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En este sentido, a los amantes de Dios nunca se les permite volverse sobrios. Con la práctica incesante, ellos se mantienen ebrios con el espíritu de amor día y noche. Cuando tenemos el privilegio de escuchar sus hazañas o leer sus palabras intoxicantes, nos decimos: “¡Quiero entrar en esta taberna también!. Deseo sentarme en aquella silla alta y decir al Divino Cantinero: Lo mismo de siempre, por favor. Un batido doble de simpatía, con hielo”. Miramos deslumbrados y vemos encaramados en sillas, todo alrededor, a los hombres y mujeres de Dios. Está Santa Teresa, sosteniéndose fuertemente de la barra para no salir flotando. Está San Francisco prácticamente incapaz de pronunciar su plegaria: “Mi Dios y mi todo”. Está San Agustín, murmurando algo acerca de “Dios, mi dulzura”. Esta alegría misteriosa que no conoce límites es nuestra verdadera herencia, la plenitud que el trabajo de la evolución humana está apremiando.


Cuando practicamos meditación con todo el entusiasmo del que somos capaces, cuando repetimos el nombre del Señor, y sobre todo cuando trabajamos armoniosamente con gente difícil y permanecemos gentiles y respetuosos en medio de la provocación, estamos bebiendo profusamente de la curativa misericordia del Señor.


A veces veo rótulos en los autos proclamando “Dios te ama”. Dios es amor. Él no puede ser otra cosa. Cuando trabajamos para vivir según este supremo ideal de caridad nos convertimos en conductos para su amor, instrumentos de su paz. Esto es lo que significa la misericordia de Dios: Cuando incorporamos su amor, no seremos capaces de hacer algo que cause pena a otra criatura.

 

 

En las profundidades de nuestro corazón el Señor está suplicando: Acércate y mírame, ven más y más profundo y conviértete en una unidad conmigo, y serás bendecido dondequiera que vayas”.  Podemos pensar que nuestro corazón está hambriento de éxito, hambriento de placer, pero los místicos nos aseguran: ¡”Oh, no!. Lo que desea tu corazón, lo que todos los corazones desean, es la revelación de que nuestra personalidad real es divina”.

 

La gran duda que todos tienen es: “No sé como hacerlo. No creo verdaderamente que pueda amar de esa forma”. Acá entra el milagro del amor.

 

Al mirar novelas populares, revistas de chismografía, melosos filmes y teleteatros, se llega a la conclusión de que enamorarse es algo que simplemente pasa. Aquí está usted paseando por la calle pensando en sus propios negocios, cuando de repente ve a alguien salir de una tienda y se enamora como si cayera en una alcantarilla. El amor verdadero es mucho más difícil de encontrar que eso.

 

Los místicos son las autoridades mundiales en el tema del amor. Cuando Santa Teresa dice “Amor saca Amor”, nos está dando el principio básico de “El amor engendra amor”. Una de las cosas más lindas del amor es que aún en la actualidad no se puede comprar. No puede robarse, no puede rendirse, no puede ser engatusado, no puede ser seducido. Amor saca amor: solamente el amor genuino engendra amor.

 

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