Las artes son un esfuerzo de inmortalidad. Los dibujos anónimos de las cavernas prehistó ricas habitadas por nuestros ancestros o los frescos de Miguel Angel del techo de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, encierran el mismo deseo de expresarse de cara a las generaciones futuras. Lo que se graba -sea en la pintura, en la literatura, en la fotografía, en el video o en los films- es siempre una proyecció n biogr fica de nuestra corta existencia biológica.
La memoria es el arma de rescate mas subversiva. De eso saben bien los psicoanalistas, que han aprendido de Freud, quien a su vez aprendió de la tradició n judía. Só lo nos hacemos cargo bien del presente cuando nos remontamos a las sus raíces -el pasado-, para mejor producir su fruto -el futuro-.
En la Biblia, el Dios hebreo es un Dios histórico: "el Dios de Abraham, Isaac y Jacob". No es un dios cualquiera. Es uno que puso en marcha un proceso histórico. Este car cter de historicidad es tan fuerte en la tradición judeocristiana, que en el libro del Génesis la creación es descrita en siete días. Ahora bien, si Dios es omnipotente, ¿no podría haber hecho el mundo como un café instant neo? El autor bíblico, a pesar de todo, captó algo que sólo en el siglo XX vino a ser comprobado por la ciencia: el universo, antes de la aparición del ser humano, tiene una historia que comenzó en la "gran explosión", tal vez hace quince mil millones de años.
América Latina es un Continente marcado por el dolor. Desde la invasión ibérica, los habitantes de estas tierras fueron diezmados, dominados, explotados. Todavía hoy, el (neo)colonizador europeo o estadounidense, intenta hacer que perdamos la memoria de nuestras lagrimas, de nuestras humillaciones, de nuestras heridas físicas, psíquicas o espirituales.
Poco a poco, vamos mirando la realidad por la óptica y con la lógica del opresor y dejandonos moldear por su postura: despreciamos a los indios, subestimamos a las mujeres, discriminamos a los negros, repudiamos a los pobres, idolatramos a los que se presentan revestidos de fama, poder y riqueza...
Durante décadas, en el siglo XX, naciones de América Latina han vivido dictaduras y, violando el derecho e soberanía de los pueblos, Estados Unidos anexó a su territorio a Puerto Rico y parte de Cuba (la base naval de Guant namo) y de Panam . En esta segunda mitad del siglo, dictaduras militares (des)gobernaron Brasil, Chile, Uruguay, Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú. La constitució n fue violada y, en nombre de la "seguridad nacional", hombres y mujeres que so¤aban con una democracia en la que la libertad y la justicia estuviesen hermanadas, fueron perseguidos, echados de sus empleos, de sus casas y de sus países; expulsados, presos, torturados, asesinados... y son innumerables los que continúan desaparecidos.
Con mucho costo, la democracia formal, representativa -muy distante todavía de la democracia real, participativa- fue recuperada en nuestros países. Por su parte, las élites dominantes no cambiaron.
Basta confrontar la lista de autoridades registradas hoy, en Brasilia, con los nombres de aquellos que ocuparon funciones de poder en los gobiernos militares. Por eso, se da protecció n legal a los que ayudan a mantener la dictadura a través de torturas y asesinatos. Se adultera el Derecho, hasta el punto de amnistiar a los responsables de tantos crímenes cometidos en nombre y bajo la protección del Estado. Militares y paramilitares que, en nombre de la ley, masacraron a opositores al régimen militar permanecen impunes e inmunes.
Tratan de hacer que olvidemos. Como si nuestras heridas pudiesen ser cicatrizadas por indemnizaciones, pensiones, palabras de arrepentimiento o peticiones de perdón. ¿Quién traer de vuelta a nuestros hijos, maridos, esposas, hijos, abuelos? ¿Cómo podemos enterrar en nuestros corazones aquellos a quienes no tuvimos siquiera el derecho de sepultar?
No queremos venganza. Queremos la paz, pero una paz que sea fruto de la justicia. Hijos, como los de Lamarca y de Marighella, recobran sus fuerzas en el testimonio de sus padres en la lucha por la justicia. Saben que sus padres no volverán. Lo que importa ahora, sin embargo, es que no vuelvan aquellos tiempos en los que el vecino delataba al vecino, el policía estupraba a las prisioneras, el militar se vestía de verdugo, el militante político era tratado con una crueldad que las leyes de las sociedades de protección de animales no admiten.
Es preciso recordar y rescatar. Cuando se olvida, se corre el riesgo de repetir el error. Cuando se mantiene la impunidad de los criminales, se estimula la pr ctica del crimen. Cuando se hace como que no hay que dar cuentas a la nación y a la historia, la impunidad convierte al Estado en una cueva de ladrones de los derechos de los ciudadanos.
Gracias a la osadía de hombres como Lamarca y Mariguela fue posible que llegara a la presidencia de Brasil un soció logo expulsado de su c tedra y condenado al exilio. Gracias a la lucha de tantos militantes ya no vivimos bajo las botas, amordazados por el miedo y la censura. Gracias a los que resistieron, las Fuerzas Armadas ya no tienen sus hombres mezclados con los torturadores.
Es preciso desenterrar no sólo los huesos de los desparecidos, sino también la historia completa de Brasil de 1964 a 1985. Para que el presente no sea la hipocresía del pasado, ni el futuro sea el nefasto simulacro de nuestra falta de coraje para encarar la realidad de los hechos históricos.
Fray Betto