LUIS PALÉS MATOS
A Luis Lloréns Torres
En su muerte
Al doblar una curva del viaje, la Enlutada
te guiñó desde el fondo de la noche estrellada
y tú, ante la insinuante y amorosa guiñada,
tenorio impenitente, corriste a su llamada.
Corriste a su llamada y abandonaste el fundo
que fue para tu numen telúrico y profundo
el íntimo acicate y el realizar fecundo...
el fundo que cantaras con acento jocundo;
con aquella alegría sensual y luminosa
que te irradiaba de la entraña calurosa
y ponía su luz en todo lo cantado
cual por varilla mágica y virtuosa tocado.
Abandonaste el fundo que fue tu señorío:
el tabacal, el huerto, la montaña y el río,
el plátano plantado en su húmedo plantío,
el cafeto a la sombra de guabas maternales,
y la jíbara en tibios arrullos pasionales
dándote sus primicias de amor en el bohío.
(Afuera, en la espesura de agrestes eclosiones
monta el tiple a la grupa de una copla serrana
y la guitarra quema su mano de bordones,
mientras el güiro tórrido, tostado de canciones,
ralla el coco sombrío de la noche antillana,
y el cielo en que aún perduran las zodiacales huellas
va llenando su cuenco de una tibia y lejana
leche de nebulosas y cachispa de estrellas.)
Y más allá, en el fundo, en la paz anchurosa
y vegetal del campo, cuando la soledosa
voz del coquí, goteando de la nocturna calma
bajaba hasta el hondón elemental de tu alma,
partías de ti mismo por rutas misteriosas
hacia el cósmico imperio de las claras esferas,
a indagar el origen de las primeras cosas
y el sentido profundo de las causas primeras.
Y sentías, pensabas. Y de tu sentimiento
iba cuajando una niebla azul en el viento.
Una niebla de música vaporosa y sencilla
que en ancestral romance su pie menudo apoya,
y de cuya cadencia brotó la maravilla
del canto inimitable: ¡tu décima criolla!
Tu décima criolla: guiño de picardía,
flor de gracia y esencia de honda filosofía;
agua que descendía cantando su canción
del manantial fecundo de tu gran corazón
y que tú nos filtrabas en hojas de yautía.
Maestro: cuando tu carne ya en tierra, liquidada,
sea un poco de polvo, una ceniza, nada;
cuando de tus poemas de ancho y viril aliento
sólo quede un rumor diluido en el viento,
y cuando de la estatua que habrán de levantarte
más que tu nombre mismo, se admire la obra de arte;
un día, allá en el fondo del campo, alguna triste
jíbara enamorada, para endulzar su historia,
dirá una copla tuya sin recordar quién fuiste
¡y ese será el más grande monumento a tu gloria!
Esa mujer
Esa mujer se parece a mi madre.
A mi madre, perdida en la distancia
del pueblo viejo, donde estará ahora
cayendo un agua cadenciosa y mansa.
Esa mujer se parece a mi madre.
Yo siento la onda azul de su mirada
envolviéndome en una cosa tibia
de mansedumbre, de éxtasis, de alma.
A fuerza de sufrir se ha vuelto buena,
a fuerza de llorar se ha vuelto diáfana,
a fuerza de callar se ha vuelto triste,
a fuerza de querer se ha vuelto santa...
Esa mujer se parece a mi madre.
¡Oh, qué deseos tengo de abrazarla
contra mi corazón; ver sus arrugas;
besar la nieve noble de sus canas,
y lavar mis pecados y mis vicios
en el rocío puro de sus lágrimas!
Esa mujer se parece a mi madre.
Transportado, no dejo de mirarla,
sin poder explicarme este momento
sentimental porque mi vida pasa...
A mi madre, perdida en la distancia
del pueblo viejo, donde estará ahora
cayendo un agua cadenciosa y mansa.
Pabellón rojo
Porque tu carne difunde una vaga
claridad zodiacal y hialina
cuando estás en las sombras desnuda,
seas bendita.
Porque tu cuerpo parece una antorcha
en la alcoba nupcial encendida
para alumbrar las tragedias profundas,
seas bendita.
Porque al contacto del beso resurges
como una fronda de zarza florida
y desgarras con uñas y dientes,
seas bendita.
Porque bajo mis hombros ondulas
como una honda y cálida linfa
y tus brazos arrollan como olas,
seas bendita.
Porque tu carne es la yesca abrasada
por el fuego interior que crepita
en combustiones monstruosas de ansia,
seas bendita.
Porque tu vientre es la tierra fecunda
en donde cuaja la heroica semilla
y eres como un gran predio salvaje,
seas bendita.
Seas bendita porque eres el fuego.
Seas bendita porque eres la linfa.
Seas bendita porque eres la tierra.
¡Seas bendita!
Oración
Para que haya pan blanco en nuestra mesa
y cada sol realice una promesa.
Para que hoy se renueve lo ayer hecho
y cada noche sea nuevo el lecho.
Para que esté fecunda tu belleza
como tu madre la naturaleza.
Para que lo que siembren nuestras manos
no lo coman orugas ni gusanos.
Para que tu velamen de azucena
se hinche de amor en la sensual faena.
Para que por la concha de tu vientre
una harina de perla se concentre,
y cuaje, tras recóndito amasijo,
en el fruto seráfico del hijo.
Para que haya una sábana de armiño
y un caballo con alas para el niño.
Para que haya una aguja laboriosa
para la mano de la buena esposa.
Para que el hombre en el taller propicio
sobreponga la ciencia de su oficio.
Y así, por tu favor y nuestro tino,
florecerá el hogar sobre el camino,
y estará murmurándole al que pasa:
-agua fresca, salud. Esta tu casa-
Señor mío Jesucristo,
Dios y hombre verdadero. Amén.
Dilema
Contigo estoy perdido, contigo estoy salvado.
Eres gozo y tormento, sentencia y redención.
Por ti desciendo al vórtice llameante del pecado,
por ti alcanzo la gracia divina del perdón.
Arcángel o demonio, me tienes condenado
a este vivir de muerte que arrastra el corazón.
Pasas -soplo del cielo- por mi amor angustiado,
y me quemas la sangre como una maldición.
Tu voluntad me ha hecho mendigo o potentado.
Júbilo y desaliento pones en mi canción.
Soy, en tus manos crueles, el burlador burlado,
y en el torvo dilema que afronta mi pasión,
te amo, con el más negro odio desesperado,
te odio, con las más clara y limpia adoración.
Yo adoro
Yo adoro a una mujer meditabunda
de larga y ondulosa cabellera,
que va agrandando el surco de su ojera
con el riego de llanto que la inunda.
Esta blanca sonámbula, ¿qué espera?
¿De qué novela trágica y profunda
ama el protagonista que circunda
de amor su joven alma lastimera?
Yo adoro esta obstinada soñadora.
La realidad en ella se colora
con una novelesca fantasía;
y la adoro sin prisa ni demencia,
con una suave y mística paciencia
¡porque yo sé que nunca será mía!
Los funerales del amor
Alegoría
El cielo sucio del creyón, el viento
sugeridor de danzas espectrales;
las montañas monstruosas en la cruda
pesadez de la atmósfera; las calles
sombrías y terribles con sus casas
húmedas y sus hórridos zaguanes,
y con la pesadilla lujuriosa
de sus hombres sanguíneos y carnales.
Ella estará aburrida
viendo tras los cristales
de su ventana, cómo van cuajando
las sombras de las nubes. El paisaje:
afilados cipreses, tierras blancas,
rocas de cal y caminos de almagre,
se rendirá en un bíblico sosiego,
y la pompa enfermiza de la tarde
perderá el oro vago de sus lustres
en las espesas brumas fantasmales.
Habrá una hilera lila
y en beatitud de tenebrosos frailes,
a cuyos puntiagudos cráneos secos
dará un macabro fósforo la tarde.
Entonces ella sentirá en el alma
congelársele informes claridades,
inmensos candelabros esqueléticos,
cirios gastados como tiernas carnes,
y un leve hedor de rosas putrefactas,
húmedas de rocío y de vinagre.
Después, las blandas tierras removidas,
y el rumor de las palas implacables.
Se tapará los ojos
y una campana doblará en la tarde,
mientras bajo las sombras pensativas
de los cipreses orarán los frailes.
Luego, la inanidad, los horizontes
inútiles, las torvas soledades,
afilados cipreses, tierras blancas,
rocas de cal y caminos de almagre,
y una luna sulfúrica y tremenda
toda bañada en sangre.
Danza negra
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú.
La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.
Es el sol de hierro que arde en tombuctú.
Es la danza negra de Fernando Póo.
El cerdo en el fango gruñe: pru-pru-prú.
El sapo en la charca sueña: cro-cro-cró.
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
Rompen los junjunes en furiosa ú.
Los gongos trepidan con profunda ó.
Es la raza negra que ondulando va
en el ritmo gordo del mariyandá.
Llegan los botucos a la fiesta ya.
Danza que te danza la negra se da.
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú.
La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.
Pasan tierras rojas, islas de betún:
Haití, Martinica, Congo, Camerún;
las papiamentosas antillas del ron
y las patualesas islas del volcán,
que en el grave son
del canto se dan.
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
Es el sol de hierro que arde en Tombuctú.
Es la danza negra de Fernando Póo.
El alma africana que vibrando está
en el ritmo gordo del mariyandá.
Calabó y bambú.
Bambú y calabó.
El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú.
La Gran Cocoroca dice: to-co-tó.
Preludio en boricua
Tuntún de pasa y grifería
y otros parejeros tuntunes.
Bochinche de ñañiguería
donde sus cálidos betunes
funge la congada bravía.
Con cacareo de maraca
y sordo gruñido de gongo,
el telón isleño destaca
una aristocracia macaca
a base de funche y mondongo.
Al solemne papalúa haitiano
opone la rumba habanera
sus esguinces de hombro y cadera,
mientras el negrito cubano
doma la mulata cerrera.
De su bachata por las pistas
vuela Cuba, suelto el velamen,
recogiendo en el caderamen
su áureo niágara de turistas.
(Mañana serán accionistas
de cualquier ingenio cañero
y cargarán con el dinero...)
Y hacia un rincón -solar, bahía,
malecón o siembra de cañas-
bebe el negro su pena fría
alelado en la melodía
que le sale de las entrañas.
Jamaica, la gorda mandinga,
reduce su lingo a gandinga.
Santo Domingo se enminga
y en cívico gesto imponente
su numen heroico respinga
con cien odas al Presidente.
Con su batea de ajonjolí
y sus blancos ojos de magia
hacia el mercado viene Haití.
Las antillas barloventeras
pasan tremendas desazones,
espantándose los ciclones
con matamoscas de palmeras.
¿Y Puerto Rico? Mi isla ardiente,
para ti todo ha terminado.
En el yermo de un continente,
Puerto Rico, lúgubremente,
bala como cabro estofado.
Tuntún de pasa y grifería,
este libro que va a tus manos
con ingredientes antillanos
compuse un día...
... y en resúmen, tiempo perdido,
que me acaba en aburrimiento.
Algo entrevisto o presentido
poco realmente vivido
y mucho de embuste y de cuento.
Majestad negra
Por la encendida calle antillana
va Tembandumba de la Quimbamba
-Rumba, macumba, candombe, bámbula-
entre dos filas de negras caras.
Ante ella un congo -gongo y maraca-
ritma una conga bomba que bamba.
Culipandeando la Reina avanza,
y de su inmensa grupa resbalan
meneos cachondos que el gongo cuaja
en ríos de azúcar y de melaza.
Prieto trapiche de sensual zafra,
el caderamen, masa con masa,
exprime ritmos, suda que sangra,
y la molienda culmina en danza.
Por la encendida calle antillana
va Tembandumba de la Quimbamba.
Flor de Tortola, rosa de Uganda,
por ti crepitan bombas y bámbulas;
por ti en calendas desenfrenadas
quema la Antilla su sangre ñáñiga.
Haití te ofrece sus calabazas;
fogones rones te da Jamaica;
Cuba te dice: ¡dale, mulata!
Y Puerto Rico: ¡melao, melamba!
¡Sús, mis cocolos de negras caras!
Tronad, tambores; vibrad, maracas.
Por la encendida calle antillana
-Rumba, macumba, candombre, bámbula-
va Tembandumba de la Quimbamba.
Mulata - Antilla
En ti ahora, mulata,
me acojo al tibio mar de las Antillas.
Agua sensual y lenta de melaza,
puerto de azúcar, cálida bahía,
con la luz en reposo
dorando la onda limpia,
y el soñoliento zumbo de colmena
que cuajan los trajines de la orilla.
En ti ahora, mulata,
cruzo el mar de las islas.
Eléctricos mininos de ciclones
en tus curvas se alergan y se ovillan,
mientras sobre mi barca va cayendo
la noche de tus ojos, pensativa.
En ti ahora, mulata...
¡oh, despertar glorioso en las Antillas!
bravo color que el do de pecho alcanza,
música al rojo vivo de alegría,
y calientes cantáridas de aroma
-limón, tabaco, piña-
zumbando a los sentidos
sus embriagadas voces de delicia.
Eres ahora, mulata,
todo el mar y la tierra de mis islas.
Sinfonía frutal cuyas escalas
rompen furiosamente en tu catinga.
He aquí en su verde traje la guanábana
con sus finas y blandas pantaletas
de muselina; he aquí el caimito
con su leche infantil; he aquí la piña
con su corona de soprano... Todos
los frutos ¡oh mulata! tú me brindas,
en la clara bahía de tu cuerpo
por los soles del trópico bruñida.
Imperio tuyo, el plátano y el coco,
que apuntan su dorada artillería
al barco transeúnte que nos deja
su rubio contrabando de turistas.
En potro de huracán pasas cantando
tu criolla canción, prieta walkiria,
con centelleante espuela de relámpagos
rumbo al verde Walhalla de las islas.
Eres inmensidad libre y sin límites,
eres amor sin trabas y sin prisas;
en tu vientre conjugan mis dos razas
sus vitales potencias expansivas.
Amor, tórrido amor de la mulata,
gallo de ron, azúcar derretida,
tabonuco que el tuétano te abrasa
con aromas de sándalo y de mirra.
Con voces del Cantar de los Cantares,
eres morena porque el sol te mira.
Debajo de tu lengua hay miel y leche
y ungüento derramado en tus pupilas.
Como la torre de David, tu cuello,
y tus pechos gemelas cervatillas.
Flor de Sarón y lirio de los valles,
yegua de Faraón, ¡oh Sulamita!
Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico,
fogosas y sensuales tierras mías.
¡Oh los rones calientes de Jamaica!
¡Oh fiero calalú de Martinica!
¡Oh noche fermentada de tambores
del Haití impenetrable y coduista!
Dominica, Tortola, Guadalupe,
¡Antillas, mis Antillas!
Sobre el mar de Colón, aupadas todas,
sobre el Caribe mar, todas unidas,
soñando y padeciendo y forcejeando
contra pestes, ciclones y codicias,
y muriéndose un poco por la noche,
y otra vez a la aurora, redivivas,
porque eres tú, mulata de los trópicos,
la libertad cantando en mis Antillas.
Mujer encinta
A Marilú de Rodríguez
Mirada de ternura degollada
en la que suena un lánguido balido,
voz vegetal de musgo humedecido
que trasmina del alma enamorada.
Horizonte de curva renovada
al contorno del cuerpo devenido,
y al fondo, la arpa roja del latido,
por mano de aire luz sangre pulsada.
Afuera dejadez, ademán lento,
palabra de moroso movimiento,
en pausa inerte la existencia anclada,
y adentro, Dios, gozoso de armonía,
pensando y afanando noche y día
para sacar su mundo de la nada.
La búsqueda asesina (Poema Inconcluso)
Yo te maté, Filí-Melé: tan leve
tu esencia, tan aérea tu pisada,
que apenas ibas nube ya eras nieve,
apenas ibas nieve ya eras nada.
Cambio de forma en tránsito constante,
habida y transfugada a sueño, a bruma...
Agua-luz lagrimándose en diamante,
diamante sollozándose en espuma.
Fugacidad, eternidad... ¿quién sabe?
¿Cómo seguir tu alado movimiento?
¿De qué substancia figurar tu clave,
y con qué clave descifrar tu acento?
Yo te maté, Filí-Melé: buscada
a sordos tumbos ciegos, perseguida
con voz sin cauce, con afán sin brida;
allá en agua de sombras resbalada
sobre arena de estrellas encendida;
allá en tumulto de olas espumada
-flor instantánea al aire suspendida-
por la gracia y la luz arrebatada
y en aire sin recuerdo devenida.
De sol a sol, jornada tras jornada,
desde la puesta hasta la amanecida;
tenso afán de tenerte y penetrarte
mi amor ya no fue amor para quererte,
era viento de sangre para ahogarte,
red de oscura pasión para envolverte.
¡Oh lirio, oh pan de luz, oh siderado
copo de espuma virgen que con fiero
y súbito ademán hube tronchado!
¿Cómo volverte a tu fulgor primero?
Eras en mí, dentro de mí, presencia
vital de amor que el alma sostenía,
y para mí, fuera de mí, en ausencia,
razón del ser y el existir: poesía.
Y ahora,
silencio, soledad, quietud que añora...
¿Qué trompa de huracán hace más ruido
que este calmazo atroz que me rodea
y me tiene sin aire y sin sentido,
sordo de verbo y lóbrego de idea,
y que se anuda a mí con cerco fiero
en yelo ardiente y negro congelado,
cual detrito de acoso y desespero
por mi íntima tensión centrifugado?
Zumbel tú, yo peonza. Vuelva el tiro,
aquel leve tirar sobre el quebranto
que a masa inerte dábale pie y giro
haciéndola cantar en risa y llanto
y en sonrisa y suspiro...
¡Vuelva, zumbel, el tiro,
que mientras tires tú me dura el canto!
Pueblo
¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo
donde mi pobre gente se morirá de nada!
Aquel viejo notario que se pasa los días
en su mínima y lenta preocupación de rata;
este alcalde adiposo de grande abdomen vacuo
chapotando en su vida tal como en una salsa;
aquel comercio lento, igual, de hace diez siglos;
estas cabras que triscan el resol de la plaza;
algún mendigo, algún caballo que atraviesa
tiñoso, gris y flaco, por estas calles anchas;
la fría y atrofiante modorra del domingo
jugando en los casinos con billar y barajas;
todo, todo el rebaño tedioso de estas vidas
en este pueblo viejo donde no ocurre nada,
todo esto se muere, se cae, se desmorona,
a fuerza de ser cómodo y de estas a sus anchas.
¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo!
Sobre estas almas simples, desata algún canalla
que contra el agua muerta de sus vidas arroje
la piedra redentora de una insólita hazaña...
Algún ladrón que asalte ese Banco en la noche,
algún Don Juan que viole esa doncella casta,
algún tahur de oficio que se meta en el pueblo
y revuelva estas gentes honorables y mansas.
¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo
donde mi pobre gente se morirá de nada!
Pero ahora, mujer
Como una ola herida, viene a morir mi amor
en tu playa. ¿No sientes su aullido de dolor?
¿no oyes, en la alta noche, el hondo forcejeo
de esta ola que se aúpa crispada de deseo
ante la irreductible y dura fortaleza
que guarda avaramente tu lánguida belleza?
¿no oyes en el silencio de la noche profunda
el hambriento crecer de mi pleamar fecunda?
¡Oh mujer! Toda cosa que para ti se ordena,
tu voluntad dispone, pero de mí está llena.
En todo lo que anheles y en todo lo que añores
allí estoy crepitando, rompiéndome de amores:
en la nube, en la estrella, en el agua tranquila,
hasta en el pensamiento que nubla tu pupila.
Tal vez, tras el ensueño del amor conquistado,
todo se hará ceniza, polvo decepcionado,
como que me han mentido, como que me han robado,
como que en la comedia que se ha representado
cúpome el papel triste del burlador burlado...
Pero ahora, mujer, de ti estoy embriagado
y mi pasión te labra su encendido poema,
pues en tu gracia efímera me siento eternizado
y en tu minuto vivo mi realidad suprema.
Lee aquí la Biografía de Luis Palés Matos
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Last Updated: June 29, 2001
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