situación. El se agacha para atarse los cordones, dándole la oportunidad
a sus amigos de comprarle una entrada, y todo el mundo sabe que no es una
cuestión de generosidad o de tacañería; simplemente el joven carece de la
capacidad de solventarse ese gasto. De la misma manera, cuando alguien se enoja
abruptamente, uno puede pensar: “Se le acaban de desatar los cordones”. Sin
importar lo que estuviera haciendo antes, tiene que agacharse y ocuparse de sus
zapatos; no tiene ni un resto de atención para dedicarle a nada más. Cuando una
persona no puede pensar más que en sí misma, sólo tiene tiempo en su vida para
atarse los cordones; después de un par de pasos, se vuelven a desatar.
La persona verdaderamente rica, por el contrario, es quien tiene la
habilidad de no pensar en sí misma. Simplemente se olvida de hacer preguntas
del tipo “¿De qué manera esto afecta mis sentimientos?”. Recuerdo que hace
veinte años resultaba difícil pasar por una pizzería o un café en Berkeley sin
cruzarse con dos personas que discurrieran íntimamente sobre sus respectivos
subconscientes. Un gran amante tiene talento para no pensar en sí mismo. Toda
su sensibilidad está abierta a quienes lo rodean. Este tipo de persona también
tiene aptitud para la felicidad. No se ofende porque no está doliéndose de sí
mismo. Tampoco se siente molesto. Si lo tratan con desconsideración, puede
disentir pero con amabilidad, no porque se siente herido, sino porque comprende
que la mala voluntad de su agresor se vuele en su propia contra. Si lo insulta,
sentirá lástima por el ofensor, éste está demostrando que es un mendigo de
amor.
Si pudiéramos darnos cuenta de esto, todos nosotros seríamos
multimillonarios de amor. Nuestros recursos internos son infinitos. Manteniendo
las puertas de este tesoro interior cerradas, hemos aprendido a vivir como
mendigos, algunas veces hasta el punto de llevar nuestras vidas y las de los
que nos rodean a la bancarrota. La mayoría de las condiciones de la vida moderna
que tanto deploramos y sufrimos en la actualidad, particularmente el dramático
aumento de la violencia y el crimen, no han sido importadas desde algún otro
planeta. Nosotros mismos hemos hecho de nuestra sociedad lo que es actualmente.
Pero existe un lado muy positivo en todo esto: si hemos sido capaces de hacer
estas cosas, podemos también revertir la situación. Recurriendo a nuestra vasta
capacidad de amar, todos nosotros podemos hacer una contribución perdurable a
la paz mundial. En este sentido, la Epístola de San Pablo es una guía práctica
y detallada para “sacar provecho de una crisis financiera” que no nos indicará
de qué manera obtener más de la vida sino cómo dar más – cómo convertirnos en
magnates del amor.
El amor es paciente, servicial; el amor
no es celoso, ni arrogante o descortés.
A mi abuela le encantaba un dicho sánscrito “La paciencia es el atavío
del valiente”. La paciencia y no la venganza es la verdadera condecoración al
coraje. Y yo agregaría, que la paciencia es igualmente un signo de amor.
Para ser un buen maestro se necesita paciencia. Para descollar en
cualquier aspecto hay que ser paciente; pero si desean amar – lo que en mi
lenguaje significa, si desean vivir -, la paciencia es una necesidad absoluta. Se
puede ser deslumbrante, encantador, fascinante y atrayente; se puede ser alto,
morocho, buen mozo, grácil y rubio o lo que el capricho del momento exija. Sin
paciencia, no podrá ser considerado un gran amante; sería una contradicción
terminológica.
“Bueno”, dirá la gran mayoría, “supongo que eso me excluye. La paciencia
nunca ha sido mi fuerte”. Muy, pero muy pocos de nosotros ha sido paciente,
especialmente en la actualidad. Nuestra época ha sido denominada la era de la
ansiedad, la era del enojo; yo diría simplemente, que es la era de la
impaciencia. Casi todo el mundo está impaciente. Se nota en las colas de los
supermercados, en las rutas, en las canchas de tenis, en el patio de la
escuela, en la arena política, en el ómnibus. Con todo esto hemos empezado a
creer que la impaciencia es nuestro estado natural. Afortunadamente, el amor es
nuestro estado natural, y la paciencia es algo que todo el mundo puede
aprender.