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Actualmente, para explicar su secreto, con frecuencia recurro a una frase que él usaba: “una mente puesta en un único e indivisible objetivo”. Esta es una clave muy reveladora. Una mente puesta en un único objetivo es serena y sólida, lo que le otorga un enorme poder de resistencia al estrés. Con una mente de estas características siempre podemos elegir de qué manera reaccionar ante la vida.

 

Virtualmente todo estrés de tipo psicológico, diría yo, proviene de la urgencia y el apuro de una mente frenética, que llega apresuradamente a conclusiones injustificadas y con frecuencia va demasiado rápido como para apreciar los hechos y las personas tal cual son. Este tipo de mente mantiene al cuerpo bajo una tensión permanente. Está en movimiento constante, deseando, preocupándose, ansiando, temiendo, planeando, defendiéndose, ensayando, criticando,  no puede detenerse excepto en el sueño profundo, cuando todo el cuerpo, particularmente el sistema nervioso, da un gran suspiro de alivio y trata de reparar los daños del día. Al simplemente desacelerar la mente - el primer objetivo de la meditación - gran parte de esa tensión puede ser eliminada. Entonces quedamos libres para reaccionar ante las dificultades de la vida no como fuentes de estrés sino como si fueran desafíos, que harán surgir desde lo más profundo recursos que nunca habíamos sospechado que teníamos.

 

“Ansiedad “ es un término útil que los psicólogos emplean para describir un tipo de problema relacionado al estrés particularmente escurridizo. La ansiedad es tan poco específica en la mente como el estrés lo es en el cuerpo: al enfrentar un hecho amenazante, como la pérdida de un trabajo o la muerte de un ser querido, la mente reacciona con miedo e inseguridad en todas la áreas de la vida, en todas las relaciones. Cada vez más los médicos se refieren a una “ansiedad difusa”, que no es desencadenada por ningún hecho externo en particular pero que persiste de situación en situación, característicamente cuando el ego se siente amenazado.

 

Los médicos de urgencias admiten que gran parte de su trabajo consiste en estos días en ayudar a la gente a manejar su ansiedad, a pesar de que muchos de ellos coincidirán en que la ansiedad no es un problema médico, en otras palabras, que no tiene solución médica. Recetan tranquilizantes o echan mano de un creciente espectro de terapias pero en su mayoría no tiene reparo en confesar que no dan en la tecla y están tratando los síntomas porque no pueden encontrar la causa. 

 

En el lenguaje del misticismo, siempre que exista una división en la conciencia entre “Eso me gusta” y “Esto no me gusta”,  tal división engendrará el estrés. Será campo propicio para la ansiedad. Así como los mosquitos de la malaria se desarrollan en pantanos y aguas estancadas, la ansiedad se desarrolla en las mentes divididas. Agustín delineó esta división de la conciencia de forma inolvidable:

 

¿Quién elegiría los problemas y las dificultades? En la adversidad deseo la prosperidad; en la prosperidad temo a la adversidad. Sin embargo, ¿qué posición intermedia existe entres estas dos, en la cual la vida de un hombre pueda ser algo más que una constante prueba?. Hay pena y más pena en la prosperidad de este mundo: pena por el miedo a la adversidad, pena por la corrupción del gozo. Hay dolor en la adversidad de este mundo, y un segundo y un tercer dolor en el ansia por la prosperidad, y además porque la adversidad misma es dura, y por temor de que nuestra capacidad de soportar ceda. ¿No es la vida en la tierra una prueba ininterrumpida?

 

La clave de la ansiedad, así como la del estrés psicológico en general, es esta: no se trata tanto de que un acontecimiento o circunstancia produzca un ataque de ansiedad. Es la significación que le asignamos a un hecho determinado, la forma en que lo interpretamos en nuestra mente.

 


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