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Una de las cosas esenciales de esta parte de la lección es el tiempo. Lo tengo que repetir ya que en la marcha alborotada de nuestra época resulta muy fácil de olvidar. Siempre me sorprende comprobar qué poco tiempo pasan juntas las personas en sus hogares. El correr para lograr unos pocos dólares más parece gozar de una prioridad mayor que el aprendizaje de las habilidades básicas del vivir. En el largo plazo, cuando tenemos trastrocados nuestros valores, pagamos por ello un precio terrible. Nada en el mundo puede compensar el gasto de olvidarse cómo vivir. ¿De qué utilidad es una fortuna, aún si la gana, lo que es poco seguro, una vez que se ha olvidado de vivir?

 

Solía aconsejar a mis amigos: “¿Por qué no se levantan un poco más temprano - ¡aún cuando esto signifique ir a la cama un poco más temprano! – de tal forma de pasar un rato más a la mañana con su familia o amigos y tener un alegre comienzo del día?”. En una atmósfera de fricción delirante, hasta la comida más exquisita se convierte en cenizas. La persona que comienza el día con un desayuno pacífico y alegre es probable que sea un mejor dactilógrafo, un mejor doctor, un mejor librero, un mejor científico, un mejor amigo.

 

Cuando llega al trabajo, también es un buen momento para recordar las palabras de su meditación: “Haz de mí un instrumento de tu paz”. En una oficina, negocio o escuela hay toda clase de empleados. Lo que el milagro de la meditación le promete es simple: por supuesto que hay de todo, pero puede aprender a trabajar en armonía con todos los tipos imaginables, especialmente si tenemos en cuenta que lo que no nos permite vivir en armonía es generalmente tan sólo la falta de paciencia. 

 

Cuando una persona tiene dificultades al trabajar con otras, solamente hace falta escudriñar su comportamiento para escuchar que su mente dice: “¡Esta gente no sabe nada!. ¿Por qué no me prestan atención?”. La paciencia decreta que tenemos que estar listos y deseosos de aprender de cualquiera. Una actitud abierta desarma a todos: éste es su encanto – y su magia. “Aquí se encuentra alguien que está dispuesto a escuchar”, nos decimos a nosotros mismos. “Quizá pueda recoger algo útil de él también”. Es así de simple. Después de todo, nuestra vida no se puede convertir en un don hasta que los demás no están dispuestos a recibirlo.

 

 

A veces escucho que la gente se queja: “¡Oh, en mi trabajo tengo que estar archivando de la mañana a la noche. Nunca tengo que hacer algo que constituya un desafío!”. Lo que resulta tan importante como el trabajo mismo, es la forma en que lo hacemos y lo bien que podemos trabajar en armonía con aquellos que nos rodean – lo cual, para la mayoría de nosotros es suficiente desafío. Esto es especialmente verdadero en trabajos de servicio que benefician directamente a otros. En vista del holocausto que amenaza con devorar al globo en media hora, no creo que haya un límite al valor del trabajo realizado en armonía y paz espiritual. Nosotros no seremos grandes figuras del escenario mundial, no tendremos un trabajo que muestre resultados espectaculares, pero no creo que el mundo pueda afrontar la pérdida de la contribución de alguien que está trabajando, aún en pequeña escala, por la armonía y la paz. Cualquiera de esos trabajos es un preciosos regalo.

 

Si miramos con sensibilidad la vida de Jesús, trayendo paz y consuelo a millones de personas, pienso que la mayoría de nosotros se dice a cierto nivel: “¡Cómo me gustaría parecerme en alguna pequeña medida!”. En su primera época, como Francisco Bernardone, el hijo del comerciante textil, San Francisco no era una figura particularmente espiritual. Tampoco lo fue el joven San Agustín al salir de parranda por Cartago. Lo que los abrumó, como abrumó a cientos de esforzados buscadores que se convirtieron en figuras espirituales señeras, fue ese inmenso deseo de rehacerse en la imagen de Jesús.

 

 

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