como ha empezado. Esto es lo que
descubrimos cuando nos sumergimos en los profundos reinos de la conciencia,
donde reside la alegría. En casi todos los campos de la actividad humana
podemos ver a gente persiguiendo un placer temporario, admitiendo que no es lo
que ellos esperaban, y luego nuevamente persiguiendo lo imposible mientras la
vida se les escapa de las manos. Los místicos nos dicen que la adhesión a lo
limitado y temporario, es la causa de todas nuestras penas.
Podemos aplicar este diagnóstico al
nivel de las naciones. Cualquier país que trate de encontrar seguridad sin
contribuir a la seguridad de todo el globo terráqueo está sujeto a encontrarse
con el enigma de la inseguridad; un signo característico de ello es la loca carrera
armamentista en que están atrapadas tantas naciones hoy en día. Todo lo que
tenemos que hacer es leer el diario, para ver que esto es ley en todas las
áreas del globo terráqueo.
Donde tengamos una tendencia a la
disputa, una tendencia a ofendernos, una tendencia a exigir oportunidades
iguales para el placer y la ganancia, la puerta al reino profundo de la alegría
se encuentra cerrada. Podría hasta decir que se encuentra cerrada la puerta a
la salud duradera. Debemos recordarlo
todos los días; y una de las formas simples de hacerlo es repitiendo el Nombre
del Señor. Podemos utilizar los pequeños momentos durante el curso de una
jornada, incluso de las muy ocupadas, para mantener vivo el recuerdo de que la
alegría de todos es mi alegría suprema; la alegría privada a expensas de otros es en cambio mi pena más grande. Al
vivir en una sociedad en la que este concepto es raramente propuesto,
necesitamos mantener este recordatorio delante de nosotros tan frecuentemente
como nos sea posible.
Teresa de Avila nos ha dado un secreto
simple para poner esta receta de la alegría en acción: ”Amor saca amor” o el
amor engendra amor. Al vivir o trabajar
con una persona que siempre está amando, aun en el momento de la oposición,
lentamente Ud. comienza cambiar y mejorar. Para convertirnos de esta forma,
tenemos que aprender a hacernos a un lado y quitarnos del medio. Este es el
secreto de las relaciones perfectas, del amor perfecto. Dios es amor, es un
aforismo que expresa la verdad espiritual más elevada. Si deseamos que este
estado divino sea nuestro precisamente aquí en la tierra, durante nuestra vida
terrenal, debemos trabajar arduamente para eliminar de nuestra conciencia todo
lo que sea privado, separado y centrado en uno mismo.
Sin un esfuerzo sincero para sacarnos
del medio, no podemos entender las necesidades de la gente próxima a nosotros;
ni siquiera los podemos ver claramente. Frecuentemente, hasta los buenos padres
tienen, por ejemplo, objetivos para sus hijos que no son compartidos por ellos,
objetivos que no son para el mejor interés de ninguno. En este sentido tengo
que otorgar un tributo a mi abuela, quien nunca escuchó sobre psicopedagogía u
otra clase de psicología. Durante el
verano en que terminé mi escuela secundaria, viviendo como parte de un gran
clan, fui abarrotado de opiniones – desde tíos, tías, cuñados, cuñadas, todos –
sobre lo que debería hacer con el resto de mi vida. La única persona que no
trató de presionarme fue mi abuela; ella se guardó su consejo para sí misma.
Aunque, al final de las vacaciones, cuando iba a dejar a mi familia para ir a
la universidad, me llamó y me susurró oído: “Sigue tu propia estrella”.
A fin de amar en forma completa, no es
suficiente con preocuparnos profundamente; debemos estar también desprendidos
de nosotros mismos. Para conocer lo que es mejor para alguien, debemos hacernos
a un lado de nuestros prejuicios y preconceptos, ponernos en el lugar del otro,
y convertirnos temporariamente en la otra persona, mirar la vida a través de
sus ojos, más que con los propios. Cuando vuelvo a mí, habré visto sus
necesidades desde el interior; solamente entonces puedo vislumbrar con claridad
como servir a esas necesidades con desprendimiento y compasión. Esto no
significa tolerar las flaquezas que pueda tener, significa que lo puedo ayudar
a través del amor y ayuda constante a corregir esas debilidades. Este es el
sendero, el sendero angosto y directo, que conduce al verdadero amor.
¿Por
qué nos resulta tan terriblemente difícil quitarnos del camino?. San Agustín
comenzó pidiéndonos: “Imagina que todo el tumulto del cuerpo se aquietara,
conjuntamente con todos