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Los niños, del mimo modo, pueden ejercitar su amor. Cuando ven que sus padres lentamente se separan, ellos pueden atraerlos con su amor. Cuando los abuelos están riñendo, los padres pueden trabajar para restablecer la paz. Todos pueden aprender a ejecutar este rol mediador. No conozco don más grande.

 

De todos modos, practicar esta clase de amor no es fácil. Después que ofrezco una charla la gente viene hacia mí perturbada y me cuenta: “pero, ¡usted no sabe la atmósfera que hay en mi casa! ¡Usted no conoce a mis compañeros de oficina!”. 

 

Me apresuro a responderles “No tiene que darme los detalles. No crecí  en una caverna”. Me crié en una gran familia unida donde no se podía evitar que nos molestáramos uno al otro constantemente. Más tarde trabajé en la universidad con miles de estudiantes, y debo haber participado de cientos de encuentros donde los catedráticos de todos los departamentos a menudo diferían entre sí con convicciones apasionadas. Sé perfectamente que, en cada contexto, hay gente difícil, tan difíciles como nosotros solemos serlo a veces. A donde quiera que vayamos nos toparemos con dificultades que desafiar.

 

Cuando estaba enseñando en la Universidad estaba practicando meditación también y tratando de trasladar las enseñanzas de la mística a mi vida diaria. Gradualmente aprendí a dejar de considerar los desafíos como dificultades, y comencé a ver situaciones tensionantes como oportunidades de poner en uso mi amor creciente. Lo podemos hacer en todos lados: el contexto familiar es perfecto.

 

En cada familia suele haber, por ejemplo, alguien con un poco de Jonathan Swift. ¿Sabe que Swift tenía un hablar sardónico y un sentido del humor más bien negro?. El dice que se puso de luto en el día de su cumpleaños. Esto tiene un efecto inhibidor sobre cada uno, y naturalmente, cuando los Jonathan de nuestra familia entran en la habitación, otros deben tratar de alejarse. Pero no la persona que está tratando de tomar al amor en forma seria. Esa persona aprende a presentarse con una genuina sonrisa y decir “¡Entra Jonathan! Esperaba verte”. Asimismo puede agregar con un susurro: “Necesito esta oportunidad para profundizar mi paciencia”.

 

Cuando nos demos cuenta mejor de que la misma chispa divina está en todos nosotros: encontraremos en todos lados oportunidades de hacer esa divinidad más evidente. No veremos a ninguno como un enemigo: veremos a todos como amigos. Cada acontecimiento, aunque dificultoso o potencialmente atemorizador, puede ser usado para llevar a cabo lo que los místicos llaman “la voluntad de dios”: amar, perdonar, ser gentil.


En otras palabras, éstos son ejercicios diarios, así como el aerobismo. Usted no se detiene cuando su pulso cardiaco llega a 85. Al contrario, dice: “Mi meta promedio es 120” y se mantiene hasta que lo consigue. Cuando su corazón se acostumbra al esfuerzo de 120, si está en buen estado, comienza a buscar 130, luego 140. Cuando la condición física está en juego, todos aceptan este proceso.

 

Exactamente el mismo proceso es para incrementar la paciencia. El promedio de paciencia en reposo es cero. Usted dice: “no tengo paciencia para nada. ¡Me salgo de las casillas por la provocación más leve!”. Me apiado de tales personas palmeándoles la espalda y recordándoles:  “allí es donde todos comenzamos”. Pero cuando aprenda a meditar, irá adquiriendo más capacidad para seguir adelante. Después de un rato, cuando Jonathan se aparta de su camino para provocarlo, usted encuentra que lo puede soportar alegremente por media hora. Con practica continua, alcanza un punto donde puede pasar la mañana entera del sábado sin perder el control.  Desde las siete y media hasta el mediodía, usted es tan paciente que comienza a disfrutar de su show de autocontrol. Después del almuerzo – yo diría que sabiamente -, se larga nuevamente, ya que su paciencia se agotó. Pero si se mantiene en eso con la misma diligencia en cada ruedo de asuntos personales, llega el gran día en donde puede ser paciente con el pobre Jonathan durante todo el fin de semana. El hace lo indecible para provocarlo, pero usted se dice a sí mismo: “¡Oh no, no debo”. Aquellos días ya pasaron. Ahora puedo ser la paciencia personificada”.

 

Hay una afirmación notable en la mística que voy a tratar de trasladar al lenguaje del aprendizaje del amor. A través del puro ejercicio durante un período largo de tiempo, no solamente amamos a Jonathan o Josefina, sino que nos convertimos en el mismo amor. Nuestro amor se irradia a todos los que entran dentro de nuestra órbita; nosotros simplemente perdemos la posibilidad de hacerlo de otro modo. No importa si la persona sentada al lado ha sido desagradable por años, quizá se haya opuesto a nosotros; esto carece de importancia, lo que importa es que nuestra naturaleza de ahora es amor. En todo momento, en cada situación, estamos como mejor podemos con todos.  Esta es la respuesta a nuestras oraciones

 

Necesitamos extender las fronteras de este milagro tanto como podamos. Para mí cualquier persona que siquiera piense en hacer la guerra – dejando de lado completamente las economías y políticas - necesita aprender a amar. El principio de Santa Teresa “El amor engendra amor” no es solamente de aplicación  en las relaciones interpersonales. Sino que también se aplica a nivel de las naciones. Aquí también, San Francisco es un maestro excepcional. ¿Cómo nos convertimos en instrumentos de la paz mundial?. ¿Cómo forjar nuestra nación en un instrumento de la paz mundial?. San Francisco contesta: “Donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, perdón”. No lo piensa como un encantamiento para una ocasión especial de estado; se nos brinda como un ejercicio dinámico.más profundas. 

 

 

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