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POESIA

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Cortesia de Yoseline

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y de Jhon Sarmiento

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Año 1. No. 1. enero de 20001

 

Por ser el primer numero hemos extraido su dirección electrónica de listas de correo y otros lugares por lo que pedimos disculpas en caso de no ser de su agrado. No es nuestra politica enviar correo basura ni practicamos el "Spam". Si no desea recibir más esta revista simplemente has "reply" o "reenviar" y no te lo enviaremos mas . Recuerda que simplemente queremos brindar un servicio difundiendo poesía, información de diverso orden, datos curiosos, etc. Si le gusto, comuniqueselo a sus amigos y colegas esta iniciativa para que se suscriban en forma gratuita

 

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CONTENIDO

1. Editorial

2. Versos de los Famosos

3. Nosotros los Novatos

4. Imagina

5. Reflexiones

6. Citas Famosas

7. Páginas Recomendadas

8. Tecnología

9. Staff

 

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EDITORIAL

Iniciamos este proyecto con el objetivo inicial de día a día constituir una comunidad virtual amante de la poesía, la lectura y la ayúda mutúa, hoy gracias a este sentimiento de propiedad, ponemos a crítica esta "su" Revista Electrónica, "Alma Virtual", en la que queremos compartir nuestros poemas, pensamientos, escritos, y en general nuestros deseos de convivir a través de nuestros sentimientos y la poesía. Esta revista se entrega en forma gratuita a quien la solicite y nuestro deseo es poder enviarlo quincenalmente, esperamos le agrade.

Pronto le estaremos avizando la dirección de nuestra página donde encontrará un sin numero de sorpresas.

 


 

! VERSOS DE LOS FAMOSOS ¡

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Recordemos en esta primera edición uno de los autores que más a contribuido a la lírica mundial:

Gustavo Adolfo Bécquer:

Nacido en Sevilla en 1823, y mueto en Madrid, en 1870. El autor de Rimas y Leyendas. Era hijo del pintor José Dominguez Isausti y de Joaquina Bastida y Vargas. desde que inicio su carrera lietararia, aún cuando firmara con sus nombres, Gustavo Adolfo, sustituyó sus apellidos por el de Bécquer, propio de sus antepasados.

El autor tuvo el extraordinario mérito de constituirse en precursor de la lírica moderna, de la expresión esencial de Juan Ramón Jiménez, justamente el poeta a quien se atribuye el descubrimiento y revelación de Bécquer. No sólo las Rimas nos permiten reconstruir la íntima e indiscutible personalidad de su autor, sino que nos descubren su sentido natural y breve de la poesía.

Rimas:

IV

No digáis que agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira.

Podrá no haber poetas, pero siempre

habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas;

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías;

mientras haya en el mundo primavera,

!habrá poesía¡

Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

y en el mar o en el cielo haya un abismo

que el cálculo resista;

mientras la Humanidad, siempre avanzando,

no sepa a dó camina;

mientras haya un misterio para el hombre,

!habrá poesía¡

Mientras sintamos que se alegra el alma

sin que los labios rían;

mientras se llore sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan;

mientras haya esperanzas y recuerdos,

!habrá poesía¡

Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran;

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas;

mientras exista una mujer hermosa,

!habrá poesía¡

XXIII

Por una mirada, un mundo;

por una sonrisa, un cielo;

por un beso... !yo no sé

qué te diera por un beso¡

XXXVIII

Los suspiros son aire y van al aire.

Las lágrimas son agua y van al mar.

Dime, mujer: cuando el amor se olvida,

¿sabes tú adónde va?

 



! NOSOTROS LOS NOVATOS ¡

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Y aquí nuestra primera cosecha:

Rafael Maizo

Desde hace tiempo me he esforzado para escribir,

el poema más hermoso solamente para ti;

lee y siente cada palabra cada línea,

solo así podrás vivir éste amor tan grande que guardo secretamente en mi.

Siempre levanto mi vista al cielo y miro largo tiempo las estrellas,

luego cierro mis ojos comparándote con ellas.

Eres fugas polvo celestial, siempre tan llena de vida siempre tan llena de amor,

tu fulgor penetra en mis retinas abordando mi interior,

iluminando mi vida colmando de esplendor mi corazón.

Cada vez que me acerco a ti no puedo resistir,

ésta sensación tan fuerte que explota dentro de mí.

No hago más que solo mirarte dibujándote en mi mente;

y con sólo mirar tus ojos en tu alma puedo percibir las ganas de ser amada con deseos de vivir.

Y que importante es para mi ver tus ojos llenos de alegría y jamás verlos de tristeza y agonía.

Que importante es para mí ver esa linda sonrisa adornando tu rostro,

daría mi vida con fervor para que jamás corriese por tu efigie lágrimas de dolor.

Pero que difícil es decirte lo que siento, amar tan pronto amar en poco tiempo,

ignoro si deba esperar, o forzarme a encontrar el valor para poder enfrentar,

ese amor que mis ojos ya no pueden ocultar.


Guillermo Torres

Me prolongo en tu silencio como un sentinela inmortal.

Porque no se dónde estoy me vuelvo extraño.

Es oportuno olvidar el punto de ebullición y aprender de memoria cosas nuevas.

Aprender.

Tal vez figuramos en el mismo catálogo.


Alidis Peña. Poetiza Venezolana

"A un gran amigo"

Un amigo es lo más bello que nos ofrece la vida, es alguien en quien confiar,

es alguien con quien reír, es alguien con quien llorar.

Por eso, a ti, querido amigo, en donde quiera que estés, quiero decirte que nunca te olvidaré.

Podré tener muchos amigos, pero ninguno como tú, tan carismático, comprensivo y con esa hermosa actitud.

Cuando estaba triste, tú me alegraste. Cuando estaba sola, tú me acompañaste.

Me ha costado mucho resignarme a que ya no estarás junto a mí, pero tu recuerdo siempre permanecerá en mí.

Y recuerda, gran amigo, no me olvides, por favor, que pase lo que pase, te tendré en mi corazón.

 

Jhon Alexander Sarmiento Poeta Colombiano


Recuerdos

Apareces en mis sueños como la luna de mis noches

alumbrando el eco de mis sombras y mis sombras son el eco de tus besos.

Besos que son frios recuerdos de fantasticas tardes bajo la nieve de tu indiferencia

osculos de aire que se lleva la brisa suave

como se derrite tu nombre cuando lo escribo en la cimas de mis mares

Te recuerdo hoy para no olvidarte y este recordarte sólo es para olvidarte


Sergio Vespers

A UNA CIUDAD

Una ciudad me busca, porque extraña mi leve paso hiriéndole la calle.

Me busca porque añora aquel detalle de saber entregarle fuerza y maña.

No sabe que me escondo en su muralla con un nombre y un rostro indescifrable,

cuando muestra su flor, le soy afable y al odio le respondo con metralla.

Esa ciudad no sabe que es mi dueña y me hace infeliz cuando desdeña el eco de mi voz en sus portales.

Por ello es que la engaño con postales, haciendo creer que otras ciudades reclaman de mi santo y de mi seña.



! Imagina¡

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Poe, Edgar Allan

Poe, Edgar Allan (1809-1849), escritor, poeta y crítico estadounidense, más conocido como el primer maestro del relato corto, en especial de terror y misterio.
Nació en Boston el 19 de enero de 1809. Sus padres, actores de teatro itinerantes, murieron siendo él niño, y fue criado por John Allan, un hombre de negocios rico de Richmond (Virginia), que probablemente fue su padrino. A los seis años viajó con la familia Allan a Inglaterra donde ingresó en un internado privado. Después de regresar a Estados Unidos en 1820 siguió estudiando en centros privados y asistió a la universidad de Virginia durante un año, pero en 1827 su padre adoptivo, disgustado por la afición del joven a la bebida y al juego, se negó a pagar sus deudas y le obligó a trabajar como empleado.
Contrariando la voluntad de Allan, Poe abandonó su nuevo trabajo, que detestaba, y viajó a Boston donde publicó anónimamente su primer libro, Tamerlán y otros poemas (1827). Poco después se alistó en el ejército, en el que permaneció dos años. En 1829 apareció su segundo libro de poemas, Al Aaraf, y se reconcilió con Allan, que le consiguió un cargo en la Academia militar, pero a los pocos meses fue despedido por negligencia en el deber; su padre adoptivo le repudió para siempre.
Al año siguiente de publicar su tercer libro, Poemas (1831), se trasladó a Baltimore, donde vivió con su tía y una sobrina de 11 años, Virginia Clemm. En 1832, su cuento 'Manuscrito encontrado en una botella' ganó un concurso patrocinado por el Baltimore Saturday Visitor. De 1835 a 1837 fue redactor de Southern Baltimore Messenger. En 1836 se casó con su joven sobrina y durante la década siguiente, gran parte de la cual fue desgraciada a causa de la larga enfermedad de Virginia, Poe trabajó como redactor para varias revistas en Filadelfia y Nueva York. En 1847 falleció su mujer y él mismo cayó enfermo; su desastrosa adicción al alcohol y su supuesto consumo de drogas, atestiguado por sus contemporáneos, pudo contribuir a su temprana muerte en Baltimore, el 7 de octubre de 1849.

Poesía y ensayos


Entre la producción poética de Poe destacan una docena de poemas por su impecable construcción literaria y por sus ritmos y temas obsesivos. En 'El cuervo' (1845), por ejemplo, el autor se siente abrumado por la melancolía y los augurios de la muerte. Su dominio extraordinario del ritmo y el sonido es particularmente evidente en 'Las campanas' (1849), un poema que evoca el repique de los instrumentos metálicos, y 'El durmiente' (1831), que produce un estado de somnolencia. 'Leonore' (1831) y 'Annabel Lee' (1849) son elegías a la muerte de una hermosa joven. Su obra poética refleja la influencia de poetas ingleses como Milton, Keats, Shelley y Coleridge, y su interés romántico por lo oculto y lo diabólico, al estilo del español Gustavo Adolfo Bécquer.
Su trabajo como redactor consistió en buena parte en reseñar libros, escribiendo un significativo número de críticas.
Sus ensayos se hicieron famosos por su sarcasmo, ingenio y exposición de pretensiones literarias; son valoraciones que han resistido el paso del tiempo situándole entre los mejores críticos literarios estadounidenses. Sus teorías sobre la naturaleza de la ficción y, en particular, sus ensayos sobre el cuento, han tenido una influencia duradera en escritores americanos y europeos.

Cuentos

Poe quiso ser poeta, pero la necesidad económica le obligó a abordar el relativamente beneficioso género de la prosa. Cierto o no que inventase el cuento, fue quien inició la novela policiaca. Quizá su relato más famoso en este género sea 'El escarabajo de oro' (1843), que trata de la búsqueda de un tesoro enterrado. 'Los crímenes de la calle Morgue' (1841), 'El misterio de Marie Rogêt' (1842-1843) y 'La carta robada' (1844) están considerados como los predecesores de la moderna novela de misterio o policiaca.
Además de su soberbia construcción argumental, la mayoría de sus cuentos sobresalen por la morbidez de su inventiva. Destacan 'La caída de la casa Usher' (1839), en el que tanto el argumento como los personajes acentúan la penetrante melancolía de su atmósfera; 'El pozo y el péndulo' (1842) es un escalofriante relato de crueldad y tortura; en 'El corazón delator' (1843) un maníaco asesino es impelido por su inconsciente a confesar su culpa, y 'El barril del amontillado' (1846), es un relato estremecedor de venganza.

 


escarab2.gif (948 bytes) El escarabajo de oro escarab.gif (1118 bytes)

Hace muchos años trabé amistad íntima con un míster William Legrand. Era de una antigua familia
de hugonotes, y en otro tiempo había sido rico; pero una serie de infortunios habíanle dejado en la
miseria. Para evitar la humillación consiguiente a sus desastres, abandonó Nueva Orleáns, la ciudad
de sus antepasados, y fijó su residencia en la isla de Sullivan, cerca de Charleston, en Carolina del
Sur.

Esta isla es una de las más singulares. Se compone únicamente de arena de mar, y tiene, poco más
o menos, tres millas de largo. Su anchura no excede de un cuarto de milla. Está separada del
continente por una ensenada apenas perceptible, que fluye a través de un yermo de cañas y légamo,
lugar frecuentado por patos silvestres. La vegetación, como puede suponerse, es pobre, o, por lo
menos, enana. No se encuentran allí árboles de cierta magnitud. Cerca de la punta occidental, donde
se alza el fuerte Moultrie y algunas miserables casuchas de madera habitadas durante el verano por
las gentes que huyen del polvo y de las fiebres de Charleston, puede encontrarse es cierto, el palmito
erizado; pero la isla entera, a excepción de ese punto occidental, y de un espacio árido y blancuzco
que bordea el mar, está cubierta de una espesa maleza del mirto oloroso tan apreciado por los
horticultores ingleses. El arbusto alcanza allí con frecuencia una altura de quince o veinte pies, y forma
una casi impenetrable espesura, cargando el aire con su fragancia.

En el lugar más recóndito de esa maleza, no lejos del extremo oriental de la isla, es decir, del más
distante, Legrand se había construido él mismo una pequeña cabaña, que ocupaba cuando por
primera vez, y de un modo simplemente casual, hice su conocimiento. Este pronto acabó en amistad,
pues había muchas cualidades en el recluso que atraían el interés y la estimación. Le encontré bien
educado de una singular inteligencia, aunque infestado de misantropía, y sujeto a perversas
alternativas de entusiasmo y de melancolía. Tenía consigo muchos libros, pero rara vez los utilizaba.
Sus principales diversiones eran la caza y la pesca, o vagar a lo largo de la playa, entre los mirtos, en
busca de conchas o de ejemplares entomológicos; su colección de éstos hubiera podido suscitar la
envidia de un Swammerdamm.

En todas estas excursiones iba, por lo general, acompañado de un negro sirviente, llamado Júpiter,
que había sido manumitido antes de los reveses de la familia, pero al que no habían podido
convencer, ni con amenazas ni con promesas, a abandonar lo que él consideraba su derecho a seguir
los pasos de su joven massa Will. No es improbable que los parientes de Legrand, juzgando que éste
tenía la cabeza algo trastornada, se dedicaran a infundir aquella obstinación en Júpiter, con intención
de que vigilase y custodiase al vagabundo.

Los inviernos en la latitud de la isla de Sullivan son rara vez rigurosos, y al finalizar el año resulta un
verdadero acontecimiento que se requiera encender fuego. Sin embargo, hacia mediados de octubre
de 18..., hubo un día de frío notable. Aquella fecha, antes de la puesta del sol, subí por el camino entre
la maleza hacia la cabaña de mi amigo, a quien no había visitado hacia varias semanas, pues residía
yo por aquel tiempo en Charleston, a una distancia de nueve millas de la isla, y las facilidades para ir y
volver eran mucho menos grandes que hoy día. Al llegar a la cabaña llamé, como era mi costumbre, y
no recibiendo respuesta, busqué la llave donde sabía que estaba escondida, abrí la puerta y entré. Un
hermoso fuego llameaba en el hogar. Era una sorpresa, y, por cierto, de las agradables. Me quité el
gabán, coloqué un sillón junto a los leños chisporroteantes y aguardé con paciencia el regreso de mis
huéspedes.

Poco después de la caída de la tarde llegaron y me dispensaron una acogida muy cordial. Júpiter,
riendo de oreja a oreja, bullía preparando unos patos silvestres para la cena. Legrand se hallaba en
uno de sus ataques-¿con qué otro término podría llamarse aquello?-de entusiasmo. Había
encontrado un bivalvo desconocido que formaba un nuevo género, y, más aún, había cazado y cogido
un escarabajo que creía totalmente nuevo, pero respecto al cual deseaba conocer mi opinión a la
mañana siguiente.

-¿Y por qué no esta noche?-pregunté, frotando mis manos ante el fuego y enviando al diablo toda
la especie de los escarabajos.

-¡Ah, si hubiera yo sabido que estaba usted aquí! -dijo Legrand-. Pero hace mucho tiempo que no
le había visto, y ¿cómo iba yo a adivinar que iba usted a visitarme precisamente esta noche? Cuando
volvía a casa, me encontré al teniente G***, del fuerte, y sin más ni más, le he dejado el escarabajo: así
que le será a usted imposible verle hasta mañana. Quédese aquí esta noche, y mandaré a Júpiter allí
abajo al amanecer. ¡Es la cosa más encantadora de la creación!

-¿El qué? ¿El amanecer?

-¡Qué disparate! ¡No! ¡El escarabajo! Es de un brillante color dorado, aproximadamente del tamaño
de una nuez, con dos manchas de un negro azabache: una, cerca de la punta posterior, y la segunda,
algo más alargada, en la otra punta. Las antenas son...

-No hay estaño (1) en él, massa Will, se lo aseguro-interrumpió aquí Júpiter-; el escarabajo es un
escarabajo de oro macizo todo él, dentro y por todas partes, salvo las alas; no he visto nunca un
escarabajo la mitad de pesado.

-Bueno; supongamos que sea así-replicó Legrand, algo más vivamente, según me pareció, de lo
que exigía el caso-. ¿Es esto una razón para dejar que se quemen las aves? El color-y se volvió
hacia mí-bastaría para justificar la idea de Júpiter. No habrá usted visto nunca un reflejo metálico
más brillante que el que emite su caparazón, pero no podrá usted juzgarlo hasta mañana... Entre tanto,
intentaré darle una idea de su forma.

Dijo esto sentándose ante una mesita sobre la cual había una pluma y tinta, pero no papel. Buscó un
momento en un cajón, sin encontrarlo.

-No importa-dijo, por último-; esto bastará.

Y sacó del bolsillo de su chaleco algo que me pareció un trozo de viejo pergamino muy sucio, e hizo
encima una especie de dibujo con la pluma. Mientras lo hacía, permanecí en mi sitio junto al fuego,
pues tenía aún mucho frío. Cuando terminó su dibujo me lo entregó sin levantarse. Al cogerlo, se oyó
un fuerte gruñido, al que siguió un ruido de rascadura en la puerta. Júpiter abrió, y un enorme
terranova, perteneciente a Legrand, se precipitó dentro, y, echándose sobre mis hombros, me abrumó
a caricias, pues yo le había prestado mucha atención en mis visita anteriores. Cuando acabó de dar
brincos, miré el papel, y, a decir verdad, me sentí perplejo ante el dibujo de mi amigo.

-Bueno-dije después de contemplarlo unos minutos-; esto es un extraño escarabajo, lo confieso
nuevo para mí: no he visto nunca nada parecido antes, a menos que sea un cráneo o una calavera, a
lo cual se parece más que a ninguna otra cosa que hay caído bajo mi observación.

-¡Una calavera!-repitió Legrand-. ¡Oh, sí Bueno; tiene ese aspecto indudablemente en el papel.
Las dos manchas negras parecen unos ojos, ¿eh? Y la más larga de abajo parece una boca; además,
la forma entera es ovalada.

-Quizá sea así-dije-; pero temo que usted no sea un artista. Legrand. Debo esperar a ver el
insecto mismo para hacerme una idea de su aspecto.

-En fin, no sé-dijo él, un poco irritado-: dibujo regularmente, o, al menos, debería dibujar, pues he
tenido buenos maestros, y me jacto de no ser de todo tonto.

-Pero entonces, mi querido compañero, usted bromea-dije-: esto es un cráneo muy pasable
puedo incluso decir que es un cráneo excelente, con forme a las vulgares nociones que tengo acerca
de tales ejemplares de la fisiología; y su escarabajo será el más extraño de los escarabajos del
mundo si se parece a esto. Podríamos inventar alguna pequeña superstición muy espeluznante sobre
ello. Presumo que va usted a llamar a este insecto scaruboeus caput hominis o algo por el estilo; hay
en las historias naturales muchas denominaciones semejantes. Pero ¿dónde están las antenas de
que usted habló?

-¡Las antenas!-dijo Legrand, que parecía acalorarse inexplicablemente con el tema-. Estoy
seguro de que debe usted de ver las antenas. Las he hecho tan claras cual lo son en el propio insecto,
y presumo que es muy suficiente.

-Bien, bien-dije-; acaso las haya hecho usted y yo no las veo aún.

Y le tendí el papel sin más observaciones, no queriendo irritarle; pero me dejó muy sorprendido el giro
que había tomado la cuestión: su mal humor me intrigaba, y en cuanto al dibujo del insecto, allí no
había en realidad antenas visibles, y el conjunto se parecía enteramente a la imagen ordinaria de una
calavera.

Recogió el papel, muy malhumorado, y estaba a punto de estrujarlo y de tirarlo, sin duda, al fuego,
cuando una mirada casual al dibujo pareció encadenar su atención. En un instante su cara enrojeció
intensamente, y luego se quedó muy pálida. Durante algunos minutos, siempre sentado, siguió
examinando con minuciosidad el dibujo. A la larga se levantó, cogió una vela de la mesa, y fué a
sentarse sobre un arca de barco, en el rincón más alejado de la estancia. Allí se puso a examinar con
ansiedad el papel, dándole vueltas en todos sentidos. No dijo nada, empero, y su actitud me dejó muy
asombrado; pero juzgué prudente no exacerbar con ningún comentario su mal humor creciente. Luego
sacó de su bolsillo una cartera, metió con cuidado en ella el papel, y lo depositó todo dentro de un
escritorio, que cerró con llave. Recobró entonces la calma; pero su primer entusiasmo había
desaparecido por completo. Aun así, parecía mucho más abstraído que malhumorado. A medida que
avanzaba la tarde, se mostraba más absorto en un sueño, del que no lograron arrancarle ninguna de
mis ocurrencias. Al principio había yo pensado pasar la noche en la cabaña, como hacía con
frecuencia antes; pero. viendo a mi huésped en aquella actitud, juzgué más conveniente marcharme.
No me instó a que me quedase; pero al partir, estrechó mi mano con más cordialidad que de
costumbre.

Un mes o cosa así después de esto (y durante ese lapso de tiempo no volví a ver a Legrand), recibí la
visita, en Charleston, de su criado Júpiter. No había yo visto nunca al viejo y buen negro tan decaído, y
temí que le hubiera sucedido a mi amigo algún serio infortunio.

-Bueno, Júpiter-dije-. ¿Qué hay de nuevo? ¿Cómo está tu amo?

-¡Vaya! A decir verdad, massa, no está tan bien como debiera.

-¡Que no está bien! Siento de verdad la noticia. ¿De qué se queja?

-¡Ah, caramba! ¡Ahí está la cosa! No se queja nunca de nada; pero, de todas maneras, está muy
malo.

-¡Muy malo, Júpiter! ¿Por qué no lo has dicho en seguida? ¿Está en la cama?

-No, no, no está en la cama. No está bien en ninguna parte, y ahí le aprieta el zapato. Tengo la
cabeza trastornada con el pobre massa Will.

-Júpiter, quisiera comprender algo de eso que me cuentas. Dices que tu amo está enfermo. ¿No te
ha dicho qué tiene?

-Bueno, massa; es inútil romperse la cabeza pensando en eso. Massa Will dice que no tiene nada
pero entonces ¿por qué va de un lado para otro, con la cabeza baja y la espalda curvada, mirando al
suelo, más blanco que una oca? Y haciendo garrapatos todo el tiempo...

-¿Haciendo qué?

-Haciendo números con figuras sobre una pizarra; las figuras más raras que he visto nunca. Le digo
que voy sintiendo miedo. Tengo que estar siempre con un ojo sobre él. El otro día se me escapó antes
de amanecer y estuvo fuera todo el santo día. Habla yo cortado un buen palo para darle una tunda de
las que duelen cuando volviese a comer; pero fui tan tonto, que no tuve valor, ¡parece tan desgraciado!

-¿Eh? ¿Cómo? ¡Ah, sí! Después de todo has hecho bien en no ser demasiado severo con el pobre
muchacho. No hay que pegarle, Júpiter; no está bien, seguramente. Pero ¿no puedes formarte una
idea de lo que ha ocasionado esa enfermedad o más bien ese cambio de conducta? ¿Le ha ocurrido
algo desagradable desde que no le veo?

-No, massa, no ha ocurrido nada desagradable desde entonces, sino antes; sí, eso temo: el mismo
día en que usted estuvo allí.

-¡Cómo! ¿Qué quiere decir?

-Pues... quiero hablar del escarabajo, y nada más.

-¿De qué?

-Del escarabajo... Estoy seguro de que massa Will ha sido picado en alguna parte de la cabeza por
ese escarabajo de oro.

-¿Y qué motivos tienes tú, Júpiter, para hacer tal suposición?

-Tiene ese bicho demasiadas uñas para eso, y también boca. No he visto nunca un escarabajo tan
endiablado; coge y pica todo lo que se le acerca. Massa Will le había cogido..., pero en seguida le
soltó, se lo aseguro... Le digo a usted que entonces es, sin duda, cuando le ha picado. La cara y la
boca de ese escarabajo no me gustan; por eso no he querido cogerlo con mis dedos; pero he
buscado un trozo de papel para meterlo. Le envolví en un trozo de papel con otro pedacito en la boca;
así lo hice.

-¿Y tú crees que tu amo ha sido picado realmente por el escarabajo, y que esa picadura le ha
puesto enfermo?

-No lo creo, lo sé. ¿Por qué está siempre soñando con oro, sino porque le ha picado el escarabajo
de oro? Ya he oído hablar de esos escarabajos de oro.

-Pero ¿cómo sabes que sueña con oro?

-¿Cómo lo sé? Porque habla de ello hasta durmiendo; por eso lo sé.

-Bueno, Júpiter; quizá tengas razón, pero ¿a qué feliz circunstancia debo hoy el honor de tu visita?

-¿Qué quiere usted decir, massa?

-¿Me traes algún mensaje de míster Legrand?

-No, massa; le traigo este papel.

Y Júpiter me entregó una esquela que decía lo siguiente:

"Querido amigo: ¿Por qué no le veo hace tanto tiempo? Espero que no cometerá usted la tontería de
sentirse ofendido por aquella pequeña brusquedad mía; pero no, no es probable.

"Desde que le vi, siento un gran motivo de inquietud. Tengo algo que decirle; pero apenas sé cómo
decírselo, o incluso no sé si se lo diré.

"No estoy del todo bien desde hace unos días, y el pobre viejo Júpiter me aburre de un modo
insoportable con sus buenas intenciones y cuidados. ¿Lo creerá usted? El otro día había preparado
un garrote para castigarme por haberme escapado y pasado el día solus en las colinas del
continente. Creo de veras que sólo mi mala cara me salvó de la paliza.

"No he añadido nada a mi colección desde que no nos vemos.

"Si puede usted, sin gran inconveniente, venga con Júpiter. Venga. Deseo verle esta noche para un
asunto de importancia. Le aseguro que es de la más alta importancia. Siempre suyo,
William Legrand."

 



! Reflexiones ¡

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Incluiremos en cada número una lectura corta a manera de reflexión:

Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque; un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la conversacion, iba un joven estudiante alumno del sabio. Poderoso: "Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa y que inclusive puedes hacer milagros". Sabio: "Soy una persona vieja y cansada... ¿Como crees que yo podria hacer milagros?". Poderoso: "Pero me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos..... esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso". Sabio: "¿Te referias a eso?... Tu lo has dicho, esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso... no un viejo como yo. Esos milagros los hace Dios, yo solo pido se conceda un favor para el enfermo, o para el ciego, y todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo". Poderoso: "Yo quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que tu haces..... muestrame un milagro para poder creer en tu Dios". Sabio: "¿Esta mañana volvio a salir el sol?". Poderoso: "Si, claro que si!!". Sabio: "Pues ahi tienes un milagro..... el milagro de la luz". Poderoso: "No, yo quiero ver un verdadero milagro, oculta el sol, saca agua de una piedra.... mira, hay un conejo herido junto a la vereda, tocalo y sana sus heridas". Sabio: "¿Quieres un verdadero milagro? No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos dias?". Poderoso: "Si!! Fue varon y es mi primogenito". Sabio: "Ahi tienes el segundo milagro.... el milagro de la vida". Poderoso: "Sabio, tu no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro..." Sabio: "¿Acaso no estamos en epoca de cosecha?, no hay trigo y sorgo donde hace unos meses solo habia tierra?". Poderoso: "Si, igual que todos los años". Sabio: "Pues ahi tienes el tercer milagro...." Poderoso: "Creo que no me he explicado. Lo que yo quiero...." (el sabio lo interrumpe) Sabio: "Te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podia hacer por ti...Si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podia hacer". Dicho esto, el poderoso terrateniente se retiro muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda. Cuando el poderoso terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacian el sabio y su alumno, el sabio se dirigio a la orilla de la vereda, tomo al conejo, soplo sobre el y sus heridas quedaron curadas; el joven estaba algo desconcertado... Joven: "Maestro te he visto hacer milagros como este casi todos los dias, ¿Por que te negaste a mostrarle uno al caballero?, ¿Por que lo haces ahora que no puede verlo?". Sabio: "Lo que el buscaba no era un milagro, sino un espectaculo. Le mostre 3 milagros y no pudo verlos. Para ser rey primero hay que ser principe, para ser maestro primero hay que ser alumno... no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran dia a dia. El dia que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese dia comprenderas que no necesitas mas milagros que los que Dios te da todos los dias sin que tu se los hayas pedido". Que Dios los bendiga a todos

 

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! Citas Famosas ¡

!Vivir no siempre será amar...

pero Amar siempre será vivir....! Alex Sarmiento

"Hay un arma más terrible que la calumnia. La verdad. " Talleyrand


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Yoseline Jimenez

mailto:yjimenez@stps.gob.mx

Jhon Alexander Sarmiento

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Ultima Actualización:   Diciembre de 2000