La razón principal por la cual ninguno
de nosotros está consciente de estos datos tan traumáticos y profundos es que
la vida sería imposible para nosotros. ¿Quién podría dormir tranquilo esta
noche si recordara todas las veces que padres e hijos, cónyuges y amigos han
sido separados? Yo no me estoy
refiriendo a una mera conciencia intelectual de que todos hemos nacido para
morir. Si supiéramos en nuestro corazón que todos hemos de ser separados por la
muerte, nos resultaría terriblemente difícil proseguir con la rutina cotidiana.
Por esta razón crucial la mente ha
corrido un mando de piedad sobre el contenido del inconsciente, permitiendo que
los seres humanos sigan viviendo “en el valle de la sombra de la muerte”.
La palabra “ansiedad” es un término
excepcionalmente débil para expresar las profundidades del sentimiento desde
donde surge esta vaga desazón, esta inestable sensación de estar fuera de lugar
y de que el tiempo se acaba. Generalmente sólo se lo podemos achacar a eventos
externos, en el caso de que lo relacionemos con algo. Lo que está sucediendo,
en realidad, es que una brizna de recuerdo está aflorando susurrándonos desde
lo profundo del interior que nada externo en la vida es seguro, que nada físico
perdura jamás. El cuerpo se gasta; los sentidos pierden su agudeza y el
intelecto languidece, ninguna relación entre dos criaturas físicas, sin
importar cuanto se amen, sobrevive al paso del tiempo. Estos son los tristes hechos
de la vida. Lo asombroso es que aunque estudiemos biología y veamos como la
vejez y la muerte llegan a los que nos rodean, en el fondo de nuestro corazón
no creemos que esto nos vaya a suceder a nosotros también. Aún así, a pesar de
todos los discretos velos que han sido corridos sobre las inmensas quebradas
del inconsciente, débiles brisas como niebla que se eleva desde los valles
montañeses, se cuelan a través de ínfimas grietas de la mente y afloran en la
vida cotidiana. Estos son los profundos orígenes de la ansiedad.
No importa cuán arduamente lo
intentemos; a la larga ninguno de nosotros puede escapar del devastador hecho
de la muerte. Sin embargo, un encuentro con la muerte, como en el caso de
Agustín, puede transformarnos para mejor. Puede hacernos avanzar en la larga
búsqueda de algo seguro en la vida, algo que la muerte no pueda alcanzar.
Mucha gente, por supuesto, no desea
particularmente progresar de este modo. “No me gusta pensar en esas cosas”, tal
vez digan, “Soy más feliz si continúo como si nada fuera a suceder”. Para estas personas, los místicos tienen una
pregunta inquisidora: Si eres realmente feliz en tu interior, ¿por qué sientes
la necesidad de ir buscando la felicidad afuera?. Esto es lógica espiritual en
su forma más letal. Es debido a que necesitamos un mero alivio temporal de
estas molestas brisas flotantes que salimos de compras por placer. Aún cuando
no lo queramos aceptar de buen grado, aquellos que han experimentado, hasta un
límite razonable, en el banquete del placer físico comprenden que la búsqueda
de este placer, en el fondo, no es una búsqueda de gozo sino un intento de
escapar momentáneamente del dolor. De lo que tal vez no nos demos cuenta es que
el dolor está escrito en los archivos mismos de la conciencia.
Por estas razones, yo diría que la
ansiedad puede ser un buen augurio. Es mucho mejor estar un poco consciente de
lo que está escrito dentro de nosotros que caminar alegremente por la rambla de
la vida diciendo: “no hay nada en absoluto en el interior, de modo que me lo
puedo tomar con calma”. Es mucho más provechoso saber que algo en nuestro
interior no nos permitirá sentirnos cómodos en circunstancias inseguras,
intrínsecamente precarias. Este es un modo muy constructivo de considerar la
ansiedad: nos muestra el lado positivo, y nos da la oportunidad de hacer algo
al respecto.
El sufrimiento, por supuesto, siempre
ha tenido mala prensa. A nadie le gusta y la gente es capaz de todo con tal de
evitarlo. Sin embargo, el sufrimiento también tiene un lado positivo: no es el
villano acabado que nosotros suponemos. Puede actuar como un poderoso
motivador, incentivándonos a relacionarnos de manera más sensible con la gente,
a adoptar formas más