Cuando desaprobamos a alguien, estamos
siendo arrogantes. Las personas
inseguras siente con frecuencia una dudosa satisfacción al señalar los defectos
de los demás. Por el contrario, Pablo diría ¿por qué no apoyarlos e intentar
ayudarlos a corregir sus defectos?. Cada vez que se tope con alguien que no sea
tan hábil como usted, o eficiente, o aplomado, en vez de criticarlo o
compararlo, puede hacerle el servicio de ayudarlo y apoyarlo. Si resultara
necesario enfrentar o corregir a esa personal, siempre lo puede hacer con
comprensión, amabilidad y respeto.
Al ir practicando esas destrezas del
amor – la paciencia, la amabilidad, no ser arrogante ni descortés – su
capacidad para estas habilidades irá aumentando. En cualquier área de servicio
que haya escogido, su influencia se expandirá. “Benditos los pacificadores”,
dijo Jesús, “porque serán llamados hijos de dios”. Todos podemos ser
pacificadores. Podemos comenzar con un área muy pequeña – el hogar, la oficina
– pero gradualmente nos encontraremos frente a situaciones de importancia,
donde podremos hacer contribuciones perdurables a la seguridad de nuestro
vecindario o el bienestar del mundo.
No se trata de una exageración. A todos
nos preocupa la amenaza de una guerra hoy, cuando conflictos armados entre
pequeñas naciones del otro lado del mundo, pueden sumergirnos a todos en un
desastre nuclear. Todavía recuerdo vivamente las palabras del presidente
Kennedy: “Si no ponemos fin a la guerra, la guerra nos pondrá fin a nosotros”.
Cuando estamos enojados en casa estamos
emprendiendo una pequeña guerra. En la historia europea, ustedes recordarán
hubo una Guerra de los Treinta Años. Esta es la Guerra de los Treinta Minutos,
aunque también tiene sus consecuencias, que se extienden más allá de las
paredes: la llevamos con nosotros donde vayamos. Del mismo modo tenemos guerrilla
en la cocina; he visto algo de Guerra Fría en mi cuadra. Los resentimientos
personales, la hostilidad personal, la falta de cortesía, la falta de respeto
pos los demás: la suma de todo esto, nos dicen los místicos, es lo que
desemboca en una guerra internacional. La guerra, debemos tener siempre en
cuenta, no se desencadena a través de las fuerzas de la naturaleza. Son hombres
y mujeres como usted y yo quienes la hacen, la declaran, la pelean y la
prolongan.
Los conflictos y las desavenencias, en
otras palabras, no son solamente un problema de relaciones personales. Las
decisiones nacionales son tomadas también por individuos. No es raro ver al
gobierno de un país comportarse con arrogancia hacia otros países, incluso
otras razas; y los problemas que se producen son muy parecido, sólo que
infinitamente más peligrosos. Del mismo modo, la aterradora carrera
armamentista en que tantos países están involucrados, encabezados por los
Estados Unidos y la Unión soviética, es defendida por casi todos los gobiernos
como una cuestión de seguridad nacional. Yo no dudo en decir que es inseguridad
nacional, la clase más peligrosa que conozco. Y este asunto del ojo por ojo –
“Me hiciste eso a mi, yo te voy a hacer lo mismo a ti” – nos ha llevado al filo
de la guerra varias veces en las últimas décadas solamente.
El amor tiene un lugar esencial y
práctico en todos los asuntos humanos, incluso entre las naciones. Se
evidencia, no en la explotación sino en la cooperación, en una predisposición a
considerar a todos los países como miembros de la misma familia humana en este
planeta tan limitado. Ante la creciente
amenaza y el peligro de una guerra global, no podemos ya darnos el lujo de
poner el acento en ese uno por ciento de diferencia entre las naciones. Debemos
hacer todo lo posible por aplicar los métodos del amor a un nivel
internacional: para acercarnos a otros países con respeto, insistir en la
comprensión mutua incansablemente, mantener la mirada en lo que tenemos en
común con otras naciones antes que en las diferencias, y sobre todo recordar
que ningún país en la tierra enfrenta un problema más desastroso que el que
todos juntos enfrentamos - la
posibilidad de un holocausto nuclear -. No se trata de mi nación en contra de la
tuya, sino de todas las naciones juntas contra el amenazante problema de la
guerra.
Es sin exagerar “Un mundo unido o la nada”.