ELEGÍA
Ya va la muerte vistiendo
de blanco, como una novia.
Ya va una novia vistiendo
como la muerte, de negro.
Ya las cuerdas de un violín
para siempre enmudecieron.
Ya en el blanco mausoleo
do tu camino dio fin
rezan, como al rey Arturo,
veinticuatro caballeros.
Y en el rincón más oscuro,
en el oscuro jardín
del oscuro cementerio,
bajo la lluvia de abril
que cae del oscuro cielo,
aun nace la primavera
con su frescor tempranero,
perfumado, casto, tierno
y limpio el húmedo suelo,
mas las rosas, ya de cera,
marchitas, se consumieron. ¡Espérame, Tiempo, espérame,
o sigue solo al destino
tu camino..!
Si pudiera, detuviérame
a contemplar la corrida
de la vida.
A su Jorge, don Rodrigo;
Guillén Peraza a sus damas
debe la voz de las Famas;
Hernández llevó consigo
a Ramón Sijé, su amigo.
A Ignacio Sánchez Mejías,
si llegó al fin de sus días,
Lorca lo volvió inmortal;
¡cuántos, por su suerte, tal
se ha llorado en elegías!
Mas a ti, rosa de abril,
¿quién te llora?
Fuiste escogida entre mil
por señora,
por lozana y por hermosa,
en su hora
floreciente presurosa.
A ti, ¿quién te canta..? Yo...
Gran misterio.
Fama en muerte a fama en vida,
¿no va unida?
¿Quién lo puede predecir?
Nadie hubo aún que nació
sin ir hacia el cementerio.
¡Todos hemos de morir!
El eterno Bécquer dijo:
"escuchadme,
lo sé fijo:
muerto seré más leído,
publicadme
cuando ido".
¡Qué razón!
Nadie es profeta en su tierra,
y en la tierra de los vivos
él fue la contradicción
que al dicho causó la guerra.
¡Qué ambiguos!, ¡qué relativos
los pobres humanos son!
Y, en tierra de doña Nada,
estoy sólo yo, don Nadie,
ignorado por don Todo,
cantando por ti, don Alguien.
Ahora que tú ya has llegado,
compañero,
y que el tiempo ha deshojado
traicionero
los pétalos de tu rosa,
la de fuego,
de esa tu mata ardorosa,
hay un ruego
que te pido, por favor:
ten piedad de mi dolor
y al llegar ante la Esfinge
traicionera,
pregunta dos veces, finge
tu sordera,
por poder copiarlo así,
y acordar el acertijo
que te dijo
y susurrármelo a mí.
¡Que tú lo contestarás,
y puede que yo no sea
tan capaz!
También te quiero pedir,
si es posible,
que te vayas a reunir
con la absoluta e invisible
gran Orquesta
que en la Gloria está dispuesta.
Quiero oír
cuando llege, su tañir.
¡Que tú lo conseguirás,
y puede que yo no sea
tan capaz!
Saluda por mí al maestro:
Francisco Salinas, diestro
que a Fray Luis transportó al Cielo.
Aprende por mí de él,
y, a poco que sea el celo,
a los oídos serás miel.
¡Que yo sé que tú podrás,
y puede que yo no sea
tan capaz!
Busca ahí arriba un lugar
en esas verdes praderas,
donde estrellas verdaderas
puedas sembrar y regar:
sé que me habrás de mostrar
algún día sus colores.
No habrá más hermosas flores
en el Universo entero.
¡Oh, con qué impaciencia espero
sus perfumados olores!
¡Que yo sé que tú sabrás,
y puede que yo no sea
tan capaz!
¿Es esto mucho pedir?
¿Es esto mucho llorar?
¿Es esto mucho inquirir?
¿Es demasiado esperar?
¡Oh, dura tierra que esperas
a la Vida derrotar!
Son tus entrañas tan fieras
que corroen mi cantar.
Ver llorar al niño es fácil,
y al anciano;
también a la mujer grácil
-llanto vano-,
o al enfermo,
campo yermo.
También el enamorado,
aun callado,
llora e infunde piedad,
y es amor enfermedad.
Pero, sano,
¿habrá misterio mayor
que ver a un hombre llorar?
¿Habrá cáliz que contenga
de mis lágrimas el mar?
Del corazón el dolor,
¿cómo se podrá curar?
¿Habrá milagro que venga
nuestra pena a consolar?
Chapoteaste en la vida,
no llegaste
al cielo de tu existencia
bien debida.
¡Qué entereza! ¡qué paciencia
derrochaste
con tu suerte concebida!
¿Qué diré yo de tu arte?
Quizás tarde
en nacer quien te repita.
Por soñarte,
de ser promesa marchita
que ya no arde,
quedó tu vida bendita.
De los discretos discreto,
que penaste
tanto tiempo en esta vida.
Fue tu reto
callar lo que soportaste,
con callada
dolorida,
simulada
la alegría
noche y día.
No es tu muerte,
buen amigo,
el castigo
para ti:
es mi suerte
la que lloro,
el tesoro
que perdí.
Es el sino
de los vivos
aún peor que el de los muertos,
del camino
ser cautivos
siendo sus pasos inciertos.
Y el espanto
se me adueña
mientras canto
la verdad:
faz risueña,
de la fosa
es la esposa
tu deidad.
Hoy yo canto en este afán,
mañana me cantarán.
Tú, con tu vida tan breve,
nos recuerdas
que la muerte espera, aleve,
no hace señas,
tras cualquier rincón o esquina
del camino,
para clavarnos la espina
del destino.
Y, por esta brevedad,
aunque yo el camino sigo
de la edad,
sin derrocharla la espigo:
no es para siempre el adiós
de los dos.
Y, tal vez precisamente
por ser tan corta tu historia
entre este mundo y su gente,
guardaremos tu memoria
eternamente.
No estaba nuestra amistad
a ser duradera aquí
destinada.
Ya anduviste tu jornada,
compañero.
Espérame un poco más,
y, si así lo haces, verás
la verdad:
podremos, al rencontrarnos,
saludarnos.
Por eso, sólo te digo,
mientras, levantando, miro
mi sombrero:
¡Hasta pronto, me retiro..!
¡Hasta pronto, caballero,
buen amigo!