sentidos atentamente, el otro, sobre el
que voy a tratar en un minuto, es trabajar sobre el desprendimiento de los
vínculos egoístas. Ambos pueden ser dolorosos, pero ambos resultan sumamente
gratificantes también.
La meditación puede considerarse el rey
de los proyectos de ingeniería interior. A través de ella podemos desviar el
fluir de nuestra atención desde canales de deseo que no aprobamos y dirigirla
hacia nuevos canales de pensamiento, sentimiento y reacción. “Si un hombre va a
realizar un trabajo introspectivo”, dice maravillosamente Meister Eckhart sobre
esta clase de ingeniería, “debe verter todos sus poderes dentro de él mismo
como dentro de un rincón del alma, y debe excluir de su interior todas las
imágenes y las formas. Entonces está en condiciones de trabajar”. Esta es una
muy buena descripción de la meditación. Lo que puede lograr es realmente
admirable, como usted mismo puede descubrir. He visto adicciones largamente
enraizadas simplemente desaparecer en personas que están meditando en forma
sincera. La meditación traza un nuevo canal para la energía vital que fluía
hacia ese deseo en particular: como la energía comienza a fluir en otra
dirección, la adicción pierde su poder de exigir atención y se marchita, al
igual que una planta que deja de recibir agua. En vez de regar un hábito
compulsivo como el de comer en exceso, la energía vital comienza a fluir hacia
objetivos más provechosos.
Cuando logre sumergirse a niveles cada
vez más profundos de conciencia, al meditar, descubrirá que su atención vuelve
naturalmente a su fuente como riachuelos de energía vital, desde los ojos, los
oídos, desde todos los sentidos. Sobre la superficie, si le parece que no tiene
mucha energía o fuerza de voluntad, puede ser que esto obedezca a que una gran
cantidad de energía esté fluyendo dentro de estos riachuelos sensitivos sin que
usted se dé cuenta de ello. En la meditación, en vez de fluir hacia el
exterior, esta vitalidad comienza a consolidarse como una enorme reserva de
energía interior.
El segundo gran obstáculo para
sumergirse a niveles más profundos de conciencia es el temor a renunciar a
vínculos personales muy fuertes. Para la mayoría de nosotros, nuestros vínculos
más arraigados son con personas. Pero no estoy refiriéndome a renunciar a
relaciones cercanas y amorosas. El
preciado secreto que podemos aprender aquí es que cuando desterramos nuestros
vínculos egoístas con las personas, podemos acercarnos a ellas como nunca
antes.
Muchos de nosotros damos por sentado
que, al envolvernos con nuestros vínculos estrechamente, como si fueran un
salvavidas, podemos arreglárnoslas para permanecer a flote en las tormentas de
la vida. Esta creencia es uno de los supuestos básicos de nuestro
condicionamiento, que se remonta quizá a una etapa muy primitiva de la
evolución en donde la supervivencia era el desafío cotidiano. Pero los intensos
vínculos personales no han perdido su lugar en el esquema de valores del ser
humano. San Agustín lo describe en forma muy vívida:
Estaba sujeto a meras fruslerías, a las
sandeces más mezquinas, a todos mis viejos vínculos. Tiraban de mis vestiduras
terrenales y susurraban: “¿Nos vas a dejar a un lado?. A partir de ahora no
vamos a estar contigo nunca más, por siempre jamás. Desde este momento no se te
va a permitir hacer esto o aquello, nunca jamás” – cosas tan sórdidas que te
pido a ti, en tu misericordia, que libres de ellos el alma de tu siervo.
En realidad, los vínculos egoístas
solamente nos mantienen alejados de la posibilidad de ver debajo de la superficie
separada de la vida, en donde los cambios constantes y el desorden son ley. En
vez de chaleco salvavidas se convierten en un chaleco de fuerza.
Las complicaciones personales son como las flores de loto con pétalos rosas y blancos que florecían en los estanques alrededores de la aldea donde me crié. Después de un extenuante