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Desde entonces he llegado a la triste conclusión de que la mitad de los problemas que nos acarrea la mente es el resultado no tanto de pensar, sino de pensar acerca de ello. No hay fin para esto. Con el propósito de evitar este agotador vagabundeo mental, debemos aprender cómo sumergirnos a niveles de conciencia tan profundos en los que los mismos pensamientos están suspendidos, en donde el proceso del pensamiento se aquieta.

 

Si trabajamos en las disciplinas espirituales diligentemente, llega un momento en donde nos encontramos en un país donde los pensamientos no tienen visa, ni siquiera de turistas. El funcionario aduanero en el puerto señala ceremoniosamente con su dedo y dice: “lo siento, pero sus pensamientos no van a ser necesarios aquí”. En su camino de regreso por la planchada hacia el barco, los pensamientos se encuentran con las palabras que bajan con todo su equipaje. “nos mandaron de vuelta”, dicen. “¿Cómo esperan ustedes ser admitidas?”. Es este el país donde la mente está completamente silenciosa, el que San Agustín trata de que vislumbremos en el pasaje que he titulado “Entrando en el gozo”.

 

Al comienzo es un lugar más bien desconcertante. Estamos acostumbrados a navegar con la mente y los sentidos; cuando los dejamos momentáneamente de lado, necesitamos tiempo para ubicar nuestra posición y aprender a caminar. San Agustín lo describe como “una oscuridad lamentable en la cual mis posibilidades latentes están ocultas para mí, de tal modo que mi mente, cuestionándose acerca de sus propios poderes, siente que no puede confiar realmente en su propio informe”. Esta clase de experiencia marca el comienzo de un real desprendimiento de la mente.

 

Puedo ilustrarlo mediante una situación más familiar. Cuando entro en un cine a la hora de la película, por unos pocos instantes no puedo ver nada. Mis ojos, acostumbrados a la luz solar deslumbrante de California, están temporalmente enceguecidos, y no tengo la menor idea de dónde encontrar un asiento. Esto es, de alguna manera, lo que se siente al zambullirse debajo de los niveles del pensamiento discursivo en la meditación, no se ve nada que se asemeje a la vida como nosotros la conocemos y uno se siente ciego y confundido. Usted está entrando en el inconsciente, tratando de volverlo consciente, y todo es extraño.


En este sentido, los maestros como San Agustín funcionan, en cierto modo, como acomodadores que vienen hacia nosotros en la oscuridad y nos dice: “¿Ve aquel rincón allí?. La cuarta fila a la izquierda; hay un asiento justo al lado del pasillo”. Nos quedamos parados todavía por unos pocos minutos y pronto podemos descubrir unas cabezas directamente enfrente. Finalmente podemos ver el asiento y alcanzarlo sin tropiezo. Lo mismo pasa en la meditación, es simplemente una cuestión de entrenar nuestros ojos interiores. ¿No tienen los niños que, van por primera vez a la clase de natación, un miedo saludable de poner sus cabezas debajo del agua?. Tienen miedo de ahogarse. Esto es lo que podemos llegar a sentir cuando comenzamos a liberarnos de algunos de nuestros largamente acariciados vínculos emocionales. Cuando meditaba por primera vez, tenía los mismos miedos que todos ustedes deben tener. Toda clase de batallas tenían lugar en mi interior; y me llevó tiempo y esfuerzo sobreponerme a ello. No obstante, una vez que el agua se cerró sobre mi cabeza y empecé a encontrar mi rumbo en estos nuevos reinos, supe que era eso lo que estaba buscando y anhelando y toda mi energía se dirigió a zambullirse más profundamente.

 

La experiencia me ha enseñado que, cuando nos sumergimos en la profundidad, dejando los vínculos egoístas sobre la superficie, experimentamos una alegría que es un millón de veces lo que una sensación de la superficie, cualquiera que sea, nos pueda brindar, y un amor cuya expresión más acabada embarga toda nuestra vida. Cada místico nos asegura lo mismo: usted se siente como un pez nadando en el mar de la luz, del amor, de la alegría que es el Señor. Cuando se enfrente con el miedo de perder estas satisfacciones sensoriales, trate de recordar, que lo que está esperando lejos, debajo de la superficie, es la alegría infinita, infinito amor, infinita vida.


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