Esto puede constatarse entre los
grandes artistas, cuyas fobias y preferencias son, con frecuencia, virulentas.
Hay un famoso hotel en Londres, el Savoy, que solía atraer a algunos de los más
conocidos actores, actrices y figuras literarias. Un actor inglés era tan
puntillos con su habitación en el Savoy que cuando llegaba, todo en el cuarto
tenía que estar exactamente como él lo había dejado, aún cuando eso hubiera
sucedido tres años atrás y sólo fuera a quedarse un par de días. Para él era su
cuarto, y si una copa se encontraba en
un ángulo equivocado de la mesa, se sentía inseguro y armaba un escándalo. La
administración por supuesto, había encontrado astutas maneras de sortear las
dificultades. Cuando el gran artista partía, el personal del hotel fotografiaba
la habitación meticulosamente; luego procedían a alquilar el cuarto a otro
cliente. Cuando se enteraban de que volvía,
recurrían a las fotografías y acomodaban todo según el modelo.
Muchos nos comportamos de este modo.
Tal vez no seamos tan transparentes al manifestarlo, pero nosotros también
tenemos que tener todo en el lugar “apropiado”, es decir, de la forma que
deseamos. Esto concierne no sólo a las cosas sino también a las personas.
Esperamos que nuestro amigo Jorge hable de cierta manera, si no lo hace, nos
irritamos. No esperamos que Susy actúe de ese modo, si lo hace, nos resentimos.
En vez de tratar de que la gente cambie según nuestro estado de ánimo, empresa
en la que seguramente fracasaremos, San Pablo sugiere: “¿Por qué no buscan su
propia seguridad?”. Dejen que la gente cambie su actitud si así lo desea; dejen
que la gerencia cambie los muebles. ¿Por qué tendría eso que afectar nuestra
seguridad o socavar nuestro amor?
Una vaga sensación de irritación suele
ser tan común hoy en día que casi no lo notamos. Virtualmente nadie está
exento. Tal vez no podamos atribuirlo a ninguna causa o relacionarlo con ninguna
persona en particular, pero algunos días flota un sentido de insatisfacción
generalizado que está esperando para explotar en un enojo. Cuando usted se
sienta al desayuno o entra a la oficina, es como si su mente estuviera
escudriñando a su alrededor, diciendo: “¿Qué es lo que va a irritarme hoy?”.
Ese es el momento de estar especialmente alerta. Por lo general nos parece que
es al otro a quien le corresponde hacerlo. “¡Cuidado” Hoy estoy de muy mal
humor. Me levanté con el pie izquierdo; así que me veré forzado a decirle algo
desagradable a la primera persona que vea, y tú eres esa persona. “En verdad, nosotros somos los que deberíamos
tener cuidado. Es nuestra responsabilidad controlar lo que sucede en nuestras
mentes. Para este tipo de irritación, vaga y difícil de diagnosticar – lo que
los Drs. Rosenman y Friedman denominan “hostilidad difusa” en su libro “La
Personalidad Tipo A y su corazón“ -, el Santo Nombre puede ser muy
efectivo. Cuando un bebé está llorando
y su madre tiene que terminar alguna tarea, algunas veces pone un chupete entre
los labios del bebé y lo satisface por un momento. El Santo Nombre es un
chupete para adultos. Cuando se siente irritable, póngaselo entre los labios y
manténgalo allí – Jesús, Jesús, Jesús, o lo que sea -. Cuando se le pase la
irritación puede sacarse el Santo Nombre de la boca.
El resentimiento y la irritación se apoderan de nosotros con facilidad cuando la mente divaga, cosa que hará siempre hasta que esté entrenada. El rencor, por ejemplo, es la carga común de los que gustan de vivir en el pasado. Es esencialmente porque no estamos completamente aquí, en el presente, que una parte de nuestra atención queda atrapada en la biblioteca del pasado. Al igual que un estudiante graduado en la Universidad, la atención está cercada por pilas de recuerdos mohosos. Si la letra es pequeña, la mente la estudia con la lupa hasta que el menor incidente llene el campo de la visión. Y por supuesto, también hay cintas para escuchar; si la memoria es débil, la mente tiene un dial que puede reproducir el pequeño comentario que Susana hizo el verano pasado, amplificarlo y reproducirlo a satisfacción. La mente queda atrapada; se aventuró allí dentro y ahora no puede salir.
Cuando fui a la zapatería el otro día
con unos niños, todos salieron con globos, la mayoría de los cuales explotaron
en el auto. Pero uno sobrevivió; su dueño lo sostenía cuidadosamente entre sus