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EDITORIAL Cuarenta años después Ello hace que acompañamos los restos mortales de Diego
Luis Córdoba al cementerio central Nadie se esperaba tal desenlace temprano y final en un hombre que rebozaba de vitalidad y de costumbres austeras que le auguraban longeva existencia. Quienes lo conocimos y tratamos en el escenario de la Libre –todos los días en la mañana– y nos acostumbramos a su talante patriarcal, lloramos ese primero de mayo por la perdida de un ser querido. Hoy, cuarenta años después, Diego Luis, sin proponérselo, ha sido erigido en leyenda. En leyenda política, cuyo corazón embalsamado no tiene el descanso ni la paz que los muertos merecen. Su corazón ha sido objeto de idolatría pero también de maltratos, mientras su tumba permanece en el olvido en Bogotá. Nadie discute el valor de sus postulaciones ideológicas en favor de las negritudes enraizadas con las convicciones socialistas que profesó. En el liberalismo –partido del que nunca abjuró– siempre significó la izquierda revolucionaria y social que defendía el derecho de los desprotegidos y necesitados. Lo que no hemos compartido con el grupo o movimiento político que explota su memoria es la inconsistencia entre el culto a su veneración y las prácticas que desarrollan para su supervivencia. El cordobismo actual es antagónico a todo lo que Diego Luis preconizó y practicó sobre el Chocó. Nunca quiso ni pretendió una hegemonía familiar heredera o usufructuaria de nada. Hombre probo y honrado hasta los tuétanos, murió pobre como vivió –dignamente– de lo que percibía como abogado y los emolumentos congresionales. Todo lo contrario de lo que sucede con sus sucesores –abintestatos– que sin desvergüenza son negociantes prevalidos desde las posiciones que su mitología siguen dispensando. Para ser justos, no es solo un fenómeno que carcome a ese movimiento sino una gangrena en la cual se diluyen los valores más preciados de nuestra formación moral, en la cual están incursos todos los sectores políticos. ¿Cuarenta años después, qué queda del legado de Diego Luis? Poco, a nuestro juicio. Pese a que a tantos años no han sobrevivido figuras políticas nacionales como Gaitán, ni que pudieron sobrevivir en el plano universal otras como Gandy, Churchill, Martín Luther King, etc. etc. en el Chocó hay que reconocerle a sus seguidores que han resguardado su vigencia. ¿Hasta cuando? ¿Hasta cuándo seguiremos hablando de cordobistas o lozanistas? ¿Acaso no es hora de cambiar la receta, desde luego por la de "torristas" o de "patrocinistas" o similares, sino por algo de contenido ideológico y programático con contenido sustantivo permanente para el Chocó y sus gentes? Al volver a recordar la fecha luctuosa de la muerte de Diego Luis Córdoba, cuarenta años después, solo confiamos que finalmente su alma descanse en paz. Y que no le haya correspondido ver y vivir lo que nos ha tocado a quienes le sobrevivimos . |
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