Un
paisa nacido en Fredonia es el hombre que durante 30 años ha personificado
al colombiano más conocido alrededor del mundo: Juan Valdéz, el campesino
que cultiva el más exquisito café del mundo y cuya imagen publicitaria
acaba de cumplir 40 años de existencia No se sabe bien si Carlos Sánchez interpreta a Juan Valdéz
o si es el personaje cultivador de café el que encarna a Carlos Sánchez
de vez en cuando. Después de 30 años de ser Juan y Carlos a la vez,él
se siente como un Juan Carlos Valdéz Sánchez: ambos son paisas, honestos,
emprendedores, descomplicados, patriotas y de buenas. De
buenas porque Juan Valdéz es el colombiano más conocido en Estados
Unidos, y sin duda, el que goza de mejor fama. Afortunados, porque
no se encuentra un empleo entretenido y para toda la vida a la vuelta
de la esquina. Carlos
Sánchez se encontró con Juan por casualidad y con la ayuda de un bigote
postizo. Estaba interpretando a un alcalde bigotudo en la obra
teatral "La zapatera prodigiosa", cuando un grupo de creativos
de la agencia de publicidad neoyorquina Doyle Dane Bernbach -inventora
del personaje- llegó a Medellín en busca de un alma para su campesino
cafetero. Y la encontró. Ahora,
después de tantos años, Alma de Sánchez lo acompaña a sus viajes con
más frecuencia que antes. "Nosotros somos unas personas sencillas,
descomplicadas y no se nos ha subido la fama a la cabeza", aclara.
Ella asegura que para la familia ha sido un orgullo que en esta época
tan difícil le haya correspondido a su esposo mostrar la cara amable
de Colombia. ¿Carlos, qué
significa ser al mismo tiempo un famoso y un desconocido apellidado
Sánchez? "Es
fácil porque yo nunca he tratado de cambiar internamente. Con Juan
Valdéz es como si Carlos Sánchez estuviera actuando de sí mismo. Yo
he sido medio montañero y muy paisa, así que resultó un personaje
sencillo, transparente, que no tiene que impostar la voz o asumir
una actitud singular". ¿Qué tan reconocido
es usted y cómo lo afecta esto? "Según
un reciente estudio de mercadeo, el 82% de la gente en Estados Unidos
sabe correctamente quién es Juan Valdéz y lo mismo ocurre con el 70%
de los europeos. A mí me quieren en todos lados y siempre tratan de
colaborarme, sin yo pedirlo. Por ejemplo, como no puedo meter el sombrero
en la maleta porque se me aplasta, lo llevo en la mano y apenas llego
a inmigración en Estados Unidos, me reconocen e inmediatamente me
dejan seguir. En Medellín hay taxistas que no me aceptan la plata
y me dicen que cómo me van a cobrar si es suficiente con el orgullo
de haberme llevado a mi casa". ¿Qué carga en
el carriel?
"Antes
llevaba dados cargados, muelas de Santa Apolonia, anzuelos, escapularios,
tabaquitos, camándulas y cositas muy simpáticas que tienen generalmente
los campesinos, para mostrarlo en el exterior. Pero como en los eventos
siempre me lo desocupaban, ya no llevo sino postales de Café de Colombia,
varios bolígrafos para los autógrafos, platica que hay que mantener
siempre, unas gafas para cuando toca dar discursos y el pintalabios
de la mujer porque ella no mantiene bolsillo". ¿Nadie en la
familia presume de que usted es Juan? "Sí
hay alguien que presume de mi parentesco con el personaje. Es mi nieta
María José, de cinco años. Ella no puede ver un muchachito por ahí
porque le empieza a decir: mi abuelo es Juan Valdéz, mi abuelo es
Juan Valdéz". ¿Cuándo no trabaja
como imagen de Café de Colombia a qué se dedica? "Yo
siempre he tenido un taller de serigrafía. Antes era muy artesanal
pero últimamente la hija mía se está encargando de él. Se ha puesto
en la labor de modernizarlo y ya le puso computador. Es otra de las
cosas lindas que me ha sucedido en la vida, los hijos me quieren mucho".
¿Cuántos cafés
se toma al día? ¿Qué le ha dicho el médico al respecto? Pues
yo sí he consultado con el médico y no tengo problemas con el café.
Me tomo unos cuatro pocillos mugg de café al día y hasta más cuando
hay algún evento. Tengo varios secretos: cuando uno tiene sed un granizado
es fabuloso, pero tomarse un café caliente y después un vaso de agua
también le quita la sed. De noche, cuando tengo algún problema o hace
calor, me levanto y voy con toda la calma del caso a la cocina, pongo
la cucharada de café en el colador de papel, le echo agua a la cafetera,
espero que salga, me lo tomo despacio, vuelvo a leer EL COLOMBIANO
y por ahí a los diez minutos ya tengo sueño otra vez, me acuesto y
me duermo: así es como se me asienta el espíritu". ¿Quién es la
mula que está con usted en la publicidad y en los eventos? "Se
llama Lana, aunque yo prefiero decirle Conchita Casquitos de Oro.
La mulita es siempre diferente porque es muy difícil transportarla
a todos lados y como las mulas son muy parecidas para la gran mayoría
de la gente, entonces en cada país a donde vamos tratamos de conseguirla.
Pienso que ese fue un gran acierto de la Federación Nacional de Cafeteros
porque esa mula refleja una imagen de ternura y de trabajo honrado".
¿Cómo le va con
el inglés?
Muy mal, ¡eh avemaría!
¿Y entonces cómo
se comunica con sus seguidores? Yo
soy muy bueno para hablar inglés por señas... Para decir "drink"
no es sino señalar la boca y listo. Eso en cierta forma ha gustado
aunque al principio la agencia me decía que me pagaba un curso para
que aprendiera inglés. Yo empecé pero no me funcionó la cosa porque
como dicen por ahí, loro viejo no aprende a hablar. Las postales,
por ejemplo, las firmo en español y eso fija una imagen más exótica,
más colombiana". Ahora está dedicado
a pintar ¿Qué pinta?
Yo
empecé con dibujo publicitario para ganarme la vida y en esa época
se dibujaban hasta las letras del periódico. Luego me metí con lo
de serigrafía y después al teatro, allí hacía muchas escenografías,
pintaba al óleo y en acrílico. Cuando llegué a ser Juan Valdéz me
olvide de pintar, del teatro, de todo. Ahora, con la cuestión de que
la hija mía se encargó del taller, me queda tiempo libre y he vuelto
a pintar acuarelas de paisajes, mulas, cafetales... Algo afín conmigo.
Y me va lo más de bien, la Federación me compra. Mejor dicho, se me
arregló la vida". Pero hace rato
la tiene arreglada, ¿o no? "Sí, ya me
puedo morir tranquilo y ni tengo que pensar en el epitafio porque
ese me lo escribe por ahí un poeta".
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