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San Francisco de Asis....

 

San Francisco

 

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Las vidas y los escritos de las grandes figuras intelectuales son tan maravillosamente diversas que a casi todos nosotros uno u otro nos habla con una fuerza especial. San Agustín, por ejemplo, ha sido durante un largo tiempo el favorito de los intelectuales, de aquellos que han presionado su raciocinio hasta el límite y finalmente han exclamado: "No, no, tiene que haber más que esto". Para aquellos que no tienen ningún tipo de pretensión intelectual figuras como Rosa de Lima o José de Cupertino les resultarán particularmente atractivas.

 

Francisco de Asís, sin embargo, les pertenece a todos. Él es el santo con quien casi todo el mundo cree tener una comunicación especial y personal.

 

El porqué no resulta evidente a primera vista. Si realmente observamos de qué modo vivía y lo que hacía, las cenizas que desparramaba sobre una cena con demasiado buen aspecto, la única ordinaria vestimenta que usaba, atada a la cintura con una soga, las humildes chozas en las que él y sus Hermanos pasaban largas y heladas noches invernales en oración. Si consideramos esto honestamente, nada podría resultarnos menos atractivo. No se trata de que sea nada extraño. Francisco solo hizo lo que la gente ha hecho cuando ha deseado liberar el espíritu de la carne. Pero eso no lo hace demasiado atrayente a los ojos de los demás.

 

Tampoco parece que él haya poseído unas otras cualidades que usualmente inspiran una adhesión. Por más brusca que haya sido su aseveración, teniendo en cuenta que él mismo era un fraile, el Hermano Masseo puede probablemente ser perdonado por espetarle un día: "¿Por qué te siguen? ¿Por qué a ti?". Agregando a modo de explicación: "No eres bello para mirar, no eres un hombre de grandes conocimientos, no eres noble de nacimiento. ¿Por qué, entonces, te sigue todo el mundo?".

 

Francisco buscó, como lo expresa su propia regla, "seguir las enseñanzas y los pasos de Nuestro Señor Jesucristo", lo que para él significaba una vida de severa austeridad y de oración. No fue el primer hombre que realizó esta elección. Lo que lo diferencia, sin embargo, lo que mantiene su memoria cálida y vivaz en el mundo entero en la actualidad y lo convierte tal vez en el más amado de todos los santos, es que logró que eso pareciera atractivo.

 

En contraste con los cerca de mil y pico de manuscritos que quedaron en la biblioteca de Agustín en Hipona, no tenemos casi nada escrito por San Francisco. Su última voluntad, un par de poemas, unas pocas cartas, ningún comentario de las escrituras, ningún tratado teológico. Francisco desconfiaba mortalmente del mundo de las letras. Eligió, en cambio, enseñar por y a través de sus propias acciones. Por lo cual resulta sumamente apropiado que el verdadero monumento conmemorativo del Pequeño Hombre de Asís sea su vida, una vida relatada con más amor y atención que ninguna otra lo haya sido en la edad moderna. Por lo menos una vez en cada generación, alguien se ha sentido inspirado a contar su historia. Y siempre brillando, incluso a través de los episodios más punzantes o perturbadores, está esa alegría, desbordante alegría, solo levemente asordinada.

 

"¿Por qué tras de ti?". No había cuestionamientos ni "porqués" cuando Francisco era líder de los jóvenes de Asís que rondaban la ciudad. Era encantador, ingenioso, generoso y musical, un trovador que componía canciones de amor, el alma de todas las fiestas. Una grave enfermedad puso fin a todo esto cuando tenía 22 años de edad, sumergiéndolo durante su convalecencia en un estado de ánimo introspectivo. Después del segundo intento fallido por iniciarse en la vida de las armas se internó en un período de búsqueda espiritual aún más profundo.

 

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