Para mí, a la persona egoísta simplemente le falta educación. La persona obstinada, centrada en sí misma ignora la más elemental de las habilidades en la vida – la habilidad de vivir en armonía con los demás -. Así como a las personas se les puede enseñar a leer y escribir tan bien que algún día pueden componer poesía o escribir rápidamente informes persuasivos y convincentes, podemos enseñarle a nuestra mente que responda de la manera que nosotros queremos que lo haga. Esto es lo más y lo menos de la meditación. La gente impaciente puede aprender a ser paciente. Aquellos con una historia de inseguridades mutilantes, aprender a ser seguros. Aquellos que están aletargados pueden volverse enérgicos en sus esfuerzos para servir una causa valedera. Aquellos que centran su interés en sí mismos pueden aprender a ampliar su esfera para incluir a más individuos además de a ellos mismos. No hay currículum más importante que estas habilidades, ningún arte más fino, ni una ciencia más útil.
Tenemos como lista de lectura en este curriculum los relatos de los místicos de todas las tradiciones religiosas mayores, cuya experiencia de lo eterno, es la misma. Leer estos relatos significa un paso importante en la educación espiritual, ya hay mucho que replantear en los condicionantes medios de comunicación. Pero ninguna cantidad de lectura nos capacita para cambiar, los hábitos en contrario de nuestra mente están demasiado profundamente arraigados. Lo que tratamos de hacer en la meditación es conducir los testimonios más inspirados de estas figuras señeras espirituales más y más profundamente, hasta que realmente queden debajo de nuestros hábitos mentales y comiencen a cambiarlos.
Los estratos superficiales de la conciencia son tan duros,
tan densamente cargados de impresiones, que debemos ejercitarnos durante años
solamente para mellarlos. ¡Es un camino escarpado!.
Una vez
alcanzado un nivel más profundo, si se escucha con atención, se estará en
condiciones de escuchar las palabras de San Francisco de Asís o de San Agustín
cayendo como joyas dentro de las vívidas aguas de lo más profundo de la
conciencia. Una prueba de que ello se está llevando a cabo es que podrá
escuchar estas palabras recitadas en su sueño – una señal segura de que han
penetrado tan hondamente que no pueden sino influir su accionar diario.
Pero no es
suficiente, como dije anteriormente, sólo meditar las palabras inspiradoras,
debemos tratar cada día de trasladarlas a nuestro comportamiento. Cuando San
Agustín nos habla de hacer que la paz de la meditación “siga y siga”, es esto
lo que quiere significar; debemos aprender a ampliar nuestra conciencia de
unidad a cada uno alrededor nuestro en el transcurso de la vida diaria. San
Agustín subraya la necesidad de esta labor diaria cuando reza: “Espero que
Dios, en su misericordia, me hará mantenerme firme en las verdades que juzgo
ciertas”.
Esto requiere
de una gran práctica, se los puedo asegurar. Inmediatamente después de la
meditación matinal ingresa en su primer salón de clase: la mesa de desayuno.
Cuando su hijo adolescente lo trata con un sarcasmo muy a la moda, le está
tomando un parcial; cuando su mujer se empeña en provocar una guerra a gran
escala por las medialunas, ése es el examen final. Los finales son arduos; no
se puede esperar que resulten una cosa demasiado sencilla. Si todos obtienen la
mejor nota, no valdría la pena aprender la lección. Pero si aprueba, no se
atreva a vanagloriarse. Pruebas más difíciles estarán esperándolo a la vuelta
de la esquina. Sea cual fuere su escenario doméstico, puede verlo como una
escuela de preparación para aprender la manera de practicar la meditación cada
mañana y cada noche.