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Cuando nos estamos esforzando cada día en hacer del amor la base de nuestra vida, le estamos dando a la gente la base para la esperanza. No hace mucho tuve en mis manos un conmovedor artículo acerca de un grupo de campesinos en América Central que pudieron escapar del terror desenfrenado en su país natal cruzando un río y llegando al país vecino. Gente simpatizante de este país está cruzando para vivir con ellos en cambio, en un esfuerzo por desalentar a las unidades militares que los persiguen. Una cosa sobre la que estos campesinos hablaban mucho es sobre su anterior arzobispo, quien, en vista de una guerra civil brutal, pasaba su tiempo rogando con su gente para que depusieran las armas. A pesar de que fuera asesinado por este esfuerzo, su gente nunca olvidará su ejemplo. Como dicen una y otra vez con las palabras más simples de imaginar: “Quien cae por la gente vivirá en la gente”.

 

En esto tenemos una enorme responsabilidad: mantenernos con buena salud, no tanto por propia consideración sino para que podamos continuar dando nuestro don tanto como nos sea posible.  Los doctores, enfermeras y técnicos médicos pueden ser valiosos aliados en esta tarea sagrada, pero la responsabilidad primaria es solamente nuestra. La salud es algo que debemos aprender a mantener, comenzando con una dieta nutritiva, ejercicios apropiados, trabajo que beneficie a otros, relaciones amorosas, y la observancia entusiasta de disciplinas espirituales.

 

Aquí doy un paso más allá de la medicina convencional. Yo diría que a fin de contraer una enfermedad no es suficiente con las bacterias y virus y el estrés del medio ambiente, debemos tener cierta disposición hacia la enfermedad. El sistema inmunológico no es simplemente un sistema fisiológico, y está claro que hay diferencias enormes en cómo personas diferentes resisten la enfermedad. Algunos, expuestos a las mismas condiciones, no lo hacen. En forma similar, sabemos que ocurren remisiones espontáneas – a veces denominadas “milagros” -. Todo esto porque existen muchos, muchos factores comprometidos en la resistencia, y el número uno, en mi opinión, es la mente. La clase de resistencia más alta, más efectiva – a la enfermedad de cualquier clase, incluso a los estragos del tiempo – es un profundo deseo de vivir por otros. Esta es una fuerza tremenda, cosa que puedo atestiguar por mi propia vida.

 

Estoy hablando de las raíces profundas de la naturaleza humana. Los psicólogos saben de la necesidad del deseo de vivir; sin embargo, cuando se vive por uno mismo, ¿cuán hondo puede ser el deseo?. Mi deseo de vivir florece del amor que inunda mi corazón cuando me doy cuenta de que el mismo Señor encuentra la posibilidad de habitar su corazón y el mío; y este amor se expresa en las innumerables elecciones que realizo en mi vida diaria. La mayoría de nosotros ha experimentado por sí mismo los beneficios que se recogen de amar a dos o tres personas.  ¡Imagínense qué puede hacer el amor por cuatro mil millones de personas!

 

Todos podemos ser más saludables, más seguros. La mayoría puede vivir más tiempo que el que esperamos y trabajar más activamente hasta la vejez. Hasta cuando tengamos noventa años podemos ser productivos, creativos, apreciados y respetados, porque nuestra vida se ha convertido en una brillante dote. El tiempo para cultivar estos hábitos de vida que hagan esto posible es ahora mismos.

 

 

... de manera que el resto de la vida eterna fuera como ese momento de iluminación que nos deja sin aliento. ¿No sería esto lo que ordena la escritura: Entra en el gozo de tu señor?

 

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