En este estadio de conciencia el mundo
exterior se encuentra muy, pero muy alejado. Usted ha viajado a una enorme
profundidad, y sabe con certeza que este mundo al que ha descendido es mucho
más real, y lo que entiende en esa profundidad es mucho más válido que lo que
ve sobre la superficie. En la superficie sentimos, por ejemplo, que es natural
que la gente discuta, que las naciones entren en guerra. “Es simplemente
humano”, decimos. Ahora nos damos cuenta, en las profundidades de nuestra alma,
de que las disputas y peleas no tienen nada de natural. Natural es amar a
todos, ver a los demás como uno mismo.
Después de esta experiencia podremos
fácilmente oír la música del Señor por encima de las notas discordantes del
ego, aun en el caso de que una persona sea ofensiva o no coopere. Este es un
camino muy práctico en que este descubrimiento supremo puede ayudarnos en
nuestro trabajo y relaciones diarias. La conciencias de esta voz sin nombre nos
da confianza en la gente, y esa fe permite verla desde un punto de vista más
positivo, como una chispa divina, con recursos inexplorados de amor, sabiduría
y seguridad.
La alegría que acompaña a esta
realización de unidad es tan tremenda que, si viniera sobre nosotros
repentinamente, el sistema nervioso no lo resistiría. Afortunadamente lleva
muchos años al común de la gente como usted o a mí alcanzar este estadio. Hasta
algunas de las personalidades místicas más grandes han sido físicamente inmovilizadas
durante días y noches por el impacto de esta alegría. Juan de la Cruz nos da el
sabor de su intensidad al asemejarlo con el éxtasis de una cita entre dos
amantes. Estas son las últimas estrofas de su poema, “En una Noche Oscura”, que
destila en un lenguaje lírico el curso de una meditación.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
Y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
Nos
lleva mucho tiempo fortificar nuestro sistema nervioso, nuestra resistencia
emocional, de modo tal de poder recibir el impacto de estas olas de alegría
pura y seguir adelante con las responsabilidades diarias. Ya que el mundo puede
difícilmente afrontar el verse privado de la preciosa contribución que tal
clase de persona pueda realizar. Este es el propósito subyacente de las
distintas disciplinas que le he estado describiendo: primeramente hacer posible
esta experiencia divina, y luego permitirnos funcionar bellamente en la vida
diaria una vez que esa experiencia ha sido alcanzada.
Esta
corriente de alegría fluye para siempre en su conciencia y en la mía. Si
alguien pregunta. “¿Entonces por qué no
la escucho yo?”, San Agustín da la respuesta: el ruido de los impulsos físicos
y la agitación de la mente lo ahoga. La Biblia dice: “Permanezcan quietos y
sepan que el Señor es Dios”. San Agustín exclama, cuando por fin descubre esta
alegría que yace escondida dentro de él: