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Todos nosotros hemos sido condicionados, aunque no lo pongamos en términos tan bruscos, para creer que si tú me amas en un puntaje de seis yo debería amar la misma cantidad a cambio. Puedo estar seguro en amar seis unidades ya que el otro se ha comprometido hasta ese límite.  Pero si el otro se enoja conmigo y se va cerrando la puerta con un portazo, yo debería enojarme también y retirar, por lo menos termporariamente, mis seis unidades de amor. Este es el tipo de convenio que los así llamados amantes más discuten. Santa Teresa dirá inflexiblemente: “No pretendan que esto sea amor. Cae mejor bajo el encabezamiento de comercio”. Shakespeare coloca al tema en una perfecta perspectiva: “No llamen amor a lo que cambia”.

 

La verdad completa de lo que Santa Teresa nos está confiando es simple. Con la práctica, todos pueden llegar a amar de esta manera; todos pueden vivir en amor eterno. Después de todo, aunque no aprenda esperanto, su vida no va a ser aburrida y monótona. Aún cuando no esté familiarizado íntimamente con la antigüedad de la escultura sumeria, se las puede ingeniar para vivir sin sufrir depresiones. Pero, - y esto debe ser taladrado en los oídos del mundo moderno – si usted no aprende cómo amar, a donde quiera que vaya va a sufrir.

 

Hasta en el hogar más rico la discordia puede dejar a los miembros en la quiebra. Pregunte a la gente que “lo tiene todo”, varios autos de lujo en circulación, grandes pantalla satelitales de TV instaladas en cada dormitorio, piletas climatizadas y saunas y aparatos gimnásticos, originales invaluables esparcidos indiferentemente por la casa, si no viven en armonía serán los primeros en admitir: “la vida es miserable. Me levanto a la mañana con  miedo de ir a desayunar. Vuelvo a la noche con un sentimiento de tristeza en mi corazón”. Estos son los simples hechos de la vida.


Una tendencia que veo que solamente focaliza la falta de armonía doméstica es la competencia. “¿Cuánto dinero aporta él? ¿Cuánto dinero aporta ella?”. Deberíamos dividir nuestros bienes y responsabilidades con total claridad, nos aconsejan los asesores legales, incluso la “propiedad” de nuestros hijos. Millones de personas han absorbido este criterio. La verdadera pregunta que debemos seguir formulándonos es: ¿Cuánto valor le estoy dando a mi vida para que sea un don?”. San Francisco dice perfectamente: “Es cuando damos que recibimos”. Allí mismo, como dicen mis jóvenes amigos, lo que importa no es quien trae o invierte más o más seduce, lo que importa es quién da más. Esa persona es el real proveedor, la verdadera luz del hogar.

 

 

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