestra primera tarea - en la que ellos están más que
deseosos de prestarnos su ayuda – es conseguir unos planos lógicos y
apropiados.
Cuando meditamos en pasajes que llevan
la impronta de las experiencias divinas de esas mentes puras, nos damos cuenta
de que sus palabras son como los diseños del proyecto que sigue un constructor.
“Dejen que las escrituras sean el rostro de Dios”, aconseja Agustín. “Miren en
profundidad las escrituras, los ojos de su corazón en su corazón”. Esto es
exactamente lo que