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Esta clase de aseveración es común para los místicos. Los coloca aparte. Sin embargo, suficientemente comprensible, da pie a graves recelos entre los que hubieran querido llegar a esta fidelidad pero no han tenido la experiencia personal que la convalide. “¿No podemos tener verdadera fidelidad”, se preguntan, “a menos que nos sea otorgada?. ¿Por qué, entonces, tanto esfuerzo y sacrificio que se nos antepone como un camino para alcanzar a Dios?”.

 

Mi respuesta es simple. Cada pizca de esfuerzo hace más fácil que se nos otorgue la experiencia.  Todo lo que hagamos, importa. La meditación importa mucho; de la misma manera que repetir el Santo Nombre. El trabajar ardua y desinteresadamente, comer comida nutritiva en pequeñas cantidades, hacer suficiente ejercicio, permanecer calmo y amable a pesar de los problemas del día: todo eso importa mucho. Esto es, de hecho, nuestro real trabajo en la vida, las otras actividades nuestras son secundarias.

 

En muchos interrogatorios se nos pregunta quién es nuestro empleador. Cada uno de nosotros es, en realidad, un autoempleado. Empleado de nuestro más interno Yo, el Señor. Cuando malgastamos el tiempo en persecuciones ociosas, cuando peleamos, el señor trata de recordarnos que estamos malgastando el tiempo de la compañía: tiempo que pertenece a todos.  ¿No se ve su paga cercenada cuando realiza cosas personales en el tiempo de la compañía?. Lo mismo pasa en la vida, a pesar de que generalmente no hacemos la conexión. Cuando hacemos cosas egoístas, perdemos algo de nuestro vigor, algo de nuestra paz mental. Ese es el Señor que está tratando de advertirnos que estamos perdiendo un tiempo precioso.


Aquellos pocos elegidos que han tenido una experiencia directa de la unidad subyacente de los fenómenos aparentemente separados, inmediatamente realizan la conexión entre sus pensamientos, sus acciones, y su paz mental. Cuando Santa Teresa tuvo que justificar su curso de acción ante los superiores eclesiásticos, no dijo que un cuidadoso estudio de las situaciones previas y análogas ha producido tal y tal recomendación o que la dirección de la empresa emitió un informe computarizado de veinte hojas especificando lo que debía hacer. Ella diría llena de fe:  “Su majestad misma vino y me dijo qué hacer”. Esto es lo que significa consagrarse a Dios: el bienestar de todos le habla directa y urgentemente. Y el tono del mensaje no es “El jefe telefoneó hace media hora, por favor llámelo cuando pueda”. El Señor dice “Teresa, te estoy hablando.  Dame toda tu atención”. Hay una certeza acerca de la voz, una certeza que puede asombrar a una persona que no esté acostumbrada a escucharla.

 

San Agustín lo describe claramente y en forma dramática:

 

Y Tú me gritaste desde lejos: “Yo soy el que Soy”. Y te escuché como uno escucha al corazón. Y desde ese momento no hubo ninguna base para la duda: yo hubiera dudado más fácilmente de mi propia vida que dudar de aquella verdad.

 

CONTINUA