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La mejor forma de lograr esto es fácilmente comprensible. Todos tenemos un profundo deseo de amar y ser amados; podemos aprender la manera de expandir ese deseo queriendo que todos los que nos rodean sean amados. En vez de considerar solamente nuestras propias necesidades, podemos comenzar pensando más en las necesidades de nuestra familia inmediata. Dondequiera que vayamos, dondequiera que estemos, podemos realizar el esfuerzo de recordar las necesidades de los que están alrededor nuestro y preguntarnos si estamos ayudando a lograr tales objetivos. El resultado será una tremenda consolidación de energía, ya que tendremos mucho menos tiempo y atención para la preocupación, la ansiedad, la desconfianza o la depresión.

 

En el momento en que somos amables y ayudamos a la gente de alrededor nuestro – cuando somos tiernos con los hijos de nuestros vecinos, por ejemplo, como si fueran los propios – estamos encauzando este gran caudal de afecto. Finalmente puede alcanzar el tamaño de un río bien conducido, que trae amor a todos. Este es el poder del vínculo, y éste es el propósito más amplio para lo cual fue creado. Todos tenemos este poder en abundancia y todos tenemos problemas también para encauzarlo. No se desespere por lo tanto, si le da mucho trabajo eliminar el elemento egoísta de sus relaciones. Cuanta más gente pueda amar, más libre será en cada situación, y menos se verá comprometido por la necesidad de enredarse emocionalmente con otras personas. Hasta su relación más íntima florecerá como resultado de ello.

 

Nuevamente entra en juego aquí la meditación. Las palabras de los textos inspiradores pueden abrir una entrada hacia una conciencia más profunda, especialmente en tiempos de tribulación. A través de esa minúscula apertura puede escudriñar directamente los recovecos de la mente, miles de millas de profundidad, donde nuestros deseos se unifican, los mejores intereses de todo el mundo son los mismos, y reinan las virtudes de la compasión y el perdón. Si puede mantener la atención focalizada en ese haz de luz, puede estar en condiciones de recibir ayuda desde la profundidad de la conciencia, de sus propios recursos más profundos de divinidad. San Agustín describe tal experiencia:

 

Eso era todo, solamente no desear lo que yo quería y querer lo  que tú deseabas. Pero, ¿dónde estaba mi libre albedrío en esa hora abrumadora?. ¿Desde qué lugar recóndito fue llamado en esa encrucijada, en la que incliné mi cuello ente tu liviano yugo?

 

El lado oscuro de los vínculos egoístas es una lección dura de aprender. Sin embargo, con la experiencia, nuestra fe crece gradualmente tan profundamente dentro de nosotros como el Señor desea y se responsabiliza por nuestra felicidad final. Lentamente podemos entregar nuestra voluntad personal a su propósito que es inmensamente más profundo. Poquito a poco podemos librarnos de la garra de los enredos emocionales compulsivos en la fe que, por nuestra capacidad de amar y ser amados, será magnificada y multiplicada.

 

Así como cada país tiene su propia geografía y medio ambiente cultural, cada región de la mente tiene ciertas características salientes. Viajar por estos continentes internos es parecido a visitar países extranjeros. Cuando nos movemos dentro de estos reinos subconscientes, uno de los primeros mojones pasmosos aparece cuando los sentidos toman de repente las valijas y dicen:  “¡Hasta la vuelta!”. A partir de ese punto, veremos como nuestra concentración mejora drásticamente.

 

Cuando por primera vez descendí a tales fascinantes profundidades en mis primeras meditaciones, observé que, en la medida en que no intentaba seguir una asociación de ideas, mi concentración era generalmente muy buena. Pero tan pronto como seguí inclusive una línea de pensamiento legítima, tal como razonar acerca del significado de las palabras, mi mente abandonaba subrepticiamente la autopista de la concentración hacia un atajo. Para alguien cuya concentración siempre fue algo de lo que podía jactarse, esto resultó una sorpresa reveladora. 


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