difícil situación de nuestros jóvenes
en la actualidad: tienen muy escasas oportunidades para desarrollar su
concentración. Su límite de atención parece estar fragmentado en trozos cada
vez más pequeños: en la escuela, en sus diversiones y particularmente en los
medios de comunicación. Me aterra pensar en las dificultades que les aguardan
en la vida.
Para atraer todo esto al plano
terrenal, podría escribir rápidamente un libro sobre el aspecto espiritual de
una salida de compras. Aquí esta usted, queriendo comprar unos artículos de
librería que necesita y entra en un comercio que vende cantidad de rubros
diferentes. Hay muchas cosas para ver en este tipo de negocios, todas
astutamente dispuestas para que antes de llegar a la librería, tengamos que
pasar y ver la mayoría de los productos que ofrecen. Una o dos horas más tarde
emerge usted con un carrito repleto de artículos. Al ingresar al negocio, ni
siquiera sospechaba que pudiera necesitar alguno de ellos. He visto que esto
sucede cientos de veces. En tales
casos, la mente no se contenta con esperar que las distracciones salten por encima
de sus murallas, sino que está tan deseosa de que la distraigan que salta sus
propias murallas y corre por la tienda como un niño malcriado.
Al hacer las compras, diría yo, decida
de antemano que es lo que desea comprar exactamente, luego entre, tome lo que
está en su lista sin mirar a derecha e izquierda y corra hacia la salida,
deteniéndose preferentemente en la caja al pasar. Recién al llegar a la
seguridad de la vereda podrá detenerse a recobrar el aliento. En estos días se
trata principalmente de una cuestión de autodefensa. Sobrevivir a una salida de
compras exige concentración y desprendimiento, artículos que la mayoría de los
comerciantes suponen que sus cliente no poseen en absoluto.
Existe otro beneficio de la concentración menos prosaico, cuando se ha entrenado la mente para que se concentre, no se permite que esta quede atrapada en viejos recuerdos. Para permanecer atascada, la mente tiene que abandonar la autopista de la atención en una salida lateral. Lo que sucede, generalmente, es que en vez de dirigirse directamente a San Francisco, por ejemplo, uno mira de pronto a su alrededor, ve la Bahía justo enfrente, y se da cuenta sobresaltado de que ha tomado la salida equivocada y que se dirige al puente Richmond. “Bueno, si ya he recorrido este trecho”, suspira uno, “bien podría ir a Berkeley en vez”. Esa es la forma en que la mayoría de nosotros transcurre su día, nunca demasiado seguros de a dónde vamos a terminar. Entonces, al final de cada digresión, nos enfrentamos con el problema de cómo retomar el camino en el lugar en donde nos desviamos. Si logramos aprender a mantener nuestra atención en un solo carril la mayor parte del tiempo, que es lo que una concentración constante significa, nos resultará realmente difícil quedar atrapados en recuerdos de cualquier tipo. Nos sorprenderá cuánta ansiedad, gran parte de la cual es desencadenada por antiguos recuerdos, desaparecerá entonces de nuestra vida.
Las aplicaciones de una concentración
perfeccionada son mucho más profundas de lo que suponemos. Aún en las más
íntimas de las relaciones personales, la mayoría de nosotros todavía vive
dentro de su propio y privado mundo mental. Los muros entre nosotros y los
reinos del pasado son tan bajos que nuestra atención se ocupa con frecuencia
del pasado en vez del presente, dejándonos muy poca atención para dedicarle a
aquellos que queremos amar. A pesar de nuestras mejores intenciones de
acercarnos, todo tipo de pensamientos nos distraen: gustos, fobias,
preferencias y aversiones, estados de ánimo personales, sueños y deseos, hacen
su entrada cuando les place, manteniendo a las otras personas a la distancia.
Ansiamos la proximidad de los demás y nos encontramos, la mayor parte de las
veces, con la desilusión.
En este punto Agustín se hace eco de
las experiencias por las que todos nosotros atravesamos, comenzando
frecuentemente en nuestra adolescencia. “Lo que más necesitaba era amar y ser
amado. Me lanzaba de cabeza al amor, deseoso de quedar atrapado. Feliz me
envolvía en esos dolorosos lazos; y seguramente sería azotado por los candentes
atizadores de los celos, por la sospecha y el miedo, por arranques de ira y
disputas”. Si vamos a encontrar algunas vez el amor, la intimidad y la plenitud
que todos deseamos tanto, debemos emprender este viaje a las profundidades de
la conciencia.