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Se encuentran a sí mismos en el reino del amor, dicen maravillados: el reino de la realidad. Sus cuerpos continúan funcionando en este mundo fenoménico nuestro, pero su corazón no está más en un mundo sujeto a cambios y decadencia, a la pena y el sufrimiento. Está, como San Agustín lo describe tan gráficamente, fijado en la alegría permanente.

 

Sin embargo se nos presenta un gran dilema: ¿cómo cultivar esa actitud de ellos hasta que Dios nos otorgue la  experiencia que ellos describen?

 

“Parece que el movimiento más leve” de la mente, dice Santa Teresa, “Les hará perder esa dulce paz”. Esta es una clave importante. Al sumergirse en el profundo reino de la conciencia uno se da cuenta de que la mente es una fábrica ruidosa produciendo pensamientos día tras día. La mayoría de nosotros no advertimos cuán desgastante es esta actividad, no hemos probado nunca el saludable silencio del mundo interior. Así como aquellos que viven bajo la ruta aérea de un gran aeropuerto internacional, decimos: “¿Qué ruido?“. Simplemente no lo oímos. Cuando leo acerca de personas que gozan al ver escenas de crueldad en el cine, por ejemplo, lo que les escucho decir es que no registran ninguna turbulencia en la mente. Ellos han apagado su sensibilidad.

 

Vaya a un lugar desértico, donde los sonidos de la civilización no hayan llegado, y comprenderá cuán enorme es el contraste entre el nivel de superficie de la mera conciencia y estos reinos profundos. El silencio se ve magnificado por comparación – y por la misma muestra, mucho más elocuente -. Creo que esta es una de las mayores razones por las que los habitantes de la ciudad aprovechan cada oportunidad para “escapar de todo”. Les agrada tener la oportunidad de escapar del ruido que los rodea, y de aquietar un poco el alboroto interior.

 

Finalmente, no obstante, hay un solo lugar donde podemos encontrar descanso; en las profundidades de nuestra conciencia. Dondequiera que vayamos no es nuestro verdadero hogar.  Puedo decir con certeza que, dentro de la razón, he probado cada legítima satisfacción que la vida tiene para ofrecernos. Ese es el motivo por el cual no dudaría en pararme cobre cualquier estrado en el mundo y decir: “No hay comparación entre la alegría que encontré en las profundidades de mi corazón y todo lo que conocí con anterioridad”.

 

Santa Teresa describe con palabras inolvidables el consuelo que esta experiencia lleva aparejada:

 

El éxtasis es una gran ayuda para reconocer nuestro verdadero hogar y ver que somos peregrinos en esta vida. Es una gran cosa ver qué está pasando en nuestro hogar, y conocer el lugar donde vamos a vivir algún día. Ya que, si una persona tiene que ir a radicarse en otro país, le es de gran ayuda para sobreponerse de las fatigas del viaje si descubre que es un país donde va a vivir con tranquilidad,  en la paz más perfecta.

 

San Agustín se dirige al Señor en términos sorprendentemente similares:

 

Ni en todas esas cosas que mi mente recorrió al buscarte, encontré un lugar seguro para mi mente salvo Contigo, en quien todo lo que está disperso en mí se convierte en unidad, de modo tal que nada mío pueda separarse de Ti. Y a veces me admites a un estadio de la mente en el que no estoy comúnmente, una especie de deleite, el cual, si pudiera ser permanente en mí, sería difícil de distinguir de la vida venidera.

 

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