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Existe una conexión muy íntima entre la velocidad y la impaciencia. La impaciencia es simplemente apuro; es por eso que uno de los pasos de mi programa de ocho puntos consiste en desacelerar.

 

Nuestra cultura se ha vuelto hoy en día tan vertiginosa que casi no tenemos oportunidad de aprender a ser pacientes: todos están demasiado apurados. La gente apurada no puede ser paciente. La gente apurada no puede amar. Para amar hay que ser receptivo a los que nos rodean, lo que resulta imposible si uno está siempre a las corridas por la vida, enfrascado en todas las cosas que hay que hacer antes de la noche. De hecho, llegaría al extremo de decir que hasta al más rezagado le será difícil amar, estará demasiado apurado, Al dormilón también le será difícil amar, atravesará del día apurado tratando de recuperar el tiempo perdido.

 

Por supuesto que resulta fácil ser paciente con quienes están de acuerdo con nosotros. Se hace difícil cuando los demás nos critican, o nos contradicen, o no hacen lo que queremos. Este tipo de contrariedad es parte de la vida. Si cada uno de los cuatro mil millones de nosotros pensara, hablara y actuara de la misma manera, el mundo sería tan interesante como un monoblock con todos los departamentos idénticos.  Afortunadamente provenimos de hogares diferentes, asistimos a distintas escuelas, tenemos ocupaciones diferentes, hemos tenido contacto con influencias diferentes; naturalmente cuando nos relacionamos de forma personal, lo hacemos de miles de formas diferentes, algunas no muy agradables. Si vamos a amar, tenemos que aceptar las relaciones difíciles; así es la vida. Esto no es una cuestión de resignación. Cuando se ama, se vive entre dificultades, no con resignación sino con gozo.

 

El secreto de esto es profundamente simple: esas diferencias no constituyen más que el uno por ciento de la persona. El otro noventa y nueve por ciento es lo que tenemos en común. Cuando todo lo que vemos es el uno por ciento de diferencia, la vida puede resultar terriblemente difícil.  Sin embargo, si uno deja de pensar solamente en uno mismo, se ve ese todo más amplio en el que todos somos lo mismo, con los mismos temores, los mismos deseos, las mismas pequeñeces humanas.  En vez de separarnos, ese uno por ciento de diferencias superficiales que queda, constituye la sal de la vida.

 

Cuando llegué a la Universidad de California, en mi primera visita a los Estados Unidos, recuerdo que entré en una pequeña tienda en Telegraph Avenue y pedí unas “half and half” – un tipo de cerveza -.  En la India aprendíamos inglés británico, por supuesto, así que  pronuncié las palabras a la manera inglesa, con las aes bien abiertas como en “father”. El hombre se quedó mirándome: “¿Qué cosa?” Volví a repetírselo: “Quisiera unas “half and half””. Seguía sin entenderme.  Finalmente fue a llamar a su esposa, quien, afortunadamente, tenía un poco más de paciencia.  Me trajo  una pequeña caja y me explicó: “Tendrá que disculpar a mi  esposo. Verá, nosotros la llamamos “haffen haff”.

 

Así son todas las diferencias entre nosotros. ¿No hay una canción que menciona las dos diferentes formas de pronunciar “tomate” en inglés?. En eso consiste la mayoría de las discusiones. Si puede mantener la atención en lo que tenemos en común, descubrirá que la mayoría de los desacuerdos desaparecen.

 

Podrá anticipar el comportamiento de sus interlocutores y ayudarlos a cambiarlo también, si tan sólo recuerda que la otra persona tiene sentimientos tan susceptibles como los suyos. Los demás también aprecian cuando se los trata con amabilidad. También aprecian la paciencia, aún cuando se sepan irritantes. Son un noventa por ciento iguales a usted. Convivir con personas diferentes no sólo es inevitable, resulta valiosísimo, vital y necesario. Sin la compañía de quienes difieren de nosotros, nos volvemos rígidos y faltos de perspectiva. Aquellos que se relacionan únicamente con personas de su misma edad, por ejemplo, pierden mucho: los jóvenes tienen mucho que aprender de los viejos, y los viejos de los jóvenes. Del mismo modo, si usted es un operario, será bueno que conozca a uno o dos intelectuales con título universitario; lo curará de cualquier recelo

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