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En los festivales de las aldeas de la India, tenemos una versión del antiguo juego de la “tapadita” que se juega con tres cáscaras de coco. El animador dice: “¡Apuesten sus rupias, señores! ¡Les voy a mostrar donde pondré la bola. Pongan sus rupias cerca de ese coco. Si la bola está todavía allí cuando levante el coco, les daré diez rupias en pago!”. Le muestra la bola a todo el mundo, luego levanta un coco, pone la bola dentro, y lo vuelve a colocar. “Ustedes me vieron hacerlo”, dice. “i confían en sus propios ojos, ¿por qué no apostar su dinero?”.

 

De algún modo siempre hay un sorprendente número de aldeanos que dice: “¡Qué simple!. En vez de trabajar todo el día, ¿por qué no aceptar la invitación de este tonto?. Después de todo, tengo una vista muy aguda. Vi donde puso la bola”. Uno por uno van apostando su dinero. Algunos se resisten pero, en el momento en que sus vecinos se adelantan, dicen: “Bueno, si Raman se vuelve a su casa con nueve rupias más, ¿por qué no hacerlo yo?”.

 

El hombre da un cierto tiempo para toda esta maniobra; incluso espera a que la gente arregle sus préstamos. Entonces levanta el coco – y no hay ninguna bola.

 

Me daban ganas de llorar cada vez que esto sucedía, especialmente cuando veía la mirada de los aldeanos. La mayoría de ellos no tenía una rupia para perder. No podían creer lo que veían.

 

“¡La vimos allí!”  Todos estaban seguros.

 

Cualquiera que sepa un poquito de magia sabe que la bola nunca estuvo debajo del coco. Vuelve a la palma del hombre. Eso es justamente lo que sucede con los celos. “Yo vi eso. Lo vi a él. La vi a ella. Los vi”. ¿Qué es lo que vio?. Los celos son grandes magos; la inseguridad es como una galería de los espejos. San Pablo nos recuerda: “El amor todo lo cree”. Donde hay celos, no podemos ver con claridad. Aun cuando parezca que hay algún motivo para estar celoso, yo todavía les diría que confíen en la gente. Confíen en aquellos a quienes aman. La mayoría de las personas les responderá.

 

Existe otra faceta de los celos que es la competencia. La competencia, como la expresa el economista inglés E.F. Schumacher, generalmente no es más que  celos y codicia. Usted desea algo que otra persona posee, o algo que usted cree que la otra persona posee. Que lo necesite o no está fuera de la discusión. Si alguien lo tiene, usted se siente inferior a menos que pueda poseerlo también. Si usted no se comparara con los demás, esto no sucedería. Cuando escucho hablar de este tipo de competencia me dan ganas de decir: “Compárense con ustedes mismos, con esa chispa divina en su interior. Dejen que los demás se comparen consigo mismos””.

 

¡Los celos pueden ser tan irracionales!. No importa cuántos bienes posean, si están celosos, no podrán ver esos bienes ni darles su valor real. Todo lo que ven es algo que no poseen, comparado con lo cual, sus bienes no significan nada.


Afortunadamente, todo el mundo puede liberarse de los celos. Todo lo que se requiere es dejar de compararse con otras personas, que es una de las maravillosas aplicaciones de la atención entrenada.  Los celos se originan en la inseguridad. La respuesta a los celos, por lo tanto, no es adquirir otras cosas o probar que uno es superior a otras personas, sino acercarse a la gente que nos rodea y sentirse más seguros. Cuando más seguros se sientan, menos celos tendrán. Por otra parte, cuanto más se aparten de los demás y se comparen con ellos, más celosos se sentirán.

 

“El amor no es arrogante”, continúa San Pablo. “No es arrogante o descortés”.  Esto también es una cuestión de actitud. La misma falta de seguridad que nos hace sentir inferiores a ciertas personas puede hacernos sentir superiores y comportarnos con arrogancia con respecto a los demás.  Tal vez no vayamos por allí  pavoneándonos, pero se puede ser arrogante de un modo mucho más sutil, mucho más insidiosos. Cuando nos enojamos estamos siendo arrogantes

 

CONTINUA