conexión debido a la precipitación de la mente: nuestras percepciones
estaban reuniendo y acicateando pensamientos airados como respuesta. Ahora que
esos pensamientos han sido separados, nuestra apreciación de la conducta del
otro ha perdido su fuerza compulsiva.
Todos creemos que existe una conexión causal entre percepción y
reacción, es por eso que virtualmente todo el mundo reacciona ante la
provocación. Desde la experiencia lograda con mucho esfuerzo, les puedo decir
que es posible, fortaleciendo los músculos de la voluntad, empujar pensamientos
e impulsos tan lejos que, si alguien se impacienta con ustedes, lleguen a ser
hasta más considerados que antes; si alguien les habla con grosería sean
capaces de responder con amabilidad.
Eso es lo que significa vivir en libertad, y es esencialmente una
cuestión de superar rígidas preferencias y rechazos. Cuando se obtiene esta
libertad, una gran parte de este tránsito mental de hora pico se apacigua.
Habrá uno que otro auto en su autopista interna, llevando un mensaje de
provecho. De vez en cuando, tal vez, todavía pase un bólido. Pero, a la larga,
las autopistas del cuerpo y mente estarán asombrosamente tranquilas.
Para gozar de este tipo de paz mental, sin embargo, hace falta mucho
trabajo esforzado. Tenemos que
encontrar una “posición intermedia” como diría Agustín, entre los gustos y las
fobias: en lenguaje práctico, una nueva ruta vital dentro del sistema nervioso
por donde pueda transitar nuestra energía. En este momento, como dije
anteriormente, nuestra autopista interna está preparada para tránsito de una
sola mano, reacciones en una única dirección, condicionadas por nuestras
preferencias y rechazos. Cuando tenemos que realizar una tarea en contra de
nuestros deseos o hacer algo desagradable por el bien de los demás, es como
manejar a contramano por una avenida. Todo el tránsito del sistema nervioso
está en contra de nosotros, tocando la bocina, esquivando y quejándose
ácidamente. Algo muy parecido sucede cuando tenemos que negarnos a nosotros
mismos algo que deseamos: es como quedarnos sin motor, obstruyendo dos carriles
de una transitada autopista a la hora pico, una maniobra muy impopular. En general, diría que muchas enfermedades
piscosomáticas como la alergia y el asma pueden ser resultado de ir en contra
de un denso tránsito de una mano de gustos y fobias: el sistema nervioso no
puede soportarlo, y el cuerpo se queja. Podemos aprender a abrir el tráfico en
ambas direcciones; y, cuando lo logramos, podemos movernos libremente en
cualquiera de los dos sentidos. Esto nos da la libertad de elegir nuestras
reacciones aún en situaciones tensas y difíciles.
No
se trata, simplemente, de destrabar uno o dos embotellamientos. Para los fines
prácticos, la mitad de las autopistas de la mente no han sido construidas;
tenemos que asentar las bases para una totalmente nueva. La construcción de
esta ruta puede demandar muchos años de sostenidos y con frecuencia frustrados
esfuerzos, los cuales los dejarán más que satisfechos cuando comprueben a donde
pueden llevarlos. Al principio, la empresa quizá parezca no tan difícil. El
terreno es plano, por así decirlo, y si encuentran un obstáculo, se puede
construir un desvío sin mucho trabajo extra o costo adicional. En esta etapa de
la superación de gustos y fobias, probablemente no estén sacrificando nada que
les importe demasiado. Si continúan, se toparán con lugares en los que las
preferencias se han convertido en hábitos arraigados. Se trata de formaciones
sedimentarias de obstinación, que pueden congelar el entusiasmo espiritual
La mayoría de nosotros nunca intenta trepar por encima de nuestros
hábitos mentales petrificados o
esquivarlos. Estos nos atrapan, limitan nuestra visión y prescriben nuestra
acción. Es por eso que Agustín habla
del hábito como del obstáculo principal en la vida de todo ser humano. Nuestro
enemigo es nuestro condicionamiento egoísta: en parte impuesto desde afuera, por
las circunstancias, los amigos, los medios de comunicación; en parte, por
nuestras propias elecciones y nuestra conducta. A largo plazo, este
condicionamiento egoísta va debilitando nuestra voluntad, hasta que finalmente
olvidamos que podemos elegir combatirlo. Agustín describe este proceso en un
vívido pasaje de sus Confesiones: