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He tenido la oportunidad de pasear a través de un buen número de países. Siempre hice el mismo descubrimiento. Lo que divide a una persona de otra es solamente un uno por ciento de las diferencias superficiales: en el otro noventa y nueve por ciento somos iguales. Cuando vine a los Estados Unidos desde la India, pasé una semana en París con otros estudiantes de la beca Fulbright. Mis amigos se la pasaron tomando vistas del Louvre, de la torre Eiffel, de la margen izquierda, y (estoy seguro, aunque me ahorraron los detalles, que también) del Folies-Bergère. Yo pasé los días en los hermosos parques de la ciudad, viendo a los niños franceses jugar alegremente. “Exactamente igual a los niños en la India” solía decirme a mí mismo. “¿Dónde está la diferencia?”. Al volver a la India, me invitaron a hablar delante de muchos grupos, y siempre me hacían preguntas sobre los Estados Unidos. Puede observar que veían a este continente como a otro mundo, y a los americanos como a gente diferente. Imagínense la sorpresa cuando yo les contestaba: “Ellos son iguales a usted y a mí. A la gente allí le gusta que la traten amablemente como a la gente de aquí”.

 

Hoy en día las dudas sobre la humanidad son parte de la atmósfera emocional. Me siento desalentado cuando escucho cada vez más seguido decir a la juventud al verse confrontada con duras elecciones en sus vidas: “¿Qué importancia tiene?”. “¡Cuando llegue a la mayoría de edad, ellos posiblemente hayan volado la tierra en pedazos”. Con demasiada frecuencia estas dudas se encuentran justificadas por las acciones que toman los así denominados líderes responsables. En todo el mundo, los gobiernos de las naciones gastan seiscientos mil millones de dólares cada año en el desarrollo y la fabricación de armas para la destrucción; medio millón de científicos con altos estudios e inteligentes trabajan duramente en esta tarea. Lo que necesitamos desesperadamente son ejemplos personales de otro tipo de actitud, de otra forma de vivir.

 

Si pudiéramos recordar la simple verdad de que la gente universalmente es noventa y nueve por ciento igual y solamente un uno por ciento diferente, nos evitaríamos un montón de dolores de cabeza, y aun tendríamos ese intrigante uno por ciento para hacer de la vida un deleite. A veces querría que algunos políticos se dedicaran a la meditación, entonces sería difícil que se les pasara por alto el hecho de que todos nosotros tenemos las mismas necesidades básicas. Todos apreciamos la salud, felicidad y amor,  y todos deseamos, lo más importante, que es vivir en paz y armonía.

 

 

 

En el mundo convulsionado actual, cada uno, créame, saca esperanza de usted cuando posee algo de la conciencia de la unidad de la vida. Recuerde a San Francisco diciendo: “Donde haya desesperación, ponga yo esperanza”. Aun aquellos que minimizan sus esfuerzos no pueden sino comenzar a pensar después de un rato: “Justamente esto podría mostrarnos el camino para salir de nuestros problemas”. Nadie puede soportar por más tiempo el pensamiento en términos de vivir solamente para nosotros, aún vivir solamente para nuestra familia. Cuando puede devolver buena voluntad por mala voluntad, amor por odio, está restituyendo la fe de la gente a su alrededor en cada uno de estos valores atemporales. Cuando comienza a tomar esta responsabilidad con seriedad, su vida lentamente toma el significado grandioso que todos deseamos desesperadamente.

 

 

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