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... de modo que no oiríamos su palabra a través de las lenguas de los hombres, ni de los ángeles, ni el trueno de las nubes, ni ningún otro símbolo, sino el espíritu mismo que en estas cosas amamos y saliéramos de nosotros mismos para alcanzar un destello de la sabiduría eterna que permanece por sobre todas las cosas...

 

Al hablar acerca de niveles más profundos de conciencia, me doy cuenta que estoy exigiendo un saldo imaginativo. Voy a tratar de hacer más reales estos niveles describiendo una metáfora concreta.

 

Imagínese nadando en un lago muy profundo: el lago de la mente. Sabemos cómo nadar sin esfuerzo sobre la superficie, la vida moderna nos enseña toda clase de brazadas ingeniosas a tal fin. Nos provee de los instrumentos para mantenernos flotando agradablemente sobre la superficie de la vida para siempre. Sin embargo, la persona sensible, cualquiera fuera su estadio, no tarda en darse cuenta cuan angustiosa es la lucha simplemente para permanecer a flote. Por alguna razón, la paz espiritual no parece accesible, la mente parece ser capaz de poner en movimientos una sucesión ininterrumpida de olas.

 

Algún día debemos admitir que la vida en la brillante superficie de la conciencia, no es todo lo que debería ser. Llegamos a la molesta conclusión de que no hay garantía de seguridad en la vida sobre la superficie, ninguna cosa o situación a la cual aferrarse. Tarde o temprano, en algún punto, cada persona sensible alcanza un cierto nivel de frustración en el que está dispuesta a zambullirse aunque más no sea para saber qué yace debajo.

 

Esto  no significa, sin embargo, que las dudas no permanezcan. La introspección puede ser una exploración aterradora. La mayoría de las personas se siente nerviosa si no tiene algo que mirar, su atención está acostumbrada a localizarse en sus ojos. Tienen que tener un ruido para escuchar, o se sienten incómodos, sus oídos no saben qué hacer con el vacío. Eso es el condicionamiento humano. Tarde o temprano, la mayoría de nosotros se topa con el miedo obsesivo de perder todo lo agradable en la vida si nos miramos hacia adentro, que es precisamente lo que significa sumergirse en las oscuras aguas de la conciencia. Este miedo es uno de los obstáculos más formidables entre nosotros y la capacidad para bucear más profundamente.

 

La mayoría de nosotros acepta esta barrera: ¡Oh! ¡Así son mis deseos!. Fluyen en todas direcciones y no puedo hacer nada para evitarlo”. Yo digo: “usted puede hacer mucho al respecto”. Podemos aprender a profundizar algunos canales de deseo y a rellenar otros. Cuando nuestros deseos fluyen compulsivamente, por ejemplo hacia un exceso en la comida, se trata simplemente de no haber tratado nunca suficientemente de cercenar el fluir del deseo cuando éste era más modesto. Toda clase de adicción comienza de esta forma. Luego, una vez que se ha trazado ese canal, la atención fluye dentro de él sin siquiera pedir permiso; esto es lo que significa el condicionamiento. Es por tal razón que hablo frecuentemente de la necesidad de entrenar nuestros sentidos: hay que mantenerse alerta a fin de evitar que los hábitos y adicciones tomen una impropia ventaja sobre nosotros, convirtiéndonos en sus víctimas. Aún cuando hayamos permitido que nos conviertan en sus víctimas, podemos cambiar cualquier hábito condicionado por medio de la práctica de la meditación; hasta la adicción más severa puede ser revertida.

 

El elemento fáctico en el entrenamiento de los sentidos en la fuerza de voluntad. Solía tener muchos amigos que se consideraban a sí mismos personas sin fuerza de voluntad, y su franqueza era realmente desarmante; cuando hablaba de la importancia de la fuerza de voluntad, ellos suspiraban y decían “No la tenemos”. Aún cuando usted se encuentre en esta embarazosa situación, puede desarrollar una fuerte voluntad con dos ejercicios simples. Uno es entrenar sus

 


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