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Cuando calibramos personas y situaciones en términos de dinero el valor pasa a ser secundario. Para dar sólo un ejemplo, tomemos a un hombre que fabrica y vende armas – o, para el caso, uno que fabrica y publicita cigarrillos, indiferente a toda la evidencia de que fumar daña la salud -. Tal vez alquile un traje de Santa Claus para Navidad y llene sus medias con regalos para expresar su afecto, pero Pablo aún diría: “El no sabe amar”. Cuando aprenda, no podrá ganar dinero por medio de actividades que ocasionen sufrimientos a otras personas u otras criaturas.

 

Cuanto más valoramos la vida en términos de dinero, menos espacio nos queda para el amor. Para demostrar cuán lejos puede llegar esto, todos los días leemos en el diario o escuchamos de un vecino que la casa de alguien fue asaltada o que a alguien le robaron la billetera. Pueden existir causas concurrentes, pero la causa raíz de este tipo de crimen es nuestra obsesión por el dinero y las posesiones materiales, que nosotros mismos hemos fomentado, en nuestras diversiones, nuestra publicidad, y toda nuestra forma de vida. Si realmente deseamos revertir esta tendencia, debemos dejas de medir a las personas por el dinero y comenzar a evaluarlas por el amor. Si una mujer tiene un millón de dólares en el banco, eso no tiene que ver con qué tipo de persona es. En lugar de preguntar cuánto tiene, deberíamos preguntar: “¿Cuándo es lo que da? ¿Qué parte de su tiempo les da a los demás? ¿Cuánto de su trabajo es para beneficio de los demás?”. Recién entonces comenzaremos a medir su valor real.

 

Por ejemplo, consideremos todo ese asunto de los trabajos extras. Nunca había escuchado esto en la India. Cuando recién llegué a los Estados Unidos solía preguntar: ”Ed, ¿Dónde estuviste las últimas semanas?”. Ed respondía tímidamente: “He estado haciendo trabajos extras”. En ningún caso se trataba de una escapada romántica sino justamente lo opuesto: obtener un poco más de dinero para poder gastar. En vez de reunir a las personas, esta saturación de trabajo puede realmente separarlas. Usted quiere un segundo auto para no tener que compartir el primero; luego su pareja quiere otro televisor para que cada cual pueda mirar el programa de su elección. Finalmente llegan a las dos tostadoras, la de él y la de ella. Cuando esto sucede, ya están a punto de separarse. Por supuesto que existen situaciones extremas en las que una persona tiene que tomar dos trabajos, sin embargo, la gran mayoría de nosotros demuestra su amor mucho mejor dedicando su tiempo y energía a su familia en vez de tomar un segundo trabajo para comprarles más cosas.

 

Aquel que ame con facilidad, que pueda dar la espalda, cuando es necesario, al beneficio personal o al placer, es rico en amor, un verdadero magnate de ternura. Por el contrario, aquel que piensa solamente en sí mismo, que no puede ocuparse de su vecino o de la familia de enfrente, que no puede identificarse con gente de otra raza, nacionalidad o color, esa persona es un pordiosero. No le daría un pensamiento cariñoso a nadie.

 

En la Universidad de California, Berkeley, hay una colina que mira a un hermoso teatro al aire libre. Cuando hay una función en este anfiteatro griego, los alumnos graduados que se han quedado sin fondos o los bisoños que han dilapidado sus fortunas en la pizzería trepan para ver la función desde la colina Tightward, donde, sin una entrada, pueden echar un vistazo a la representación.

 

Esa sería una forma compasiva de concebir a las personas que no pueden pensar en los demás, observan la vida desde la colina. Pero al mismo tiempo, demuestra que, en su propia escala de valores, no valen demasiado. Después de todo, al menos en la época en que yo estaba allí, bastaban cinco dólares para asistir al Teatro Griego. En cambio, para trepar a la colina Tightward, era suficiente con ser el más mísero de los pordioseros o estar quebrado.

 

En este tema, creo, es bueno darle a la gente un amplio margen de comprensión, especialmente si se trata de jóvenes. En la India, donde las familias hacen con frecuencia enormes sacrificios para enviar a sus hijos a la universidad, todo el mundo le tiene paciencia al estudiante que se queda sin fondos. Si al esperar en una cola para sacar entradas con otros amigos, por ejemplo, un joven se agacha para atarse los cordones al llegarle su turno, todo el mundo comprende la

 

 

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