Mas que en cualquier otra cualquier,
creo que ganar la libertad duradera depende del cultivo de la simple y común
paciencia. La gente impaciente es la que está más expuesta a volverse
repentinamente ansiosa o descortés. La paciencia actúa como un escudo contra los
desórdenes interiores de cualquier índole. Mantiene la mente calma aún en medio
de las situaciones turbulentas, lo que constituye uno de los secretos para
mantener una salud de hierro. La paciencia es una medicina preventiva real en
todos los frentes.
Podemos desarrollar la paciencia
simplemente al presionar en dirección de la paciencia: mayor y mayor paciencia,
más y más frecuentemente, en las situaciones y relaciones cotidianas de la vida
normal. Al tratar de ser más pacientes con una persona difícil, usted está
extendiendo los límites de su paciencia. Al rehusar actuar con ira o
frustración aun cuando haya sido provocado, está ahondando la propia seguridad.
Cada día, al acostarse, sabrá que sus limitaciones han sido dejadas atrás un
poco más, y que un poco del condicionamiento negativo ha sido eliminado.
Vamos trabajando gradualmente nuestro
camino hacia una toma de conciencia crítica: estamos en condiciones de ir más
allá de los mecanismos de la mente. El pensar, aunque sea muy útil a menudo, no
es la más alta de la facultades humanas, es solamente una etapa del desarrollo.
Si nos hemos topado, por ejemplo, en la angustia de la evolución con un
instinto que dice: “Esta es la manera más elevada posible de entendimiento”,
nuestro futuro humano hubiera sido atrofiado: no estaría escribiendo estas
palabras, ni usted las estaría leyendo. Semejante al instinto, la razón es
solamente una estación en el camino. Cuando con mis amigos vamos a Berkeley, al
teatro, a veces nos paramos a mitad de camino para estirar las piernas. Pero no
quedamos tan seducidos por el hecho de estirar las piernas como para olvidarnos
de ir al teatro. Los pensamientos, del mismo modo, son una estación de peaje
útil, aunque no deberían ser considerados como una solución permanente para los
problemas de la vida. Así como hemos podido elevarnos por encima del instinto y
desarrollamos la razón, aunque no siempre el sentido común, los místicos dicen
que deberíamos aprender a pasar a voluntad más allá del pensamiento discursivo
y entrar en un modo más alto de conocimiento.
Por la forma en que las personas elogian los logros alcanzados en este siglo, se podría decir, que han llegado a la conclusión de que hemos alcanzado la meta. Creo que estamos en condiciones, incluso de cuestionar si realmente hemos llegado a la edad de la razón, mucho menos a una conciencia más elevada. Cuando se establezca la edad de la razón, las naciones del mundo no gastarán millones de dólares por minuto para destruirse una a la otra. Nadie se sentirá compelido a anunciar hábitos nocivos en las revistas prestigiosas. Haremos solamente cosas que sean útiles y beneficiosas, y nos esforzaremos todo lo que esté a nuestro alcance para ver a nuestros hijos crecer sanos, seguros y amados. Hasta que llegue ese momento, pienso que podemos considerar a la edad de la razón como un estadio hacia el cual la humanidad, en el siglo veinte, se está dirigiendo lentamente.
En este pasaje de las confesiones, San
Agustín, como un pionero en la evolución de la conciencia, está implicando que
cada uno de nosotros está aún desarrollándose, y que no deberíamos hundirnos
durante demasiado tiempo, en los procesos del pensamiento. Este es un concepto
revolucionario. ¿No fue Einstein quien dijo que el modo más elevado del
conocimiento es la mística?. Grandes genios de muchas especialidades han tenido
acceso a la mística como un modo de conocimiento; ésta es la causa por la que
ellos fueron capaces de saltar por sobre pensamientos conceptuales aceptados y
realizar descubrimientos fantásticos. Estos momentos de introspección pueden,
con la práctica de disciplinas espirituales, convertirse en estados permanentes
de conciencia. La fuente de la sabiduría perdurable está dentro de nosotros,
esperando ser descubierta para conducir nuestras vidas. Debemos seguir
desarrollándonos hacia esa sabiduría, lo cual requiere de un esfuerzo
incasable.
Conjuntamente
con la sabiduría espiritual viene una constatación increíble: no hay alegría en
algo que sea únicamente para nosotros mismos. La satisfacción particular termina
casi tan pronto