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partido de fútbol debajo del tórrido sol tropical, cuando éramos chicos nos gustaba nadar en esos estanques, y uno de los juegos que más nos gustaba era una especia de mancha submarina. Si saben algo sobre los lotos, sabrán que cientos de tentáculos como enredaderas se elevan a través del agua desde el lodo, en la profundidad, a fin de dar asidero a las delicadas flores que ven flotando tan calmas sobre la superficie. En el momento justo cuando uno está tratando de sumergirse rápidamente a fin de evitar ser alcanzado por su perseguidor, esas guías pueden envolverlo y aprisionarlo. Cuando más se desespera uno tratando de apartar las raíces para liberarse, tanto más se enreda. En muchas oportunidades he visto como un amigo ha tenido que ser rescatado de esas garras antes de que quedara sin aliento o se ahogara en ese abrazo mortal.

 

Donde veo en la actualidad apasionadas complicaciones, magnificadas sin piedad, es en la explotación del “sex appeal”. Todo el mundo, por cualquier motivo aparente, desde el arte de a la publicidad, parece estar intentando sacarlo a colación.

 

Tomemos un ejemplo ridículo, el porqué me debo sentir tentado a comprar un determinado modelo de automóvil porque tiene sex appeal, siempre ha sido un misterio para mí, no existe  conexión posible. Este énfasis incesante sobre el elemento físico de la vida está causando un daño incalculable a las relaciones entre hombre y mujer. Cualquier relación basada en el atractivo físico termina con dolor. En una obra de teatro que vi recientemente uno de los personajes observa mordazmente que el tiempo de vida promedio de esta clase de relación ¡es de diez días!.

 

Todos hemos pasado por este tipo de relaciones. La cuestión no es tanto si la atracción física es un fundamento apropiado para una relación; yo diría que no es un fundamento en absoluto. La atracción física nunca es constante. Pone en movimiento un ciclo de expectativas y desilusiones que pueden seguir y continuar indefinidamente. Frecuentemente debemos aprender a vivir con un grado muy alto de ansiedad en este tipo de relaciones, lo que con el tiempo destruye nuestra seguridad emocional, altera nuestra paz mental, y puede hasta quebrar nuestra salud. Algunas relaciones nunca se recobran de los efectos.

 

En algo tan básico, tan fuertemente condicionado como la atracción física, cualquier consejo tiene limitaciones prácticas. Tenemos que pasar por más de una relación de tal índole para advertir cómo la mayoría de las gratificaciones sobre las que hemos fantaseado se deshacen. La persona que vive en un mundo de fantasía, culpará a menudo al otro por defraudarlo. Por ejemplo, quizá Julieta espera que Romeo llegue a su balcón cada mañana y diga “este es el Este, y tú eres el sol...”. Tres días después de la luna de miel, ella se siente abrumada cuando él la saluda con una frase tan poco romántica como “¿Dónde está el café?”. Muchas de las ardientes relaciones se extinguen a causa de esas expectativas tan inflamadas, que exigen de la vida algo que ésta simplemente no puede dar.

 

Sin embargo, no quiero con esto implicar que las relaciones íntimas sean impracticables. A través de la experiencia, la mayoría de nosotros ha llegado a la conclusión de que en el amor nada llega tan fácilmente como uno lo espera. Todas las cosas hermosas exigen trabajo. Debemos comenzar por aceptarnos uno al otro como somos, pero también debemos ayudarnos a crecer. Ambos miembros de la pareja deben ayudarse uno al otro con ternura mientras tratan de vencer sus fallas, tratando siempre de anteponer el interés del otro para ensanchar el área en común de sus vidas. Finalmente, llegará el gran día en que estos círculos nos sean dos sino tan sólo uno.  Entonces cada día estará lleno de alegría.

 

El deseo de acercarnos a otros es nuestra riqueza inherente en la vida; tratar de negarlo es sumamente peligroso. En vez de ser arrastrados por esto o tratar de suprimirlo, podemos aprender a ponerlo a nuestro servicio de forma tal que su enorme poder y riqueza de sentimiento fluya dentro de nuestra vida diaria. Entonces nuestro amor alcanzará a todos, y todos los que entren dentro de nuestra órbita sentirán sus efectos curativos. Esto es capitalizar la propensión que tiene cada uno a sentirse unido, en vez de dejar que nos lleve de la nariz.

 


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